Hace más de veinte años que el jubilado Juan Fresneda honra la última de sus costumbres sobrevivientes al tiempo y las calamidades: buscar el periódico en las mañanas.
“Me gusta leerlo tomando un cafecito”, cuenta a OnCuba, acomodado en un recosido sillón de mimbre al regreso del estanquillo que está a unos pasos de su casa en Marianao.
“¡Quién lo iba a decir… Trump en Corea del Norte!”, ironiza con el Granma abierto sobre su regazo.
Su nieto, que acaba de salir como un bólido para el preuniversitario, escarba en su smartphone el último resultado de la Copa América y grita algo indescifrable en la jerga de moda. “Messi estádpihgoañ&/$hoooo”.
Fresneda sonríe, resignado. “Sabe mucho de fútbol, pero no le preguntes de otra cosa”.
En un ejercicio de inocencia o de tozudez, un siempre optimista Fresneda ha intentado reiteradamente que su nieto le eche un vistazo a los diarios, tabloides o revistas cubanas.
“Incluso le pasó el Orbe”, dice este ingeniero químico graduado en los 60 en la antigua Leningrado, ponderando las virtudes de un semanario de contenidos internacionales que está lejos, en su opinión, de ser un bodrio y que, al igual que otras publicaciones, el chico “puede leerlo en su móvil”.
Frente a esas invitaciones, un “no estoy pa’ esa talla, abuelo”, es toda la respuesta que obtiene del estudiante siempre escurridizo ante tales reclamos familiares.
En busca del tiempo perdido
El caso de Fresneda no parece ser un ejemplo buscado con lupa.
La brecha generacional en el campo de la información es un fenómeno inevitable. Existen consumos dispares y hasta contrapuestos en soportes diferentes –uno en papel, otro en digital; el primero barato y en retirada, el segundo caro y en expansión– que se suman a los tantos desafíos que enfrenta el nuevo modelo de gestión de la comunicación que se pretende para Cuba, en un escenario definitivamente incontrolable y que hace las delicias para el trabajo de las agencias estadounidenses de subversión.
Un informe aparecido en el periódico Granma relativo al recién celebrado primer Foro de Gobernanza de Internet, señaló, sin entrar en detalles, que “los delegados conocieron que existe una mayor incidencia, a través de las tecnologías, de agresiones sistemáticas contra la sociedad y el Estado cubano, especialmente la juventud”.
“Este era un país desconectado”, reconoció el periodista y doctor en Ciencias de la Comunicación Raúl Garcés, quien sirvió de moderador del foro de Último jueves.
Pero en los años recientes, sobre todo a partir del nuevo gobierno, comprometido en su discurso con la modernización digital, la isla saltó de apenas un 5 por ciento de acceso a Internet en 2016 a poco más de 50 por ciento al día de hoy.
Según ETECSA, la empresa telefónica cubana, un promedio de 45 mil nuevos clientes diarios adquieren el servicio de Internet en sus celulares, aun cuando los precios del acceso son impopulares.
“Se reconoce, por analistas extranjeros, que Cuba es uno de los países donde más ha crecido Facebook y el acceso a las redes sociales, segundo o tercer país en América Latina en el último año”, aplaudió Garcés, decano de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana.
“Conquistar mentes y corazones”
En tiempos de fake news, la wi-fi y el Internet en los móviles, está claro que “la comunicación tiene que saber seducir, emocionar, hacer pensar a todos los cubanos”, afirmó Pedro García-Espinosa.
Invitado al panel de Último jueves, de la revista Temas, que abordó en junio la gestión de la comunicación social en la Cuba actual, García-Espinosa habló de la necesidad de “una comunicación política que permita un flujo multidireccional entre actores políticos y actores sociales”.
Experto del Centro Nacional de Superación para la Cultura, García-Espinosa es parte del equipo que diseña campañas mediáticas, entre ellas, la concebida para deslegitimar a la ley estadounidense Helms-Burton, tanto en dramatizados en la TV, como en gráficos desplegados en las vallas de las ciudades.
“La buena gestión de la comunicación política está en construir esos puentes a través no solo de los medios tradicionales, sino de los medios sustentados en las nuevas tecnologías y de los sitios de redes sociales”, concibió García-Espinosa, graduado en 1989 del Instituto Superior de Diseño y Máster en Ciencias en Gestión del Diseño. “Mantener un diálogo que permita que el poder no sea cerrado, sino que esté abierto al beneficio de todos”, resumió el estratega mediático.
Credibilidad, el quid de la cuestión
La eficacia de la comunicación pasa por una credibilidad transversal a cualquier iniciativa o proyecto en este campo, convinieron los panelistas, entre ellos Ariel Terrero, quien indicó que la subjetividad del tema amenaza cualquier criterio no sustentado científicamente.
“No me basta que alguien frente a un micrófono diga que los medios de prensa en Cuba no tienen credibilidad”, manifestó el actual director del Instituto Internacional de Periodismo José Martí, de La Habana.
“Puede ser una opinión interesante, pero me dice poco, tan poco como un directivo de un periódico diga que su medio se vende. Tiene que ser algo mucho más serio y elaborado para poder definir criterios de credibilidad”, estimó Terrero, defendiendo la investigación sociológica como una herramienta para despejar niveles de aceptación y recepción de contenidos de prensa.
De acuerdo con Terrero, cuyos criterios sobre la economía cubana han disparado más de una polémica en las audiencias, “la propiedad de los medios de comunicación no garantiza su credibilidad”.
“La credibilidad se da a partir de contrastar la información con la realidad y si hay puntos de coincidencia puedo asumir que es una verdad”, complementó García-Espinosa.
“Si contrastas y no es cierta la información, o una parte de ella no es cierta, también puedes asumirlo como una mentira y ahí el descrédito es fulminante”, agregó.
Entendida como parte de la gobernanza, la comunicación social rebasa el ámbito mediático para llegar a los territorios de las empresas y al entramado burocrático de las instituciones.
“El diálogo se establece eficazmente cuando la institución responde a las necesidades de las personas”, calzó Yaira Jiménez Roig, otra de las expertas invitadas al panel de Último jueves.
Para la directora de Comunicación del Ministerio de Relaciones Exteriores, “todo el mundo merece una respuesta, y por ahí pasa el diálogo con los ciudadanos y la credibilidad de la institución; y la credibilidad de los temas de los cuales se ocupa la institución”.
Dialéctica, redes e inteligencia colectiva
Uno de los peligros de la comunicación social es quedar a la zaga de los procesos gestionados en paralelo por la propia ciudadanía, tecnológicamente cada vez más empoderada.
Una Cuba inaudita hace tan solo un quinquenio, está en constante ebullición ideológica en las redes, generando contenidos diversos que van desde lo inopinado y banal hasta lo atendible, concienzudo y vanguardista.
Se trata de una inteligencia colectiva de la que el Estado deberá apropiarse y entrar en sinergia si no quiere quedar como un torpe observador de las circunstancias.
“La comunicación es un fenómeno muy cambiante y si diseñamos políticas de comunicación de manera férrea, con una estructura cerrada, van a quedarse obsoletas”, advirtió Rafael González Escalona, egresado de la facultad de Comunicación y otro de los panelistas invitados.
Desmonopolizar los medios
Gestor del magazín digital AM:PM, un foro de discusión sobre música en Cuba, González Escalona reclamó la creación de “vehículos a través de los cuales podamos revisar periódicamente ese tipo de política y que se devuelva a la ciudadanía para superar las trabas que tiene la gestión de la comunicación”.
El joven comunicador rechazó la posibilidad de privatizar medios periodísticos, pero defendió la idea de que en un país con dinámicas descentralizadoras como Cuba surja una zona intermedia entre lo estatal y lo privado, y se atienda la necesidad de un marco legal que ampare la gestión de “medios que van más allá del Estado o adscritos a determinadas instituciones”.
El artículo 55 de la Constitución aprobada en referendo este año sentencia el carácter estatal de “los principales medios de comunicación”, en cualquiera de sus soportes, lo que deja margen a un juego de criterios sobre medios alternativos que escaparían a la clasificación de principales. Sin embargo, la norma termina devorando esa posibilidad de negociación conceptual al dictar que “el Estado establece los principios de organización y funcionamiento para todos los medios de comunicación social”.
“Eso es una carencia y tenemos que seguir buscando mecanismos cooperativos”, dijo González Escalona en aras de un arcoíris mediático, todavía inexistente en la isla, que se parezca más al país que viene, ese que Fresneda intenta desentrañar, periódico en mano, en lo que se toma un café en las mañanas.