La redefinición de la misión de los Servicios de Ciudadanía e Inmigración de los Estados Unidos –en inglés US Citizenhip and Immigration Services (USCIS)– ha concitado titulares en todo el país a partir de un e-mail de su director, Lee Francis Cissna, a los miembros de su equipo, noticia reportada originalmente por The Intercept, plataforma de periodismo investigativo que desde su fundación en 2014 ha sido un verdadero dolor de cuello para los controladores de la información y el poder mismo.
“While it doesn’t expressly say it, it means that they aren’t customers, but aliens,” said one senior U.S. immigration official about the new mission statement. https://t.co/hZINeg6tra
— The Intercept (@theintercept) 22 de febrero de 2018
El cambio no es para nada irrelevante, toda vez que corta de un tajazo la idea de que Estados Unidos constituyen una nación de emigrantes, lo cual implica nada menos que saltar por encima del melting pot.
Esta noción tiene bastante aceptación en la cultura local desde fines del siglo XVIII y sobre todo desde su generalización, a principios del XX, después de una famosa obra de teatro (Israel Zangwill, Melting Pot [1908]) que subrayaba la contribución de culturas y orígenes étnicos diversos a una aludida “otredad” identitaria estadounidense.
De ahí el posicionamiento adverso ante la movida, desde luego con los liberales a la cabeza, no solo por sus implicaciones contrarias al multiculturalismo –que muchos de ellos defienden–, sino también específicamente políticas al denotar de manera inequívoca la perspectiva antinmigrante de la administración Trump.
En efecto, la misión previa establecía que la agencia estaba ahí para asegurar la promesa de Estados Unidos como una nación de inmigrantes al proveer “información exacta y útil a nuestros clientes, garantizando beneficios de inmigración y ciudadanía, promoviendo una conciencia y comprensión de la ciudadanía, y garantizando la integridad de nuestro sistema de inmigración.”
Como en un timonazo en U, la de ahora dice lo siguiente:
Los Servicios de Ciudadanía e Inmigración administran el sistema de inmigración legal de la nación, salvaguardando su integridad y promesa al adjudicar de manera eficiente e imparcial las solicitudes de beneficios de inmigración mientras protegen a los estadounidenses, aseguran la patria y honran nuestros valores.
La cobertura mediática del hecho suele pecar de omisa, no necesariamente en Fox News Channel y otros medios conservadores / protrumpistas –que desde luego alabaron la decisión– y por lo tanto obvia o no destaca de manera suficiente las credenciales y / o ejecutorias de Lee Francis Cissna, nominado por Trump el 8 de abril pasado y juramentado para el cargo después de una audiencia del Senado de la que salió airoso por un margen de 54 vs. 43.
Por eso The Washington Post ha hecho bien en destacar los orígenes de este hijo de inmigrante peruana, que pasó su infancia hablando español en casa y que, además, está casado con la hija de otra inmigrante, esta vez procedente de un país del Medio Oriente.
Ambos datos contrastan duramente con lo que declaró en aquella audiencia senatorial: “Nuestra familia es, literalmente, un producto del sistema legal de inmigración de nuestro país. En caso de que se me confirme, esta experiencia, indudablemente, iluminará todo lo que haga como director”.
Pero este petite apagón de la memoria no ocurre por generación espontánea, ni es un simple foul a las mallas, ni cosa de Freud.
Si se mira hacia atrás, la línea ascendente del nuevo jefe de USCIS no es muy distinta a la de cualquier individuo de su clase y pensamiento, desde obtener el Doctorado en Georgetown University Law Center, en Washington DC, hasta ingresar en el Departamento de Seguridad de la Patria (DHS, por sus siglas en inglés), llegar a director de Políticas Migratorias, para después funcionar (simultáneamente, a partir de 2015) como asesor del senador Chuck Grasley (R-Iowa), un verdadero halcón en materia inmigratoria.
De acuerdo con las malas lenguas, esas que siempre existen y lo filtran (casi) todo, Cissna le dio ciertos hierros para empezar a desmontar el legado de Barack Obama en estos dominios, en especial las órdenes ejecutivas sobre niños centroamericanos, solicitudes de asilo y otros temas/problemas de la hora.
Por otra parte, sus cavilaciones sobre las visas H-1B, que permiten incorporar a extranjeros calificados a la fuerza laboral nacional durante tres años, prorrogables a tres más, terminaron recomendándole al viejo político una idea clara y distinta: requerir que los empleadores contraten a estadounidenses primero, de manera que cualquier articulación con Make America Great Again dista de ser mera coincidencia. Y menos aún que nuestro hombre en el DC funcionara como asesor de la campaña presidencial de Donald Trump en políticas migratorias.
En el fondo, esto de la misión no es nada nuevo bajo el sol. La cultura de este país ha sido históricamente pendular con los inmigrantes, con actitudes que van de brazos abiertos a cerrazones paranoicas. Son como ciclos, y están estudiados. Lo que hoy se escucha a propósito de los mexicanos y el “peligro carmelita” no constituye sino una expresión de una nueva ola nativista –birth and soil, birth and soil!–, y se hizo antes con católicos, irlandeses, italianos, alemanes, chinos…
Pero es cuestión de Lola.
Para decirlo con aquella tonada de Richard Adler y Terry Ross en el filme Damn Yankees (1955): “whatever Lola wants, Lola gets”.