En La Habana Vieja se ha gestado en los últimos años un movimiento de estatuas vivientes que le agrega otra nota pintoresca y anecdótica a una ciudad que vive pendiente de su historia y trata de seguir respirando nuevos aires gracias a su vigorosa identidad.
Estos personajes ficcionan la realidad y nos traen al presente grandes figuras del ayer: el Caballero de París, eterno, el Pistolero, una suerte de vaquero modernizado, La Bruja, fabulosay llena de esoterismo, la Oruga, la Abuelita, la Giraldilla, el Violinista, el Boxeador y algunos más. Todos ellos parecen petrificados, no hablan, y se suman al entorno escenográfico en espera de llamar la atención y volver a nacer.
Entre estas estatuas vivientes sobresale un Hada. La vi por primera vez hace unos dos años a un pie del Palacio de los Capitanes Generales. Pensé, en ese entonces, que sus acciones físicas y la majestad de su representación la hacían diferente. Tras entrevistarla me di cuenta de que no andaba muy errado.
Beatriz Estévez González es alta, trigueña y de buena figura, además de locuaz y retadora. Estudió, sin una real vocación, la carrera de Derecho en la Universidad de La Habana, pero antes de graduarse ya pertenecía a un proyecto comunitario en el Reparto Eléctrico de Guanabacoa, donde vivía entonces junto a su familia. En este conjunto montó zancos e hizo un teatro infantil atractivo y lleno de moralejas. Estando ahí se enteró que Gigantería, el grupo de la agencia Caricato que reúne a los zanqueros de las comparsas de La Habana Vieja, iba a abrir unos talleres para formar nuevos miembros y aprovechó la oportunidad.
Con Gigantería vivió un proceso formativo que duró unos cuatro años, durante los cuales no solo se montó en altos palos, sino que también hizo pois, una temeraria especialidad parecida a los malabares circenses ejecutada con cadenas con fuego en la punta.
“Gigantería, lleno de ritmo, luces, colores, fue para mí una escuela. No obstante, hace más de tres años decidí buscar un camino propio y empecé a trabajar por mi cuenta como estatua viviente. Me puse un traje de nailon de diversos colores que estaba rematado por un cuello muy grande yusaba para mi dramatización una pluma de pavo real. En general, trataba de destacar la importancia de los materiales propios del reciclaje. Una vez pasaron por delante de mí unos diez niños y en coro empezaron a gritar: ‘¡Mira un hada!’… ‘¡Mira un hada!’… Luego, sin pensarlo mucho, me dije: ‘Esa será yo… ¡un hada!’. Y lo cumplí.”
¿Cómo se gestó tu nuevo proyecto?
El vestido y el gorro yo los tenía, las alas me las hice y así. Ya he cambiado el ropero tres veces. En este trabajo lo tienes que hacer todo tú: yo coso, pinto la tela, me maquillo y hasta ensayo. Empecé a trabajar en la esquina de Obispo y Mercaderes, frente al hotel Ambos Mundos, y luego, cuando al fin nos dieron permiso como figurantes en la Oficina del Historiador de la Ciudad, tras un buen tiempo sin ningún reconocimiento, decidí ubicarme en un lugar donde hubiera árboles, agua y plantas ornamentales: el parque Simón Bolívar, en Mercaderes y Obrapía, a un costado de la Casa de México. Enfrente funciona el Taller de Cerámica Terracota IV, donde tiene su reino Amelia, una artista plástica que me apoya a diario.
¿Cómo logras controlar tu cuerpo en los momentos en que te transformas en Hada y pasarte largos ratos sin mover ni los párpados?
Es una suerte de liturgia; debe practicarse mucho para buscar la maestría. Ubico mi mente en muchos lados en dependencia de lo que esté sucediendo. A veces tengo gente cerca haciendo historias, contando cuentos, y eso me nutre. En otras ocasiones caigo en un estado meditativo, de mucha calma, y busco la solución de un problema que cargo desde el día anterior. El asunto es no impacientarse, ni sentir la soledad, ni amargarse.
Suena la monedita y el Hada, que está inhiesta, detenida en el tiempo y el espacio, protagoniza una suerte de ritual muy hermoso…
El Hada vive el despertar de un sueño que puede haber sido largo o corto. A veces se asusta un poco, no abre ni lo ojos y se guía por lo que escucha, por los olores, por el tacto. Sus alas empiezan a abrirse poco a poco, mueve los brazos para abrazar al mundo, estira las piernas, bosteza un poco, trata de descubrir al amigo que echó la monedita y, tras lograrlo, lo mira, lo saluda, le hace una reverencia y con el corazón le desea que la magia de la paz lo acompañe, aunque el mundo a su alrededor se esté cayendo a pedazos.
Mi Hada no es un hada Campanita de Walt Disney, tierna, fina, suavecita, colorida. Es un hada más real y algo tosca que vive en el monte, en los árboles, en franca armonía con los animales. Junto a ellos corre, juega y trepa las ceibas. Es muy nuestra, muy cubana; nació, según la leyenda, de la primera sonrisa de algún bebé y no desconoce el amor, la ternura ni la candidez.
¿Existen antagonismos entre el Hada y tú como actriz?
(Ríe) “Bueno, el Hada, por ejemplo, es más jovencita que yo, con mis 28 años. Además, ella es parsimoniosa y yo hiperactiva. Me levanto temprano y resuelvo muchas cosas durante el día. Claro, yo la construí y hay coincidencias. A mí, al igual que a ella, me encantan los seres más desvalidos y las plantas. En mi casita de Regla, donde vivo ahora sola, tengo un pequeño jardín y no puedo vivir sin él.
El Hada ama a los niños y yo la sigo de cerca. A diario los pequeños del barrio me despiertan para que los cargue y los abrace. También me registran el bolso a ver si les traje caramelos y otras chucherías. Tanto el Hada como yo somos aventureras y fantasiosas.
¿Te sientes respetada por el público?
Sí, la mayoría de las personas entienden que se trata de una manera de hacer teatro, pero solo ven al personaje y a la actriz que lo encarna. Y eso no es todo. ¡Hay un enorme trabajo detrás y meses de entrenamiento! Pero el hecho de no pertenecer a ningún colectivo teatral me ha dado también la oportunidad y el tiempo para incursionar en otras áreas. Tejo a ratos y me arriesgo en la fotografía.
Eres ambiciosa, ¿no te gustaría hacer teatro de sala?
Por supuesto, necesito pasar por la experiencia. Quisiera que un director me zarandeara bastante arriba del escenario y me exigiera el máximo. No obstante, creo que el teatro de calle es más difícil, lleno de cavidades explotables. Al teatro dramático vas con una obra escrita, diálogos aprendidos y todo lo demás. Al revés, cuando te paras al aire libre es la gente la que te propone el juego –no siempre agradable. Entonces hay que apelar a lo espontáneo e improvisar. Y eso es espinoso.
Todos los días doy nuevos pasos, a pesar de que no tengo ni un local para guardar la utilería, soy nómada. Hemos salido en la revista Pionero, y la Agencia Francesa de Prensa me hizo una entrevista. El Hada se ha hecho presente, igualmente, en algún que otro documental. Me gustaría estudiar actuación, artes pláticas y todo lo que pueda. ¿Ego?… un poquito, ¡me niego a ser invisible!
es bella a mi me lleno de ternura mi hermana y yo nos retratamos con ella, gracias por su arte.
Excelente crónica una prueba más de que a pesar de los problemas la vida cultural en Cuba no se detiene.
BUENISIMO, GRACIAS CARRIÓ POR BRINDARNOS ESTAS INTERESANTES HISTORIAS, Y GRACIAS A ONCUBA POR DIFUNDIRLAS. BELLO PERSONAJE.
Los famosos mimos qué hay por todo el mundo. Particularmente los descubrí cuando residía en Chile y le parecía algo genial y sutil. Recuerdo varios de ellos en la Plaza de Armas. Se requiere gran formación artística y física para realizar con éxito dicho performance. Qué bueno que en Cuba se tome esa idea para de esa manera enriquecer las atracciones de lugares como La Habana Vieja.
Excelente texto que informa en torno a personajes que hacen la movida habanera…en particular este, escapado de nuestros cuentos infantiles.
Acabo de encontrar este articulo de Carrio por casualidad!,,,valiosisimo… a pesar de tanto deterioro. Esa Habana vieja de mi amigo Eusebio Leal, nuestro, patriarca indiscutible, es baluarte y refugio,hacedora de nostalgias y mucho mas, para el interior del hombre. Gracias Cancio por tu OnCuba. LB.