En Ciego de Ávila vivió hace años un personaje nombrado Casto Suárez Pérez, a quien todos los vecinos conocían por Tatico. Tatico tuvo varios hermanos, uno de ellos, Farruco, tendrá mucho que ver con la historia local.
Poseía Tatico un don especial para la música; alcanzó a ser platillero de la Banda Municipal. Espíritu bohemio por naturaleza, al concluir la retreta se iba al café El Ritz, frente al parque Martí, y se sentaba al viejo piano del lugar para pasar parte de la noche “descargando” entre libaciones. Además de estimado cantante, no era despreciable como compositor.
El amanecer lo sorprendía en la zona de tolerancia, compartiendo con las meretrices, pues su amistad con ellas era proverbial.
Añadiré que era muy querido de todos sus coterráneos por ese talante jovial y que poseía también un notable afán de superación. Al inaugurarse el Instituto de Segunda Enseñanza, fue a trabajar allí como bedel, y a su vez matriculó el bachillerato con sus casi 50 años. Con gran esfuerzo y disciplina se hizo bachiller en Ciencias y Letras.
Para dejar constancia de su bien ganado título, Tatico decidió tomarse una foto ataviado de toga y birrete. El retrato se lo llevó a su hermano Farruco, quien regenteaba una vidriera en sitio céntrico de la ciudad, donde se vendían estampas de santos, oraciones, ungüentos y muchos otros artículos. Desde ese momento estuvo colgado allí el cuadro como elocuente testimonio de su hazaña intelectual.
Tatico marchó a La Habana con la intención noble de hacerse doctor en Derecho. Su hermano Farruco falleció y el establecimiento fue heredado por un socio. El negocio entró en una etapa de declinación y el nuevo dueño no podía levantar cabeza a pesar de su tenaz empeño.
Un buen día se acercó a la vidriera una mujer de mediana edad que indagó por una estampa de San Juan Bosco, el milagroso y popular santo italiano. El propietario, que se las estaba viendo negras, le contestó: “Señora, nos queda tan solo una, pero como está dentro de un cuadro le va a salir más cara. Cuesta 5 pesos”. La dama, muy devota, aceptó la oferta.
Dos o tres años después del incidente, estaban en una amena tertulia varios amigos, cuando alguien les informó que en el reparto Vista Hermosa se celebraría esa noche un velorio de santo y estarían en abundancia la música, los comestibles y la bebida.
Al llegar a la casa del jubileo lo primero que vieron fue el altar dignamente engalanado con los atributos del caso, y en la cima la estampa del santo que se veneraba, nada menos que el retrato de Tatico Suárez con toga y birrete.
Nunca pudo imaginar aquel personaje que gozaría aquella noche, en un reparto avileño, de un momento único en olor de santidad.