Después de cuatro años de casados, Sandra y Lázaro se divorciaron en 2017. Lo hicieron porque no se querían “como antes” y ya no le encontraban sentido a seguir juntos. “Se acabó la magia”, dice ella.
Por suerte, explica él, no tuvieron hijos y todavía son jóvenes para recomenzar su vida.
Sandra tiene 25 años y Lázaro, 28. Ella dice que lo pensaría “muy bien” para volver a casarse, y él que, aunque no lo tiene en planes “por ahora”, si aparece la mujer “adecuada” no lo dudaría.
Ambos formaron una de las 32,183 parejas que se divorciaron en Cuba el pasado año.
El número, aunque inferior en poco más de 20 mil al de los matrimonios celebrados en el propio 2017, no deja de ser ilustrativo. Descubre que por cada pareja que se casó en la Isla ese año, se divorció poco más de la mitad de una (0,59): el registro más alto del último lustro y el segundo en diez años, solo por detrás del de 2009 (0,63).
Sandra y Lázaro no son entonces raras avis en un escenario demográfico signado por el envejecimiento poblacional, la baja natalidad y también por un descenso de las uniones legales.
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Para divorciarse, primero…
Aunque no drásticamente, la cantidad de matrimonios ha disminuido en Cuba en los últimos años.
Las 53,684 uniones legales que la Oficina Nacional de Estadística e Información (ONEI) contabilizó en 2017, representan la cifra más baja en la última década. La tasa de matrimonios por mil habitantes también es la menor del decenio (4,8) y una de las más bajas del nuevo siglo, solo por delante de las de 2004 (4,5) y 2005 (4,6).
Para la mayoría de los contrayentes, el del año pasado fue su primer matrimonio: 37,804 para los esposos y 38,515 para las esposas, que dominaron como novatas. En cambio, hubo ligeramente más hombres en segundas, terceras o más nupcias, lo que indica que los representantes del sexo masculino tuvieron más inclinación a repetir “la experiencia”, aun cuando la anterior hubiese fracasado.
Sin embargo, no se trató de una realidad homogénea. Mientras las mujeres resultaron más –e incluso mucho más– las desposadas en su juventud y primera madurez, los números de los hombres fueron subiendo a medida que crecía la edad del matrimoniado.
Así, por ejemplo, mientras 7,703 mujeres entre 20 y 24 años se casaron por primera vez en 2017, también lo hicieron 5,103 hombres de ese mismo rango de edad. La diferencia aumenta con la cifra de bodas: 455 por 136 en el caso de la segunda, y 24 por solo 2, para una tercera o más.
Entre los menores de 20, la distancia fue todavía más notable: 3,540 chicas se vistieron de blanco –si es que lo hicieron– contra apenas 880 chicos. Como es de suponer, la mayoría en primeras nupcias, aunque hubo segundos enlaces e, incluso, tres terceros siempre protagonizados por ellas.
En cambio, entre los 50 y 69 años los hombres fueron más: 4,995 por 4,078 mujeres en su primera “firma”; 4,875 por 3,606 en las segundas; y 1,348 por 846 en las terceras o más. Y la brecha fue aún mayor a partir de los 70 años: 1,609 hombres caminaron al altar –o a la mesa del notario– mientras solo lo hicieron 731 mujeres, más allá de su número de bodas previas.
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Por provincias, La Habana registró el mayor número (14,276) y también la tasa más alta por mil habitantes (6,7), teniendo como rasero el lugar de residencia de la mujer. En cambio, las provincias con los índices más bajos fueron Granma y Santiago de Cuba (3,2), Pinar del Río (3,6) y Las Tunas (3,9).
Como curiosidad, febrero fue el mes con el mayor número de matrimonios (5,379), a pesar de ser el mes más corto del año. Podría suponerse que es un dato previsible, por ser el llamado “mes del amor”, pero en realidad no es así porque en los años anteriores octubre (en 2014, con 6,865 y en 2015, con 5,491) y noviembre (en 2016, con 5,591) le habían arrebatado la simbólica primacía.
Más jóvenes, más longevos
Sandra y Lázaro se casaron jóvenes, pero “no unos niños”, según dicen. En 2013, cuando dieron “el sí”, 18,673 muchachas y muchachos entre 20 y 24 años –como tenían ellos por entonces– formalizaron un vínculo legal con otra persona, con independencia de la edad de su pareja.
Ese año se casaron en Cuba 122,892 personas –la mitad del sexo masculino y la otra mitad del femenino, pues todavía el matrimonio igualitario aún no es legal en la Isla–, por lo que el rango etario de Sandra y Lázaro ocupó aproximadamente el 15 por ciento del total. Por delante, solo tuvo el de los situados entre los 25 y los 29 años, el preferido por los cubanos para formalizar su unión –al menos– en los últimos tiempos.
Los menos inclinados a casarse en el último lustro han sido los mayores de 70, poco más de 2 mil por año entre hombres y mujeres, estadística comprensible si se tiene en cuenta que muchos llegan ya “enlazados” a esta edad y los que no, suelen ofrecer más resistencia a empezar de nuevo que los más jóvenes.
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En sentido general, todos los grupos etarios han mantenido una estabilidad en sus dígitos en esta década, a excepción de 2017 cuando la mayoría experimentó una visible caída. Los menos afectados, contrario a lo que podría pensarse, fueron los mayores de 50 y los menores de 20, que vieron reducidas sus cifras por muy poco.
El rango entre 50 y 59 años incluso se mantuvo sobre los 14 mil matrimoniados –uno de los más altos del abanico de edades–, confirmación de una tendencia que rompe estereotipos y lleva a las personas a contraer matrimonio en momentos avanzados de su vida.
Ese propio grupo tuvo la mayor cantidad de personas en segundas bodas (6,052) y también en terceras o más (1,546), tal vez por aquello de que “nunca es tarde…” Los cuarentones, sobre todo quienes andan entre 45 y 49 años, le siguieron los pasos a la hora de repetir.
En cuanto a las diferencias de edades –preferidas por los cotilleos– hubo de casi todo: desde una niña de 14 años casada con un hombre que pasaba los 50, hasta un joven de 18 que decidió unirse con una veterana de más de 70. También 199 muchachas entre 20 y 24 que aceptaron el anillo de cincuentones, y 52 de mujeres sobre el medio siglo que lo recibieron de muchachos en sus veinte tempranos.
Pero estos casos no fueron la generalidad.
Como norma, los cubanos se casaron con parejas en un rango de edad igual o cercano al suyo, con ventaja para los del sexo masculino a la hora de “atrapar” cónyuges más jóvenes.
Matrimonios celebrados en Cuba en 2017 según la edad combinada de los contrayentes
Los platos por la cabeza
Cuba muestra en la actualidad una de las tasas de divorcios más elevadas del mundo: 2,9 por mil habitantes, por detrás apenas de unos pocos países como Rusia, Estados Unidos, Ucrania, Dinamarca, Maldivas y Aruba, todos por encima de 3.
Sin embargo, lejos de dispararse, la cifra de rupturas legales se ha mantenido bastante estable en los últimos años. Incluso, 2017 fue uno de los años con menos divorcios en lo que va de siglo (32,183), solo antecedido por 2011 (29,709), 2012 (32,005) y 2016 (31,598).
Para que se tenga una idea, el registro del año pasado fue alrededor de la mitad del de 1993 (64,938), tope de los últimos cuatro decenios en Cuba con una tasa de divorcialidad de ¡6,0! por cada mil habitantes. La de los noventa fue, por mucho, la década con más divorcios en la Isla, pues casi todos sus años superaron la nada despreciable cifra de 40 mil.
Al lado de estos números, 2017 no tuvo nada de extraordinario.
Sin embargo, para nuestros protagonistas sí lo fue. Y también para las más de 32 mil parejas que los imitaron. Aunque para algunas debe haber significado más que para otras, atendiendo al tiempo que llevaban unidas.
Si seguimos la pista a esta variable, Sandra y Lázaro fueron una de las 5,738 parejas divorciadas en 2017 luego de permanecer casadas “de papeles” entre tres y cinco años.
Este resulta uno de los períodos críticos para los matrimonios cubanos: al menos en el último lustro exhibe el segundo mayor número de divorcios entre quienes han formalizado su relación en la Isla, apenas superado por el de los que suman más de 15 años de unión.
No obstante, resulta llamativo el silencioso incremento de los divorcios entre quienes llevan hasta solo dos años de casados, incluyendo los de quienes no cumplen siquiera el año de la feliz firma.
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El cuadro de las rupturas mostró también otras estadísticas interesantes: las mujeres que más se divorciaron el pasado año fueron las que se habían casado entre los 20-24 años (8,317), seguidas de las que lo hicieron entre los 25-29 años (6,158). En el caso de los hombres, sucedió lo mismo, aunque invirtiendo el orden: 7,198 entre 25-29 y 7,086 entre 20-24.
En cambio, a la hora de divorciarse los cuarentones fueron el grupo mayoritario (8,729 mujeres y 9,148 hombres), seguidos por los treintañeros (7,679 mujeres y 7,746 hombres) y los cincuentones (6,045 mujeres y 6,845 hombres).
Los contrastes de edad entre los esposos también tuvieron su repercusión a la hora de separarse: mientras solo 520 mujeres mayores de 70 recurrieron al divorcio en 2017, los hombres de ese rango etario fueron casi el doble (1,099), lo que demuestra que no solo los del sexo masculino suelen casarse con parejas más jóvenes en Cuba, si no también divorciarse de ellas.
Divorcios en Cuba en 2017 según la edad de la mujer y del hombre al divorciarse
La Habana, con 10,967 divorcios y una tasa de 5,1 fue, por mucho, la provincia en la que más separaciones hubo en esos doce meses. Solo Matanzas (3,4) y Artemisa e Isla de la Juventud (3,0), también estuvieron por encima del promedio nacional (2,9).
Marzo, con 3,092 rupturas, fue el peor mes para los matrimonios; mientras julio, con 2,244, fue el de menos platos por la cabeza.
Consensualmente
Los dígitos manejados por la ONEI solo incluyen las uniones y las separaciones legales. Dejan fuera, por tanto, una de las variantes más practicadas por las parejas en la Isla según los expertos: la unión consensual.
Aunque no se trata de un fenómeno nuevo en la sociedad cubana, su incidencia ha crecido en los últimos tiempos, en especial entre los jóvenes, lo puede ser un factor para la disminución en el número de matrimonios.
Sandra y Lázaro reconocen que no lo hicieron porque no les pareció necesario. “A cada rato él se quedaba en mi casa o yo en la suya, pero decidimos no vivir juntos completamente hasta que no nos casáramos”, explica ella.
Su caso, sin embargo, puede que no sea el más representativo. Incluso él, sabiendo cómo terminaron las cosas, piensa que “hubiese sido bueno probar un tiempo (una unión consensual), como hace mucha gente. A lo mejor nos hubiésemos ahorrado el divorcio”.
Dos indicadores dan una idea sobre este tipo de relaciones en la Isla: de las 53,684 bodas celebradas en 2017 en Cuba, 16,185 tuvieron como antecedente una unión consensual reconocida por los cónyuges. La cifra es inferior a la de 2016 (18,663), pero también lo es el número total de matrimonios (43,240). En cambio, el por ciento del total es similar al de los últimos años: 43,1.
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Un dato más revelador no tiene que ver directamente con los matrimonios sino con la natalidad: de las 114,971 mujeres que dieron a luz el pasado año en la Isla, apenas 19,358 declararon estar casadas, mientras 87,590 dijeron estar “acompañadas”, es decir unidas, pero no legalmente. Ello representa el 76,1 por ciento, lo que descubre que en la Cuba actual la mayoría de los hijos nacen de parejas no formalizadas ante la ley.
Lo que no permite conocer estos datos, es cuánto duran estas relaciones –con o sin hijos– y cuáles son otras variables significativas de quienes las prefieren sobre el matrimonio (edad, nivel escolar, lugar de procedencia).
Tampoco explican qué factores llevan a las parejas a preferir una unión sobre la otra, aunque las condiciones materiales, la experiencia y el cambio en la percepción social sobre las relaciones de pareja, sus roles y dinámicas, están entre los argumentos esgrimidos, según los especialistas.
En cualquier caso, las uniones consensuales son un elemento insoslayable en el escenario demográfico de la Isla, en el que la institución tradicional del matrimonio no tiene ya el mismo protagonismo de décadas atrás. Y, al parecer, así lo seguirá siendo.
No obstante, los cubanos no dejan de casarse año tras año. En notarías y palacios, en bodas fastuosas y en ceremonias íntimas. Con 20, 30, 50 o más de 70 años.
Pero también siguen divorciándose. Como para no perder la costumbre.