Eran la 1 y 35 de la madrugada y la fiesta en casa de “los Mayimbe” –los muchos de la cuadra- era “hasta que se seque el malecón”. Apenas puse la cabeza en la almohada, después de ver la película del sábado, cuando ocurrió el primero de los sismos. Eso pasaba en mi calle, cerca de la folclórica Avenida Martí en el barrio de Los Hoyos. La cama se movió durísimo hacia los lados durante muchos segundos, demasiados para algunos. Los Mayimbe seguían “descargando loco” cuando tembló por segunda vez y mami ya no aguantó más: “Tamara”, llamó a mi hermana… “sí, mami, tembló de nuevo”, le dijo su primogénita con esa calma que la caracteriza…”ven para acá, vamos a dormir juntas”. Era la 1:48 a.m.
A esa hora, perdido el sueño, lo que pocos santiagueros imaginaron es que los sobresaltos no pararían. Desde entonces ha continuado temblando y hasta las 12 del mediodía ocurrieron en Santiago de Cuba 305 sismos perceptibles. Continuamos viviendo lo que los científicos del Centro Nacional de Investigaciones Sismológicas (CENAIS) llaman una “situación sismológica anómala”.
Las calles y los parques se llenaron. La gente está desde la 1 y 40 o las 3 y media de la madrugada, cuando ocurrió el terremoto de 5.0 grados en la escala de Richter, en pie de susto. El parque Céspedes, la explanada del 26 de Julio, la Plaza de Marte. “¡Misericordia!”, ha exclamado más de uno. Parece un tema personal de la madre naturaleza con esta ciudad: sequía, temblores y para el martes, las lluvias.
Mientras tanto la gente llena de agua los pomos de 5 litros, desmonta los televisores, desconecta los electrodomésticos, recoge la ropa indispensable, linternas, pilas, radio, los medicamentos, abrigos, una colcha y los móviles con el cargador para cuando “llegue el fuerte”. Desde el terremoto de 1932, que muy pocos recuerdan pero está en el imaginario de todos los santiagueros, tantos temblores tan seguidos son la premonición del terremoto que debe estar cerca, porque la historia enseña que ocurren cada cien u ochenta años.
Mientras entran las llamadas desde el extranjero u otras provincias mis vecinos se acuerdan de los familiares y amigos que viven en los edificios: “la gente de los 18 plantas, esos sí los sienten fuerte”.
En su apartamento del piso 9 en la Avenida Garzón la cama de Jorge está pegada a la pared de su cuarto, pero es la primera vez en veinte años que siente un sismo en su casa: “Sentí todos y cada uno de los nueve –me cuenta a las 11 de la mañana-. Fue fuerte y largo y como a los 10 minutos el otro. Cuando bajé ya había pasado otro más. Yo sé que el edificio está hecho para aguantar sismos de hasta siete, al menos eso tengo entendido y como oscila, aquí me siento seguro. Ya te digo, yo bajé porque una vecina casi me tumbó la puerta para que no me quedara solo. La gente de los 18 de Garzón comenzó a subir como a las 4 de la mañana. Los demás no los he sentido porque estaba durmiendo. ¡No hay que preocuparse si con el Sandy, con una ventolera horrible, no pasó nada! ¿Quieres venir para acá?”.
Otro amigo me cuenta que en la residencia de la sede Mella donde hay dos edificios de 12 plantas los estudiantes, muchos de otras provincias del país, bajaron con los bultos de ropa y las laptops. Me comenta que cuando llamó al 113 para pedir los teléfonos del Partido, del puesto de mando de la Defensa Civil, las líneas estaban congestionadas. Imagínate, me cuenta, yo no subí antes de las 6 de la mañana porque aquí un señor mayor esperó a esa hora para ir a comprar el pan y cuando subió a recoger la libreta paró el elevador en su piso mientras la buscaba.
En el Centro Urbano José Martí (el Distrito) Elaine, una psicóloga, confiesa que aunque no padece de hipertensión se siente como si tuviera la presión alta. “Mi novio y yo acabábamos de llegar de la calle. Como vivo en un edificio pensé que era alguien que estaba corriendo por las escaleras y que por eso vibraba. Ya te digo a esa hora nos pusimos a comer, yo no le di importancia y con el segundo pensé que me estaban empujando la puerta de la casa y lo que me vino a la mente era que tenía que poner el otro pestillo, pero el biólogo (así le dice al novio) me dice que vio moverse los dos televisores y la lámpara del techo. Ya tú sabes, empezó la llamadera de la familia. A eso de las cinco muchos vecinos que habían bajado subieron porque había llegado el agua y regresaron a lavar. Yo por si acaso ando con la llave de la casa en el bolsillo.”
Guille en su casa de dos plantas del reparto Sueño se asustó porque estaba dormido, pero no se movilizó. “Mi esposa que con el sueño no tiene remedio siguió durmiendo. Pero llegó un momento en que era demasiado. La gente de mi cuadra salió para la acera, algunos con sus cosas, otros no. Hubo quien se fue para el polígono del 26 de Julio que es de las áreas despejadas. Aquello parecía una movilización para el campismo: las jabas, los perros. Tú sabes esto es un detonante y a las 9 el Marvy y otros mercados ideales estaban llenos, la gente se fue a comprar lo que se vende todos los días.”
El domingo continúa con una calma extraña. La vida de todos los días se lleva aparentemente. El santiaguero tiene stress postraumático: los recuerdos de los días del temblor de Haití, del temblor fuerte del 20 de marzo de 2010 y sobre todo del huracán Sandy.
Cada cual tiene una historia pintoresca o no que contar del 17 de enero de 2016. Sobrellevar 305 sismos, 12 de ellos perceptibles, en tan poco tiempo no es fácil. A Lisette en el reparto Flores le dio por bañarse a esa hora. “Me vestí y en la casa preparamos la cartera con las cosas de valor. A una vecina le dio por hacer arroz con pollo. Me voy a poner a cocinar, por si acaso, dijo. Nosotros hicimos café y mi abuela se vistió como si fuera a salir.”
Mientras las placas tectónicas de Norteamérica y el Caribe se acomodan sobresaltando a los santiagueros, Leydis Tassé solo me repite por teléfono que esto es terrible, terrible. “Y uno todavía se ríe. Cuando sentí el primero de anoche pensé que me estaba volviendo loca, pero los sentí todos hasta el de las 9 de la mañana. Ahora la gente está afuera, se van recogiendo poco a poco. Yo preparé mi bolso con cepillo y pasta como dice el personaje humorístico de La Llave. Mi abuela que llegó ayer del monte a visitarnos anda muy bien vestida, ella si durmió toda la noche. Pero la gente de los edificios de Rajayoga se quedó afuera hasta que amaneció.”
En El Caney Nilse se niega a regresar a la casa aunque Dayne, la hija, le explique que no pueden quedarse a vivir en los bajos del edificio. Karinés en el Distrito hace cálculos para irse a dormir con Pedrito en la plazoleta, por lo menos ya está junto a su hijo, su mamá y sus abuelos y no en La Habana, de donde acaba de llegar en la mañana. “Tengo el bolso junto a la puerta y al niño vestido. Y aunque los viejos están durmiendo yo sigo preocupada.”
Entre llamada y llamada, amigos que visito en las casas cercanas, alcanzo a ver el programa especial del telecentro. Saber que está temblando de manera perceptible desde el lunes 11 de enero y que hace dos días ocurrieron 57 eventos sísmicos no perceptibles por la población desata el misticismo, las cábalas. Los amigos llaman desde La Habana, Baracoa, Camagüey, Venezuela, Alemania. Yo sinceramente, no le tengo miedo a los temblores, pero lo único que pido a la Virgen y a las energías de la tierra es que pare de temblar para dormir esta noche en paz en mi cama; si mis vecinos me dejan…“¡hasta que se seque el Malecón!”.
Un artículo espasmódico, escrito bajo el fragor de los bruscos movimientos de tierra y el tronar de los amplificadores que vomitan reguetón a toda hora. Gracias por la crónica no precisamente roja y los testimonios de gente conocida y confiable. Si va cundir el pánico que sea al ritmo de la conga oriental, de madrugada. Negra, estás recuperando el toco sarcástico tan elaborado que tienes y padecen los que te rodean. Es la huella de la escuela de periodismo de la Universidad de Oriente. Espero que sigas así. Hasta que se seque el Malecón.
Mira, Daynet. Como tú vivo en Santiago de Cuba, en la telúrica y heroica y calurosa Santiago de Cuba. Aquí hay un puesto de venta de cerveza en la mismísima parada de la guagua. Lo de la cerveza sería lo de menos, el que quiera que se la tome; pero como mancuerna perfecta anda siempre acompañada de la música, lo que tampoco sería malo, pero anda esta desbordada en volumen y hora. Bla bla bla… combatir la indisciplina… bla bla bla… La prédica por un lado y la práctica por otro. A la hora del primer temblor del domingo a la una y tanto, allí estaba la musibulla, la eterna compañera, Yo le pegué un grito a mi padre y ya no hubo en mi casa quien durmiera. Estoy hecho leña El domingo fue una jornada dura, pero de algo estoy seguro: no es el primer temblor ni será el último. Y los santiagueros seguiremos, persistentes y amantes por nuestras calles empinadas. De otra cosa también: los “dueños de la música y del aire” son más fuertes y más persistente que los terremotos. Y volverá el bom bom bom a mis noches y madrugadas. Por aquí ya secaron el malecón.