Hacía varios años que la revista televisiva Una calle, mil caminos no estrenaba un buen número de teleplays en los meses de verano. Fue precisamente este 2020, lleno de adversidades, cuando pudimos disfrutar de seis nuevos materiales en el programa, uno de los mejores entre los espacios dramatizados de la televisión cubana.
Meses atrás, su directora, Magda González Grau, explicaba que la gran mayoría de los audiovisuales se grabaron entre enero y marzo de este año, antes de que todo se complejizara por la COVID-19. Ardua tarea, si consideramos que el más corto de los cinco filmes dura una hora, y que cada uno tiene diferentes repartos y escenarios.
Además, el formato de revista televisiva donde se incluyen entrevistas a actores, a especialistas de los temas a abordar y al público en general precisa más trabajo y coordinación por parte del equipo de Magda, quien lleva años tratando de mantener a flote dicho espacio a pesar de las carencias de producción que padecen estos materiales.
Asuntos como la homosexualidad entre mujeres adolescentes, el embarazo precoz, la maternidad y paternidad responsables, el suicidio, el racismo, la delincuencia, la continuidad de estudios y la discapacidad físico-motora, siempre en el ámbito juvenil, fueron algunos de los temas abordados cada semana en las tardes de sábado durante julio y agosto, que ahora podemos volver a apreciar en las noches por el canal Cubavisión.
Incluso en YouTube y otras plataformas digitales se pueden encontrar estos teleplays, para quienes se encuentren fuera de Cuba y quieran mantenerse conectados con parte de la realidad de la Isla a través de propuestas dramatizadas de excelente factura.
El equipo de guionistas y directores reunidos por González Grau este año destacó por abordar temas tan polémicos y complejos que no siempre se ven en los dramatizados nacionales, logrando conectar con la audiencia de manera eficaz, con un enfoque realista un tanto alejado del “edulcoramiento” y paternalismo acostumbrados de los espacios dramatizados en la televisión nacional.
Si bien esto ha sido una máxima en muchos de los teleplays mostrados en Una calle… a lo largo de los años, es válido resaltar también el tratamiento de dichos temas con especialistas, para mantener el punto didáctico y educacional que acompaña al programa, una de sus premisas desde que surgió.
Respecto a las propuestas de este 2020, resaltan, cuando se ven los créditos, el trabajo de las mujeres guionistas y realizadoras en los seis materiales. La mayoría, jóvenes, otro punto a favor del programa, pues necesitamos más espacios para que las nuevas generaciones puedan mostrar su talento.
Una vez más, sale a relucir el nombre de Amílcar Salatti (enhorabuena) en materiales audiovisuales cubanos, bajo la dirección de Joel Infante. Primero con Pasos firmes y con González Grau en Para toda la vida, dos de los teleplays más gustados por el público por las complejas historias que abordaron.
En el caso de este último, muchos agradecimos el final sin los clichés que por lo general encierran las producciones de este género audiovisual. Un final más aterrizado en la realidad y acorde a la línea que presenta el programa.
Sabemos que la vida no resulta siempre un “divino guion” en el que todos “fueron felices y comieron perdices”, como ocurre en telenovelas y muchos dramatizados cubanos, algo que se agradece entre tanto melodrama de turno en las producciones dramatizadas nacionales. Por el contrario, el esquema que a veces se repite en los filmes que transmite Una calle… no resulta cansino ni forzado gracias al coherente hilo narrativo de las historias.
Sucedió con Muerto por Carol, la más reciente retransmisión de esta semana, en la que el romance interracial entre dos cuasi adolescentes nos enseña que la realidad supera ampliamente a la ficción y nos hace bajarnos de esa nube ideal que suele acompañar al primer amor.
Carol y Rito, una niña “negra negra” y “un blanquito ahí” sufren el racismo de padres y abuelos, quienes, a pesar de los esfuerzos de los niños, sus amigos y profesores de la Casa de Cultura donde se desarrolla buena parte de la trama, siguen sin entender que el amor no razona en colores.
Además del conflicto racial latente e intrínseco en la sociedad cubana, Lili Romero (guionista) y Heiking Hernández (directora) nos muestran también cómo el machismo, el regionalismo y los roles de género devienen conflictos presentes en la Cuba actual. Aunque pretendan pasar desapercibidos para muchos, son cuestiones que necesitan mayor debate y entendimiento por parte de todos.
Otro de los teleplays que más llamó la atención de la teleaudiencia fue Luna Mía, donde dos adolescentes sufrían (porque fue más el sufrir que el amar) su relación homosexual, tanto en la escuela como entre amigos y familia.
Una vez más, dos mujeres en la dupla guionista-director (Olga Montes y Mariela López) asumieron tan problemático tema, aunque en esta ocasión, como sucede tantas veces en las propuestas audiovisuales para la televisión cubana, la temática de la homosexualidad llega suavizada, o más bien mitigada.
Resulta inconcebible que a estas alturas aún no podamos ver una escena con un beso entre dos personas del mismo sexo en la televisión cubana. En este caso, es más grave la cuestión, si consideramos que una de las escenas clave del conflicto resulta precisamente el primer beso de una de las protagonistas, suceso que engloba gran parte de la caracterización del personaje y la historia en común entre Luna y Mía.
A pesar de tratar una arista muy necesaria en los tiempos actuales, debemos ser más osados para que el mensaje sea más cercano al público, como en el caso de Muerto por Carol, Pasos Firmes y Resurrección, por solo citar algunos de los telefilmes donde el suicidio, el racismo y la delincuencia en la juventud son vividos por los personajes y estos se ven inmersos sin tapujos en ellos, tal cual sucede en la vida real.
Sin embargo, resulta válido el esfuerzo de todos los realizadores y del equipo de Magda González Grau, por sacarnos de la complacencia del dramatizado cubano y enseñarnos que se pueden hacer producciones nacionales de calidad para la televisión, pues talento hay.
Solo cabe añadir que, al igual que se exhiben estos filmes para la televisión, tenemos a disposición cientos de cortometrajes de esa cantera que ha sido (y esperamos que siga siendo) la Muestra Joven Icaic. Si bien con otras dinámicas y lenguajes audiovisuales más o menos alejados de los dramatizados, gozan de excelente calidad para que el público pueda disfrutarlos más allá del espacio de la Muestra, cada mes de abril, y de otros espacios como el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano.
Traer esas propuestas de manera recurrente a la televisión no solo enriquecería la maltratada y pobre parrilla televisiva nacional, sino que también sería otro mérito para los realizadores, quienes siempre se deben en buena medida a su público, ansioso por verse reflejado en la pequeña pantalla.