Al Chorro de Maíta, complejo arqueológico ubicado en el municipio de Banes, se llega a través de la serpenteante carretera que une la ciudad de Holguín con el mundialmente conocido balneario de Guardalavaca.
Unos seis kilómetros después de la playa, surcando las pequeñas elevaciones, se encuentra el primer cementerio aborigen de agricultores ceramistas descubierto en Cuba. Por las evidencias encontradas y la transculturación de las diversas formas de enterramiento se supone que existió en este lugar un contacto hindo-hispánico.
Desde el Chorro de Maíta, el paisaje enamora la sensibilidad de todo visitante. Una mezcla de tonos verdes y ocres, rematados con el azul del mar, conforma un espectáculo paradisíaco para los que gustan de dar rienda suelta a la imaginación creativa.
Según los especialistas, el sitio data de finales de 1440 hasta 1540, es decir, antes y después de la llegada de los españoles a Cuba. El nombre se justifica porque el cementerio se encuentra enclavado en el terreno de una antigua finca, perteneciente a una mujer conocida por “Maita”, y donde como capricho y regalo de la naturaleza, brotaba, y brota, un caudaloso manantial.
Pero lo cierto es que miles de cubanos y extranjeros llegan a este lugar tras la magia de compartir con el legado de los habitantes endémicos de la Isla, más allá del manantial o el privilegiado entorno.
Son muchos los misterios por descifrar en el Chorro de Maíta. Entre los hallazgos está un medallón de cobre -único en Cuba- propio de los venezolanos, quienes lo llevaban a la altura de la rótula y de los hombros. También apareció allí un resto europoide, cuya estatura de 1,76 centímetros sobrepasa la que promediaban los aborígenes, y piezas de una princesa de la cultura mexicana, a juzgar por sus atributos: un collar (joya única en la Isla) confeccionado con coral rosado, cuarzo, perlas, doradas cuentas bicéfalas y una cabeza de ave tallada igualmente en oro a la que llamaban Inrirri en la mitología aruaca.
Frente a El Chorro de Maíta, con solo cruzar el empinado camino, se tiene el contraste perfecto, un lugar donde sencillamente late la vida. Se trata de la Aldea Taína, donde habitan 38 esculturas humanas en su logrado entorno.
Las viviendas, caneyes, sitios de labranza, cocinas, piezas, utensilios, bajareques, un “vara en tierra”, y hasta objetos de juego y recreación, además de las vestimentas y los abalorios exactos transportan al visitante cinco siglos atrás a lo que pudo ser un día cualquiera para una familia de la etnia aruaca.
Quizás el logro mayor de la Aldea Taína es el hiper-realismo de las esculturas, o sea, la exacta deformación craneana, la perfilación del rostro y el rápido envejecimiento de aquel grupo humano que a los 45 años de edad ya era anciano.
Aunque en la década del 30 del siglo XX laboraron en la zona los primeros investigadores arqueólogos, no es hasta 1975 que el científico cubano José Manuel Guarch descubrió en El Chorro de Maíta el grueso de las evidencias junto a su esposa e hijos.
Así quedó demostrada la altísima presencia aborigen en la zona, lo que regaló a Banes el calificativo de Capital Arqueológica de Cuba, uno de los destinos preferidos de los vacacionistas que desandan la zona.