Era un pueblo de campo cualquiera. No vale la pena identificarlo porque seguramente esta historia se repite en muchos rincones de la Isla. Con la hecatombe de la URSS de finales de los 80 aprendí a jugar quimbumbia, aunque en honor a la verdad primero supe hacer el implemento. Esa fue mi única función cuando tenía cuatro años: sacarle punta en ambos lados a un mocho de palo.
Jugaban los más grandes de la cuadra y los pequeños espiábamos desde un costado. Nuestro honor radicaba en la durabilidad de la quimbumbia que producía cada uno. Cuando se cansaban los mayores, siempre alguno nos enseñaba los primeros pasos.
Así aprendí a golpear el palo- bola por una punta para que levantara el vuelo y después conectarla en el aire para que cayera lo más lejos posible. Alguien medía con el bate (un trozo cilíndrico y mediano de madera) y se iba sumando la cantidad del equipo.
Nada del otro mundo ahora que se ve desde la distancia. Pero en mi barrio pasaban las horas con la quimbumbia, y se sucedían las risotadas, y llovían las bromas, y se competía con rivalidad, y los equipos tenían nombres, y casi siempre el grito de mamá para el baño te atrapaba golpeando un palo con otro.
No estoy seguro pero creo que quise ser el Lázaro Junco de la quimbumbia antes que el Omar Linares de la pelota. Lo innegable es que cuando el golpe-palanca levantaba el mocho, la mirada seguía la trayectoria, el brazo se preparaba para el swuing, y ¡Chas! allá va eso, y cuentan, y lograste 30 palos, y te aplauden, y todos te saludan, y piensas –coño- que quieres batear un mocho toda tu vida.
Lo digo con todas sus letras. F-u-i f-e-l-i-z c-o-n l-a q-u-i-m-b-u-m-b-i-a, como toda mi generación de coterráneos campesinos. También lo fuimos –recuerdo- con los trompos, las bolas, las peleas de gallos con caracoles, el zumba-zumba (un artefacto que se hacía con una chapa aplastada y un cordel), los cortes de caña, los papalotes.
En un pueblo de campo cualquiera que no vale la pena identificar porque seguramente la historia se repite en muchos rincones de la Isla, murió el juego de la quimbumbia con la misma fuerza con que se aprieta el botón START o RESET, y los pequeños no saben cómo sacarle punta a un mocho de palo en ambos lados, quizás no les interesa porque no suena a nada del otro mundo. Pero sí es de otra galaxia el bicho que aparece en la pantalla del televisor, mientras sale el láser del súper rifle de un tal héroe, quien esquiva los ataques con destreza hasta que es alcanzado por una bola de fuego, y se lamentan con el mando entre las manos… GAME OVER.
Lo confieso: si hubiese existido el Xbox cuando la hecatombe de la URSS, seguramente fuera otra mi añoranza. En paz descanse, quimbumbia.