A todos —o casi todos— nos preocupa nuestra imagen. La belleza física siempre se ha considerado importante como atributo en la vida social. De hecho, el llamado “efecto halo” nos hace pensar que una persona hermosa podría tener potencialmente mejor trabajo, relaciones sociales más exitosas, una mejor relación de pareja. Los medios de comunicación, además, nos venden constantemente la trinidad de “belleza física, éxito y satisfacción” a través de anuncios, series y películas.
Por problemático que sea, exponernos a lo que consideramos bello, hermoso, activa el sistema límbico de nuestro cerebro, produciendo una hormona llamada dopamina. Esta es conocida como “el neurotrasmisor del placer” y resulta clave en la seducción, la sexualidad y el deseo.
La sociedad occidental moderna vive obsesionada por la cultura de la imagen. Fenómenos como el bullying o acoso se pueden unir a condicionantes personales como baja autoestima, miedo a la soledad o una personalidad perfeccionista y desencadenar un problema de salud.
Sin embargo, más allá de los patrones estéticos que condicionan qué y quién es considerado bello, perseguir la perfección en la apariencia puede ser peligroso.
Por otro lado, está demostrado que alcanzar un altísimo estándar de belleza o la imagen deseada, no garantiza bienestar o calidad de vida. De ahí que numerosos medios ahonden en las dificultades que tienen personas consideradas bellas, ricas y famosas para aceptarse como son.
En algunos casos llegan a padecer distintos grados de dismorfia corporal.
¿Qué es la dismorfia corporal o Trastorno Dismórfico Corporal (TDC)?
Se conoce como dismorfia corporal o Trastorno Dismórfico Corporal (TDC) la preocupación constante por defectos físicos corporales inexistentes, o apenas perceptibles, que genera gran malestar psicológico o un deterioro en la persona que lo padece. Afecta entre el 1,7 % y 2,5 % en la población general.
Las dos terceras partes de los casos han iniciado en la adolescencia.
Los expertos debaten hoy sobre cómo debe ser clasificada. Evidencia científica preliminar ha establecido que el TDC está relacionado con genes que participan en la producción de neurotransmisores, como la serotonina o la dopamina.
Así sucede con los Trastornos Obsesivos Compulsivos (TOC). De ahí que la tendencia sea a clasificar el TDC dentro del grupo. Los TOC se caracterizan por pensamientos incontrolables y recurrentes (obsesiones) y pueden llevar a quien lo padece a tener comportamientos repetitivos para aliviar la ansiedad, lo que se conoce como “compulsiones”. El ciclo, sin embargo, no hace sino reforzar el cuadro obsesivo.
¿Qué conductas caracterizan al TDC?
Los pacientes con TDC suelen pasar muchas horas preocupándose por los llamados “defectos percibidos”. Pueden estar localizados en la nariz, una cicatriz, la forma del pelo, el mentón, las piernas, la piel… Básicamente cualquier parte del cuerpo puede convertirse en un defecto percibido.
A menudo, creen que otros los observan o se burlan de ellos. La mayoría controlan y revisan su cuerpo muchas veces en el espejo; mientras que otros lo evitan. Un tercer grupo alterna entre ambas conductas. Además, es frecuente que comparen su apariencia con la de otros, y que presenten hábitos de aseo excesivo.
La búsqueda de aprobación y el intento de camuflar los “defectos” son otro signo del trastorno. Quienes lo padecen, en ocasiones, se dejan crecer la barba para ocultar cicatrices o llevan sombreros para ocultar una leve pérdida de cabello. Muchos se someten a tratamiento dermatológico, dental o quirúrgico. Sin embargo, estos no suelen satisfacerlos y, de hecho, pueden intensificar la preocupación en torno a la propia imagen.
La mayoría de las personas con TDC a menudo ven comprometido su funcionamiento social (laboral, académico, interpersonal). Algunos salen a la calle solo por la noche; otros no salen en absoluto. En casos muy graves, el Trastorno Dismórfico Corporal es incapacitante.
Otro riesgo es el suicidio. Alrededor del 80 % de las personas con TDC experimenta ideación suicida, y de un cuarto a casi el 30 % atenta contra su vida. Esto hace que la patología esté más asociada al suicidio que otros trastornos psiquiátricos.
“Dismorfia del selfie” y otras formas de presentación
Entre las distintas formas de presentación del TDC está la llamada “Dismorfia del selfie”. Como su nombre indica, está relacionada con la percepción de la propia imagen en los autorretratos. El fenómeno lo han impulsado las redes sociales y la posibilidad de manipular la imagen mediante aplicaciones, programas de edición y filtros. Podemos modificar nuestros labios, hacer más fina y uniforme la piel del rostro, rellenar un poco por aquí, reducir un poco por allá…
Se ha verificado incluso una tendencia algo difundida a someterse a cirugías estéticas inspiradas en filtros y aplicaciones de edición de imagen.
En principio, no habría problema. Pero nuestro cerebro no está preparado para “tanta belleza”. Y nos impulsa a generar artificial y compulsivamente imágenes propias con las que nos sintamos siempre “mejor”. El problema surge cuando nos miramos al espejo y seguimos siendo los mismos.
El TDC provoca que algunas personas limiten sus salidas o que busquen cubrirse. Terminado el peor momento de la pandemia, algunos continúan llevando mascarilla, no tanto por temor a contagiarse de ningún virus como para ocultar su rostro.
La disconformidad podría ser responsable de que algunos decidan optar por la cirugía estética. Pero los jóvenes no suelen tener el dinero ni el beneplácito de sus padres para pasar por el quirófano con estos fines. De ahí que solo pueden seguir echando mano de las redes sociales; lo que perpetúa el círculo vicioso. En ocasiones, el problema puede adquirir dimensiones importantes.
Otra forma de presentación de la TDC es la dismorfia muscular, mal llamada “vigorexia”. El término a muchos especialistas no suele agradarles porque, de alguna manera, relaciona la enfermedad con el vigor y la salud.
La dismorfia muscular es una derivación del trastorno que hace que personas —mayoritariamente jóvenes— consideren que su cuerpo no es lo suficientemente musculoso.
Quienes lo padecen se enfocan de manera obsesiva en su desarrollo muscular. Aparenta ser una forma de vida saludable; pero puede conducir a conductas enfermizas como el consumo de esteroides y la modificación de la dieta como atajos para alcanzar objetivos que, de otra manera, serían imposibles de lograr a corto plazo.
Otra forma de dismorfia es la relacionada con los tatuajes. Encuestas recientes señalan que una de cada tres personas que se hicieron un tatuaje se arrepienten. En algunos casos se obsesionan y el arrepentimiento se convierte en el centro de sus vidas. La solución no siempre es sencilla; algunos recurren a tatuadores para que los cubran; otros, a costosos y dolorosos tratamientos con láser.
Tratamiento del TDC
El tratamiento suele ser complejo. Parte de que la persona tiene una idea de sí misma severamente distorsionada, al punto de ser capaz de “ver” cosas que no existen. En esas condiciones resulta difícil que comprenda que tiene un problema que no está en su aspecto sino que padece un trastorno psicológico o psiquiátrico que requiere tratamiento.
Por esto, la familia y los amigos son fundamentales. Son los primeros que detectan cualquier conducta anormal: la obsesión con el cabello, con una peca o con el peso; con una intensidad fuera de lo común. Sería el momento de hablar y sugerir a la persona que busque ayuda terapéutica.
En los casos más graves son necesarios antidepresivos e inhibidores de la recatapción de serotonina. Subvalorar la patología puede traer resultados desastrosos para la vida de quien la padece en primer orden, y para sus seres queridos como consecuencia.