El auto, marca Ford, estaba listo para lanzarse escalinata abajo. El conductor había decidido manejar por la calle escalonada para demostrar sus habilidades de buen chofer. Fue así como el automóvil, dando saltos, descendió los 52 peldaños de la Escalinata de Padre Pico. Nadie recuerda en qué condiciones quedó el Ford, pero, más de un siglo después, la escalinata sigue ahí para hacernos el cuento.
Las empinadas cuestas, propias de la anatomía que caracteriza a Santiago de Cuba, hicieron de las calles escalonadas una necesidad. Los peculiares escalones se convirtieron en un alivio para quienes tenían que andar loma arriba, loma abajo.
Varias escaleras pequeñas separan las partes alta y baja de la ciudad, como las del Callejón Santiago y la de la Virgen, pero ninguna supera en tamaño y originalidad a la escalinata de Padre Pico, símbolo de la villa y la más famosa calle escalonada de Cuba.
Cada peldaño podría contar una historia; a diario centenares de santiagueros ascienden los escalones en su camino a la escuela o al trabajo. El recorrido es obligatorio para quienes deseen entrar o salir del barrio El Tivolí, uno de los escenarios principales del carnaval de Santiago.
La estructura fue construida en 1899 bajos los auspicios del alcalde Emilio Bacardí, quien propuso el nombre de Padre Pico, en honor a Bernardo del Pico, sacerdote católico muy apreciado por los habitantes de la villa debido a las labores benéficas que realizaba.
La escalera es una prolongación de los hogares. Cuando comienza a bajar el sol es común que algunos vecinos coloquen una mesita en un descanso de la escalinata y se reúnan a jugar dominó. Otros prefieren acomodarse en un escalón para contarse los sucesos del día.
También hay quien se dirige a Padre Pico con el único objetivo de apreciar la belleza de la que fuera la primera capital de la Isla. La cima es un mirador natural de vistas preciosas: la ciudad vieja con su arquitectura colonial, el rojo quemado de las tejas francesas marcando la línea de la calle y, siguiendo el camino hacia el horizonte, las aguas de la bahía que han visto florecer a Santiago.
Ya a nadie se le ocurre conducir un auto por la pendiente escalonada, aunque, de vez en vez, algún patinador arriesgado se desliza por los peldaños haciendo piruetas. Pero, eso sí, todos los que la han visto, subido y bajado, recuerdan la Escalinata con cariño. Pocos son los visitantes que logran resistirse a recorrerla. Al parecer, ya sea iluminados por el sol o la luna, los escalones desprenden cierto hechizo que encanta a todo el que se acerca.