Si hoy hablamos de bata, probablemente pensemos en aquellos vestidos que utilizan nuestras abuelitas para andar por casa. Pero si mencionamos la bata cubana quizás muchos piensen en la sensualidad y elegancia que desprendían la vedette Rosita Fornés o la inolvidable Celia Cruz al subir el escenario.
En efecto, la bata cubana era la prenda que escogían las damas de la Isla para sus presentaciones en público, entre ellas artistas y cantantes famosas como Rita Montaner, Olga Guillot y Maruja González, o la Reina del Guaguancó, Celeste Mendoza.
Las batas, con sus escotes profundos y ceñidos, envolvían a sus portadoras en un hálito seductor. La tela se ajustaba a las curvas de las criollas, con el talle marcado en la cadera, y las finas líneas continuaban en una profusión de vuelos, sin paraderas, hasta terminar en una larga cola. Estos vestidos, de amplias mangas, eran adornados con cintas, puntas de encaje y entredós, pero siempre con sencillez. De esta manera producían un efecto de lujo, ni aparatoso ni muy rebuscado, pero profundamente sensual.
La bata cubana surgió, como casi toda la cultura de la Isla, de una mezcla de elementos foráneos. Por un lado las particularidades del vestuario de las tonadilleras y bailarinas españolas, por el otro la robe de chambre o déshabillé nacida en Francia. Las damas francesas habían creado una bata para andar por casa, un vestuario cómodo y elegante, sin los instrumentos de tortura de la época: los corsés asfixiantes, el miriñaque y las capas de telas y adornos.
A fines del Siglo XIX, una época en que la moda imponía un vestuario en conflicto con el calor, las señoras cubanas comenzaron a utilizar prendas similares a las francesas, pero diseñadas con fino hilo, tejido fresco que les permitía sentir en la piel la brisa del trópico que ascendía desde los patios coloniales. La tela era enriquecida con alforzas e incrustaciones de encaje.
Con el tiempo este estilo se fue haciendo popular. Hoy podemos encontrar por las calles de la Habana Vieja muchas vendedoras de flores que portan vestidos similares a los de aquella época.
Las artistas y cantantes cubanas fueron adoptando un vestuario escénico que tomaba muchos elementos de aquella bata criolla de andar, sobre todo las rumberas. A medida que el siglo avanzaba, la forma de vestir femenina evolucionó, descubriéndose cada vez más el cuerpo de la mujer, por lo que la vestimenta de los centros nocturnos se hizo cada vez más audaz.
El traje de rumbera se fue transformando hasta convertirse en dos piezas, ajustador y pantaloncito, casi siempre bikini. De la bata desapareció también la manga, quedando solo los amplios vuelos fijados al antebrazo y la cola, semejante a una gruesa serpiente de hasta tres metros, que danza junto a su dueña. Ese es el vestuario que vemos hoy en los desfiles del carnaval o en los shows del cabaret.