Para los expertos resulta unánime comenzar esta saga por César Romero, no solo por su condición de gran estrella en la Edad Dorada de Hollywood sino porque era el hijo de María Mantilla, la hija espiritual de José Martí, y del Comandante del Ejército Libertador cubano Julio César Romero.
De fuerte imagen, (más de seis pies de estatura y apuesto) al estilo de Rodolfo Valentino y Ramón Novarro, Romero descolló primeramente como bailarín en Broadway, en 1927. Su físico exótico fue potentemente explotado desde su llegada a Hollywood, donde debutó en 1933 con The Shadow Laughs. Podía aparecer lo mismo de gánster o amante latino. Como Clark Gable jamás renunció al bigote, en aquella época en que la meca del cine estaba considerada también como la meca de los “modelos exclusivos” pues nadie se parecía a nadie y cada actor o actriz trataba de acentuar algún rasgo de su personalidad que lo desmarcara del resto.
La voz nasal de Humphrey Bogart, la mirada de Greta Garbo, la media sonrisa de Errol Flynn, los brillantes ojos azules de Marlene Dietrich, que revelaban mil sugerencias a la vez o el grueso tabaco de Edward G. Robinson son como botones de muestra de aquella costumbre.
Romero trabajó con grandes estrellas como Shirley Temple, Carmen Miranda, Betty Grable y Tyrone Powers. Y junto a este último, después de que juntos rodaran El Capitán de Castilla, protagonizó un famoso vuelo pilotado por el astro de El cisne negro que los llevó a Cuba y a la barra del Slopy Joe´s, a un costado de la actual sala de Arte Cubano del Museo Nacional de Bellas Artes.
Fue el gran protagonista de 1939 a 1942 de seis películas de la serie Cisco Kid, basada en la historieta del dibujante argentino José Luis Salinas y también del filme histórico Hernán Cortés y a mediados de los 50 del pasado siglo formó parte del gran elenco de la superproducción Veracruz, con Gary Cooper, Burt Lancaster, Sarita Montiel, y Jack Elam.
Romero fue el primer Joker de la serie Batman, rol que mucho después desempeñaría por todo lo alto Jack Nicholson en el filme homónimo de Tim Burton.
Se cuenta que como el Joker no usaba bigotes César Romero autorizó a que le colocaran un maquillaje blanco para disimularlo.
Su estrella jamás decayó porque era un sólido ícono de Hollywood y participó en películas y series de televisión hasta 1977, para luego reaparecer en la gran pantalla en 1985 en Flesh and Bullets.
En 1980 trabajó como actor invitado en la famosa serie Falcon Crest y su último filme antes de morir en 1994 fue Simple Justice.
En 1953, el corresponsal de Bohemia en Nueva York, Vicente Cubillas (fundador del periódico Granma) lo entrevistó a propósito del filme La Rosa blanca, que dirigió el célebre realizador mexicano Emilio “El Indio” Fernández, en ocasión del centenario del nacimiento martiano.
Romero se quejó de que su madre no fuera consultada sobre una película sobre el Apóstol de la Independencia de Cuba, siendo ella la única persona viva con una relación tan estrecha con el héroe.
También estimó que el guión debió estar basado en el libro de Jorge Mañach Martí el Apóstol, o el que redactó Blanche de Baralt.
César Romero relató que su madre decía que Martí hablaba fluido y en tono bajo, jamás esgrimió una frase violenta aunque había mucha intensidad en todo lo que decía.
Asimismo, reveló que le habría gustado encarnar en la pantalla al que llamó “mi abuelo espiritual”, pero tenía en contra el no hablar el español fluido, su corpulencia y alta estatura (1,94).
No obstante elogió el trabajo del actor mexicano Roberto Cañedo y la dirección de “El Indio” Fernández.
Orestes Matacena, uno de los más renombrados intelectuales cubano-americanos, actor, escritor, productor, director y animador cultural, logró la hazaña de sostener contra viento y marea sus raíces cubanas en Estados Unidos. Se le conoce internacionalmente por sus papeles en The Mask, junto a Jim Carrey, y por Wild Wild West, en la compañía de Will Smith, Kevin Kline y Kenneth Branagh.
Yo tuve la dicha y el privilegio de conocer a César Romero en una recepción que dio el matrimonio. Su porte era lo que uno espera ver en una estrella de cine. Era más grande que la vida en sí. Esa recepción íntima estaba llena de estrellas y el único que relucía como un sol era César Romero. Recuerdo que en su dedo meñique izquierdo portaba un anillo.
Me acerqué al grupo donde César Romero se encontraba y comencé a departir con ellos. En un momento dado le dije que yo era cubano. Él se sonrió, me tiró el brazo por arriba y le dijo al grupo de estrellas y personalidades: ‘Esto es lo que me encanta de Cuba. No hay manera de saber cómo luce un cubano. Los hay como Orestes, rubio de ojos azules, y los hay trigueños como yo, chinos, mulatos y negros.’
Yo metí la cuchareta y dije: ‘Creo que todavía queda una familia de indios siboneyes cubanos.’ Y César Romero siguió: ‘La diversidad del cubano es completa. Como la de los americanos.’ Y yo agregué: ‘Después de todo, eso es lo que somos: americanos.’ Todos se rieron y yo seguí: ‘Los primeros hippies del mundo salieron de Cuba, no de California. Fueron nuestros indios siboneyes. Vivían en comunas, no tenían caciques ni gobierno que les dijeran lo que tenían que hacer. Bueno, quizás la mujeres.’ Todos se echaron a reír y yo seguí: ‘Cuando se levantaban por la mañana, se estiraban un poco, iban para el río y se metían hasta que el agua les diera por el cuello; se ponían la mitad de una güira en la cabeza y esperaban a que un pájaro se posara en la güira. En el momento en que el pájaro se posaba en la güira, lo agarraban por las patas y regresaban a la comuna. Le daban los pájaros a las mujeres para que los cocinaran mientras ellos fumaban un par de tabacos.’ César Romero agregó: ‘Por cierto, nosotros los cubanos fuimos los primeros fumadores del mundo.’ Fue una velada exquisita. Otra cosa, jamás en mi vida he visto a una estrella brillar más que César Romero. Él fue único.