¿Mal-criar o bien-criar? Reconocer la crianza respetuosa

Cuando se trata de crianza, los padres nos enfrentamos a muchas incertidumbres. Es fácil creer que alguien siempre lo estará haciendo mejor.

Desarrollando funciones de atención mediante un juego didáctico en donde el niño no sienta que está “trabajando” en construir una habilidad. Foto: cortesía de la autora.

En la era de la información en que vivimos, criar se ha vuelto una tarea ardua. No es que antes no lo fuera, solo que no sabíamos o no teníamos forma de comparar o medir cómo lo hacíamos más que comentándolo con alguna amistad o persona cercana. Gracias a los medios de comunicación y la fuerza de las redes sociales, las teorías y métodos de crianza se han diseminado y llegado a mayor cantidad de hogares. A veces lo que se divulga es información muy valiosa. Otras, cierta o total desinformación o descontextualización que nos lleva a cuestionarnos y comparar nuestro proceder como cuidadores con el de otros padres y madres.

En mi página de Instagram, espacio en el que comparto contenido sobre técnicas y métodos que utilizo en mis sesiones de terapia infantil, usando el método ABA —del que hablaré más adelante— así como en el día a día de la crianza de mi hija, recibo disímiles comentarios y mensajes.

Hace unos días un papá me preguntaba: “¿Gretel, ahora tengo que ser psicólogo para criar a mis hijos?”.

Su comentario, que quizá fue broma, encierra la incertidumbre que enfrentamos hoy quienes tenemos hijos. Nos cuestionamos si estamos criando bien a nuestros pequeños o nos recriminamos porque es fácil caer en la trampa de imaginar que alguien siempre estará haciéndolo mejor.

La autocrítica viene nada menos que del deseo de proveer una crianza cada día mejor, intentando que nuestros métodos faciliten un desarrollo óptimo de las capacidades de nuestros hijos para su futuro éxito y bienestar como adultos.

Evidentemente, la respuesta a la pregunta de aquel padre es no, no se necesita ser psicólogo para criar, pero ciertas herramientas pueden servir de gran ayuda.

ABA: la terapia enfocada en el respeto 

ABA es un tipo de terapia conductual que comenzó a desarrollarse en los años 60 por el psicólogo clínico Ole Ivar Lovaas. Desde entonces, las formas de aplicación de la técnica han evolucionado para garantizar una práctica respetuosa y hacer énfasis en el uso de reforzadores de la conducta que queremos promover.

No obstante, los principios ABA son aplicables a todos, incluidos los adultos. El método permite ayudar a cualquier persona y está científicamente validado para trabajar en particular con personas que presenten necesidades educativas especiales.

Los principios son: reforzamiento, castigo y extinción. La teoría plantea que el comportamiento es controlado por sus consecuencias, de esta forma, el refuerzo a la conducta es aquello que ocurre inmediatamente después de que la conducta tiene lugar y aumenta o fortalece el comportamiento que le precede. Mientras, el castigo, que igualmente ocurre inmediatamente después de la conducta realizada, hace que esta disminuya o se debilite. La extinción, por su parte, provoca de igual manera que el comportamiento desaparezca, pero la implementación es diferente, dado que en este principio no se recibe nada a cambio cuando la conducta se realiza, por lo que tampoco nos esforzamos en volver a realizarla una vez vivimos varias experiencias sin respuesta alguna.

Estos principios se dan en todas las áreas de nuestra vida cotidiana y van moldeando nuestra conducta. Nuestra audiencia (que puede ser una sola persona) va guiándonos sobre nuestros actos. Cuando ponemos una foto en Instagram y alguien le da un “me gusta” está reforzando nuestra conducta relacionada a la publicación de fotos, lo cual quizá incremente nuestra disposición de seguir publicando fotos similares. Si nos ponen comentarios que nos resultan desagradables o nadie da like, poco a poco la conducta (publicar fotos) tenderá a disminuir o cesar. Evidentemente hay otros factores que influyen, pues los seres humanos somos complejos, solo estamos hablando en términos de ABA.

Pero, ¿cómo pensar estos principios en el ámbito de la crianza? Si hablamos de criar a nuestros hijos, de alimentarlos, llevarlos a la escuela, al médico, vestirlos y asearlos, estaríamos cubriendo necesidades fisiológicas, cognitivas y sociales y eso la mayoría sabemos hacerlo. Sabemos que son necesidades que deben estar cubiertas y que la responsabilidad de satisfacerlas es nuestra. Ha sido así por muchos años y así se ha trasmitido de generación en generación. Es “lo normal” cuando pensamos en nuestros deberes como padres.

Mientras, el área emocional ha quedado un tanto olvidada en esta trasmisión de conocimientos. Creemos que el niño o la niña debe saber regularse emocionalmente y debe comportarse naturalmente de acuerdo con las normas sociales establecidas. Olvidamos que su cerebro está en pleno desarrollo, que la integración neurológica que une la lógica a la emoción aun no está en funcionamiento óptimo y que la zona prefrontal (encargada de ese control emocional) está en incipiente desarrollo. Una vez entendemos cómo va desarrollando su cerebro, podemos intervenir de una forma respetuosa y efectiva.

La sociedad valora enormemente el desarrollo cognitivo; es decir, lo que enseña la escuela, lo relacionado al hemisferio izquierdo del cerebro, la estructura, la lógica, el orden. Mientras, el hemisferio derecho, encargado en su mayoría del procesamiento emocional, desestructurado, artístico, queda relegado. Creemos que esa parte debe aprender a desarrollarse sola (a final de cuentas es desestructurada, emocional y creativa, caótica).

Es precisamente desde esta integración neurológica entre hemisferio izquierdo y derecho donde se estaría trabajando en una educación respetuosa y consciente en nuestros niños. Sería “enseñarles a navegar en equilibrio entre el rio del caos y la rigidez”, parafraseando a Daniel J. Siegel y Tina Payne Bryson en su libro El cerebro del niño.

En el proceso de aprendizaje debe haber conexión y seguridad. Si el infante no se siente seguro y conectado con la persona que le está brindando el aprendizaje, aprenderá mecánicamente la lección. Puede que la entienda, pero, como enseña la Psicología, una cosa es sentido y otra el significado.

Durante mis sesiones de terapia, así como con mi hija, cuando quiero presentar cualquier actividad que conlleve aprendizaje lo primero que priorizo es ese rapport, un momento de conexión con el menor y sus intereses. Permito que explore y que me enseñe (si quiere) lo que está haciendo y lo que le llama la atención. A veces no me deja entrar en su juego y prefiere hacerlo de forma autónoma (muchas veces sucede así); pero, poco a poco, presentándome junto a objetos que pueden ser interesantes para él/ella, se va generando una alianza en donde tengo cosas que le gustan (juguetes, ganas de jugar o actividades interesantes) y de esta forma me convierto en un ente con potencial reforzante de su comportamiento pues, cuando estoy, aparecen todas estas posibilidades.

Ofreciendo reforzador (dinosaurios) luego de terminar una tarea. Foto: cortesía de la autora.

El niño comienza a interesarse por mi presencia, comienza a desear que yo esté, pues esto le permite tener más acceso a actividades que disfruta. Pero no ocurre de un día para otro, lleva tiempo y requiere encontrar aquella actividad u objeto que le interesa y que hace nuestra presencia deseada. La magia ocurre cuando aprendemos a leer su necesidad y la satisfacemos.

Luego de crear esta conexión (a veces me toma los primeros 15 minutos de cada sesión, a veces más), me enfoco en integrarme en su juego (hasta donde me permita) y comenzar a “jugar” para acceder a esa zona de aprendizaje que estoy buscando.

El juego es el instrumento más importante de la terapia ABA y la forma en que el pequeño descubre y aprende de su entorno, lo cual podemos aplicar también a nuestra práctica de crianza diaria. Una vez se establece la conexión por mediación del juego o su actividad preferida (para ese día al menos) ya no somos unos extraños, nos convertimos en alguien que los comprende y está en sintonía con ellos.

El bien-criar, un paso hacia la crianza respetuosa

La crianza respetuosa es un modelo que escogemos muchos padres, a veces a partir de experiencias individuales que no queremos reproducir con nuestros hijos, instintivamente o luego de buscar información sobre estilos de crianza y sus distintos resultados. Puede ocurrir al inicio o a mitad de la crianza, justo cuando descubrimos la magia que provocan el respeto y empatía por nuestros hijos, la misma que hubiésemos querido experimentar nosotros cuando miramos atrás y nos reencontramos con la niña o el niño que fuimos.

Es un tipo de crianza que se basa en el establecimiento de vínculos afectivos y emocionales entre el niño y su cuidador. Es un estilo educativo que tiene en cuenta al pequeño desde un punto de vista emocional y de desarrollo neurológico. Acepta las carencias y las fortalezas de la edad para construir una relación de respeto entre ellos y los adultos. Elimina los sistemas verticales de liderazgo y orientación, sin que esto afecte la dirección y cuidado en la crianza.

Muchos piensan que la crianza respetuosa significa ser permisivos, dado que el modelo de crianza bajo el que crecimos quienes somos padres hoy solía basarse en castigos, jerarquías y guerras de poder para demostrar al niño o la niña (hoy nosotros) quien mandaba. Era más importante el rango jerárquico que la conexión.

Pero los tiempos han cambiado, incluso en centros laborales la verticalización ha sido reemplazada por un modelo más horizontal de dirección, existen límites y dinámicas de supervisión que hay que respetar, pero la enseñanza ocurre a través del modelado y la guía. 

Actualizándonos en tema de crianza positiva y disciplina consciente. Foto: cortesía de la autora.

En el ámbito de la crianza, aquella que llamamos de respetuosa se basa en respetar al niño y su desarrollo, estableciendo los límites necesarios para su cuidado y bienestar. Tiene su origen en la Teoría del Apego del psicoanalista John Bowlby. Su principio más importante declara que un recién nacido necesita desarrollar relación con al menos un cuidador principal para que su desarrollo social y emocional sean normales. El cuidador principal es quien cubre sus necesidades básicas de supervivencia. La relación de apego que surge por defecto marca la pauta de las futuras relaciones del individuo, con otros y consigo mismo. Entendido esto, la primera relación que, como padres, debemos fomentar, es la de seguridad y cuidado.

Hace unos días leía una frase del Dr. Carlos González (pediatra) que decía: “Malcriar a un niño es pegarle, insultarlo, ridiculizarlo, ignorar su llanto. Por el contrario, hacerle caso, cogerlo en brazos, besarlo, consolarlo… son y siempre han sido BIEN-criar”.

El apego y la crianza respetuosa van de la mano. La primera relación de respeto que nuestros hijos experimentan es la que le ofrecemos padres y cuidadores. Cuando el niño llora (porque es el único recurso que tiene/encuentra en ese momento) y lo cargo en brazos y le ofrezco seguridad (reforzador), sabrá que cada vez que llore yo estaré ahí, y sí, es algo que quiero que sepa, quiero que confíe en que estaré siempre que se sienta angustiado, por el motivo que sea.

En una sesión informal desarrollando habilidades sociales. Foto: cortesía de la autora.

¿Es fácil cubrir todas las necesidades del niño? No. ¿Un papá, mamá o cuidador apegado a la crianza respetuosa lo hacen siempre bien? No. Pero nos corresponde intentarlo. Muchas veces me encuentro con padres que me dicen que no tenemos una escuela para ser padres, que nadie nos enseña qué es lo que debemos hacer. Es cierto, y siempre respondo que, si bien no sabemos cómo ser padres, si sabemos cómo ser hijos. Ya lo fuimos, por lo que tenemos la experiencia a nuestro favor para saber cómo nos sentíamos nosotros en momentos en los que nuestros hijos están pasando por lo mismo, recordamos las respuestas que dieron nuestros padres, si realmente fueron respuestas que nos ayudaron emocionalmente, que nos ayudaron a evolucionar y a formarnos un concepto del mundo que nos condujo a relaciones exitosas. O si, por el contrario, fueron respuestas de nuestros padres (con la información que tenían en ese momento) que nos llevaron a una enseñanza basada en temor y respeto de la jerarquía, también contamos con esa memoria para prevenir que repitamos el mismo ciclo o patrón de crianza.

En la vida cotidiana, ¿cómo aplicar herramientas concretas que ayuden a implementar la crianza respetuosa en la relación con los hijos? He reunido algunos tips a partir de mi experiencia profesional y personal:

Es simplemente una primera mirada a la crianza respetuosa y a sus beneficios. Este texto no encierra crítica alguna a ningún padre que haya usado o no este modelo en la educación de sus hijos. Hacemos lo que podemos con la información que tenemos y actuamos en función de lo que creemos que es lo mejor para nuestra familia. No hay un método superior a otro, mientras la crianza se haga con empatía y respeto hacia el individuo, que lo es, no importa si mide menos de un metro.

La gran mayoría de los padres de mi generación, millenials, no cuenta con muchos ejemplos de crianza respetuosa, puesto que somos pioneros en escuchar hablar de apego, disciplina consciente, enseñanza positiva y muchos otros conceptos que van de la mano. Es nuestro deber continuar promoviendo el bienestar y el respeto para los niños, los adultos de mañana. Si educamos desde la empatía, con un enfoque respetuoso a las necesidades del niño, tendremos menos adultos rotos en el futuro. 

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