Acuáticos: el fin de una leyenda

En la Sierra del Infierno hoy quedan solo dos familias de acuáticos. Fotos: Ronald Suárez

En la Sierra del Infierno hoy quedan solo dos familias de acuáticos. Fotos: Ronald Suárez

El hombre que tengo ante mí, no existe legalmente. Ni siquiera en los registros del carnet de identidad podría hallarse algún indicio de su nacimiento, o de cualquier otro episodio de su vida.

Pero Emérito Rodríguez Moseguí es tan real como estas montañas donde ahora conversamos.

Si nunca ha accedido a portar documentos o figurar en ellos, es porque así lo exige su fe, una creencia que desconoce las instituciones creadas por los hombres, y que solo reverencia a Dios y al agua.

Emérito es “acuático”, y hasta hoy ha ayudado a sostener una de las leyendas más singulares de Cuba.

A sus 85 años, jamás ha ido a un médico, ni tomado medicamentos. Como todos los que han abrazado su misma creencia, asegura ser capaz de conjurar cualquier problema de salud, únicamente con agua.

Lúcido y activo, con su dentadura intacta a pesar de no haber puesto nunca los pies en el dentista, él mismo parece ser la prueba de la efectividad de esa rara terapia.

A simple vista, el único indicio de que algo pudiera no andar bien en su organismo, es una mancha blanca en la cabeza y en parte del pecho, semejante al vitiligo. Pero en alguien que ha rebasado la barrera de los 80 años y todavía trabaja en el campo, ello es irrelevante.

Los acuáticos no somos una religión, ni influimos en nadie para que haga esto, asegura Emérito. Foto: Ronald Suárez
Los acuáticos no somos una religión, ni influimos en nadie para que haga esto, asegura Emérito. Foto: Ronald Suárez

“Enfermizo no he sido. Solo una vez, cuando era niño, estuve como 20 días sin comer y dándome fiebre, pero luego se me pasó”, dice.

Entonces, ya su familia había adquirido la fe, tras conocer a Antoñica Izquierdo, campesina de las montañas de los Cayos de San Felipe, en el municipio pinareño de Viñales, devenida curandera.

“Uno de sus hijos se puso un día muy grave. En medio de su desesperación, Antoñica sintió la voz de la Virgen María, que le dijo que lo bañara en el arroyo. Así lo hizo, y el niño comenzó a mejorar, hasta recuperarse.

“Enseguida corrió la voz de que había una mujer que curaba con agua, y aquellos pinares se llenaron de gente de todas partes”, cuenta Emérito.

Nuevos milagros continuarían alimentando la leyenda. Del otro lado de la sierra, donde vivía su familia, Emérito recuerda que también un niño, Bernardo Cuevas, se puso muy enfermo. “El padre, Vicente, era gente de dinero y no quedó un médico que no llevara allí, pero todos le dijeron que no tenía cura.

“Como último recurso, un sobrino le recomendó que consultara a la curandera de los Cayos.

“Vicente accedió y mandó un hombre a caballo, que volvió con un pomo de agua y la indicación de Antoñica de que le dieran tres cucharadas. El niño se las tomó, y al poco rato ya estaba caminando”.

Infinidad de historias como esta han sobrevivido al paso del tiempo, aunque hay quienes aseguran que los baños y los rezos no siempre fueron efectivos, y que parte de los enfermos solo estaban fingiendo.

Ricardo Alberto Álvarez, historiador del municipio de Viñales, explica que para entender este fenómeno hay que tener en cuenta el contexto: “Analfabetismo, oscurantismo. Eran los años 30 del siglo XX, plena crisis económica. Viñales tenía solo dos médicos, en los Cayos de San Felipe no había ni carretera”.

Tales condiciones hicieron que un oscuro personaje de la ciudad de Pinar del Río, conocido por el sobrenombre de Tony Guaracha, viera en la curandera de los Cayos, un negocio.

“Empezó a pagarle a personas para que simularan enfermedades, y cuando Antoñica los atendiera, dijeran que se habían sanado.

“Esto hizo que su fama creciera tanto, que ella misma llegó a creer que realmente era milagrosa”.

Aquel auge comenzó a afectar los intereses de médicos y farmacéuticos.

“Unos y otros se fueron quedando sin clientes. La gente ya casi no iba a verlos, así que empezaron a decir que era una loca, la llevaron a un juicio e hicieron que la ingresaran en Mazorra”, comenta Emérito.

Los historiadores, no obstante, opinan que fue el hecho de quemar su cédula electoral, y proclamar que los campesinos no debían involucrarse en política, lo que decidió su suerte.

“Un aspirante a senador le había pedido su voto y el de todos sus seguidores, en las elecciones que se avecinaban, y aquella respuesta de Antoñica, en un año en el que precisamente las mujeres iban a ejercer por primera vez el derecho al sufragio, la condenó para siempre”, señala Ricardo.

“Cerca de su casa tiraron un hombre muerto y dijeron que había sido por culpa de las prácticas espiritistas. En un juicio con testigos falsos, la acusaron de estar loca y la enviaron al hospital psiquiátrico”.

Cuentan que algo parecido sucedió con Emérito y los suyos.

Al seguir la indicación de Antoñica de quemar la cédula y no acudir a votar, todos fueron desalojados en el año 1942, de las tierras que ocupaban en la zona de El Rosario.

Sin renunciar a su fe, un total de 13 familias se refugiaron en la Sierra del Infierno, un sitio tan bello como intrincado, al que todavía hoy cuesta trabajo llegar, por entre los trillos abiertos en las montañas.

Allí establecieron uno de los pocos reductos de acuáticos que sobrevivirían a la milagrosa de los Cayos.

“Hubo que tumbar palos así de grandes para poder levantar las casas”, recuerda Emérito, mientras abre los brazos a todo lo que dan.

“Trabajamos en el campo y en todo lo que apareciera. Yo por ejemplo, estuve muchos años en el corte de pinos. Menos robar, hemos hecho de todo”.

En el plano personal, afirma que los acuáticos son gente simple y alegre. “A mí lo que más me gustaba en el mundo eran las fiestas. Por toda esta zona no había un baile que se me escapara”. La única diferencia, radica en la decisión de no usar carnet de identidad, ni participar en procesos electorales, no asistir a la escuela y sobre todo, no acudir al médico.

Se cree que a pesar de no ir al médico, la mayoría de los acuáticos han sido saludables por la pureza del ambiente en que viven, en medio de las montañas. Foto: Ronald Suárez
Se cree que a pesar de no ir al médico, la mayoría de los acuáticos han sido saludables por la pureza del ambiente en que viven, en medio de las montañas. Foto: Ronald Suárez

A 73 años de un éxodo forzado por negarse a abandonar su fe, Emérito Rodríguez Moseguí sigue remediando sus dolencias con agua.

No tiene que ser de un lugar específico, simplemente agua limpia, suministrada en porciones (cucharadas, jarros, cubos) impares, explica.

Sin embargo, reconoce que el número de personas que comparte esta creencia es cada vez menor.

De 26 familias que llegaron a existir en la Sierra del Infierno, hoy quedan solamente dos. “Unos se han muerto, otros han dejado esto”, dice.

Incluso no son pocos los que aseguran que quienes mantienen la tradición, lo hacen sobre todo para atraer al turismo.

Para el historiador Manuel Correa, ello se debe a que las condiciones que propiciaron el surgimiento de los acuáticos, han desaparecido, y también al contacto cada vez mayor con la civilización.

“En todas esas lomas ahora hay médicos, y se han instalado paneles solares, que le permiten a la gente ver la televisión y conocer otras realidades. Además, constantemente los visitan turistas del mundo entero”.

Por otro lado, se afirma que los tratamientos con agua no siempre han sido efectivos, sobre todo con personas que sufrieron quemaduras o neumonía, o embarazadas que tuvieron complicaciones en el parto, y han muerto entre rezos, compresas y baños purificadores.

“Esto ha provocado una migración casi total a la ciudad. Los hijos y nietos empezaron a ir a la escuela, y hasta han llegado a hacerse técnicos e ingenieros”, señala Manuel.

Con la resignación de quien admite que los tiempos han cambiado, Emérito advierte que los acuáticos nunca han tratado de presionar a nadie para que siga su creencia.

“Esto es algo muy personal, una fe de cada uno. Por eso, si mañana un hijo mío me dice que va a ir al médico, no me voy a oponer.

Pero yo siempre he vivido así, y así seguiré hasta el último de mis días, porque cuando a uno le toca morirse, ahí sí que no lo cura nadie”.

Turistas de todo el mundo suben a la sierra, para conocer a la gente que se cura con agua. Foto: Ronald Suárez
Turistas de todo el mundo suben a la sierra, para conocer a la gente que se cura con agua. Foto: Ronald Suárez
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