Deténgase un momento, si es que pretende leer el texto, y observe a estas dos mujeres. En el instante en que fue tomada la foto, las mujeres recordaban no sé qué escena pasada, y se miraron para consultarlo una con otra, para ver si la escena pasada era cierta, si realmente había sucedido en sus vidas. La mujer de baja estatura es Rosa, y la más alta su hermana. Rosa tiene 83 años, y su hermana 76. Se miran como si estuvieran reconociéndose después de los años, como si en todo el tiempo que vivieron juntas no tuvo chance de mirar una el deterioro de la otra, como diciéndose hermana, en qué momento nos alcanzó tanta edad, estamos tan adultas ya, hermana, tú eras una bella maestra de escuela, y yo una joven cantora de la Coral del pueblo.
Viven ambas en una calle céntrica de la ciudad de Bayamo. Rosa era la cantora de la coral del pueblo, y su hermana la maestra de Historia. Pero ya no lo son. A Rosa se le ha ido endureciendo la voz, se le oye y no se evoca alguna fina melodía, y la hermana ha ido olvidando fechas, y nombres, y acontecimientos importantes. Rosa tenía el rostro candente y la voz limpia, y su hermana una memoria exquisita. Pero eso acabó, como si también un incendio hubiera arrasado con lo que fueron de jóvenes.
Todo ha sucedido así en Bayamo. Todo ha sido, y después de un tiempo todo ha dejado de ser y se ha convertido todo en otra cosa. Poco hay en la ciudad que sea realmente auténtico, aunque esto vaya contra argumentos históricos ya sustentados. En Bayamo todo ha existido una vez, y todo lo que ha venido luego es una copia pretendida de lo anterior. Ningún lugar al que le hayan prendido fuego es después el mismo lugar. Puede que algunas cosas sobrevivan, y que sobreviva –como casi siempre sucede- la historia, pero nada físico queda en un lugar incendiado, más que el pedazo de tierra incinerada donde una vez se erigió la ciudad. Así es que si caminas por Bayamo, vale la pena preguntarse qué hay de cierto y donde está el simulacro.
El incendio del 12 de enero de 1869 no destruyó, por ejemplo, la casa natal de Carlos Manuel de Céspedes, ni destruyó la Capilla de Dolores, ni algunas partes de los conventos Santo Domingo y San Francisco, ni los muros de la casa donde viven una joven y su madre. Se han ido retocando estos lugares, conservando, manteniendo, pero es la misma capilla, y el mismo convento, y la misma casa -¡dios mío!- donde nació Carlos Manuel de Céspedes. No hay simulacro en esto, ni en un trozo de palo quemado de un árbol que seguramente ya no existiría y que exhiben en el Hotel Senado. Ese trozo de palo es la mayor evidencia que hay del incendio en Bayamo. La ciudad es limpia como no he visto otra, de calles estrechas y cortísimas, con bares, y museos, y gente aplaudiendo a niños que tocan un órgano en La Plaza de la Revolución. No hay humo en Bayamo, no hay ceniza, ni escombro, ni desolación, por lo cual la única muestra de un incendio atroz es el trozo de madera de árbol que los bayameses guardan como anunciando al visitante: sí quemaron nuestros antepasados esta ciudad, y hubo un tiempo en que era ruina y cascajo, y no el sitio hermoso donde estás de pasada.
Bayamo es un nicho histórico. Ocurrieron en Bayamo muchos acontecimientos y los bayameses todo el tiempo se lo recuerdan. Han situado tarjas para ello, tarjas en una calle y tarjas en la otra, tarja donde nació Francisco Vicente Aguilera y tarja en el callejón por donde entraron las tropas de Céspedes a tomar la ciudad. Una tarja incrustada en la iglesia principal reza así: “En esta iglesia –segunda fundada en Cuba- y en la plaza circundante se ejecutó un jueves 11 de junio de 1868, por primera vez, en el te-deum de las fiestas del corpus christi, la marcha guerrera de “Perucho” Figueredo devenida en nuestro Himno Nacional”. Y aquí hay que volver a lo que existe de cierto y a lo que no en Bayamo. Como se dijo anteriormente, de esta iglesia solo quedó la Capilla de Dolores, el resto es una construcción hecha luego. Y así pasa con la casa natal de Perucho Figueredo –donde radica hoy la Empresa de correos- que no es tal casa, porque despareció cuando el incendio y alzaron otra edificación en el sitio tratando de mantener la arquitectura decimonónica. La calle donde nos dicen que se cantó por primera vez el himno, tampoco es tal calle, pero en Bayamo sí guardan el juego de tocador de Ana de Quesada, la esposa de Céspedes, y no es una invención bayamés. Es el mismo lujoso portapeine, guardan también el mismo reloj de cartera, el esenciero y los impertinentes. Los Bayameses se han encargado de mantenerlo todo, si no es el original, ellos lo suplantan con otro que se le parezca, pero no dejan que escape atisbo histórico alguno. Existió en Bayamo Rita la caimana, y un día murió Rita, y los bayameses tampoco permitieron su completo esfume, por lo cual Rita se encuentra en el Museo de Cera.
Rita la caimana no se llamaba así, como debemos suponer, pero hubo un tiempo en Bayamo que nadie se llamaba por su nombre. Rita era una mulatona que caminaba la ciudad, y bailaba hasta el hastío, y se alzaba la saya en medio de la locura y el baile, y andaba siempre con los hijos a rastro, pidiendo comida para ellos a todo el que pudiera. Y tampoco Paco Pila – quien también está en el Museo de Cera junto a Hemingway y Bola de Nieve, y que se pasaba los días hablando de historia en el parque principal- se llamaba Paco Pila. Ni Tati, el que vendía rosquitas, rosca blanda y matahambre, se llamaba Tati. Ni El alcalde y Qué calor, ni Tragabala, el que anunciaba los circos, ni Benita la loca, que robaba bicicletas y luego las devolvía, ni Guillermo la perica, que se tiraba al río a ahogarse y la gente corría a sacarlo, ni Enrique Guayacón, que era el que más guayacones pescaba en ese río.
Vuelvan ahora nuevamente a la foto. Rosa y su hermana me han contado que en Bayamo hubo un tiempo donde cada quien tenía su apodo, pero que ya no es así. Por eso puede ser que en el instante en que se tiró esta foto, Rosa y su hermana estuvieran consultándose todo lo que en Bayamo era y ya no es, como diciéndose hermana, ni cuenta nos hemos dado de todo lo que dejamos atrás. Admiran su cuidad, la ven linda como los habaneros no ven La Habana, ni los santiagueros Santiago, pero dicen que no hay Fiesta de Reyes del 6 de enero, que eran todo un acontecimiento en Bayamo, y que ya no hay ferias ganaderas, otro acontecimiento. Y que ya no venden, como antes, las longanizas hechas con la tripa del cerdo, ni hay Feria de las Flores, ni se baila la Berbena, ni hay día de San Juan, en el que la gente tocaba guitarra de madrugada e iba al río a bañarse antes de las doce del día.
Y el río. El río Bayamo no es como era antes, un río ancho y caudaloso, al que había que tenerle miedo. El río Bayamo en los tiempos de mucha lluvia inundaba la ciudad, pero se han hecho tantas represas, y al río le han cortado su gracia, ya no es río que amedrente a nadie, cada vez se hace más estrecho y común, ya no es el hijo rabioso del Cauto, sino el hijo domesticado.
Rosa y su hermana se miran como diciendo, cuándo crecimos tanto, cuándo dejamos de ser hermosas, tú tenías la piel tersa y yo también, y unos labios sin rasgadura a los lados, y yo también, y no teníamos tantos achaques. Tú eras una bella maestra de historia, y yo una joven cantora. Nos ha sucedido, hermana, como a la ciudad. Rosa ya no tiene la voz limpia y fina, pero aunque la tuviera, en Bayamo desapareció la Coral del pueblo.
Este artículo de Carlas me hizo llorar viendo a estas dos mujeres que conozco hace años y recordando mi ciudad. Muy bonito el artículo, sigue escribiendo que sabes llegar al ser de los que te leen, exitos.
Si yo pudiera traerte, aunque fuera por los pelos, estaría feliz de tener en mi redacción a una joya como tú. Sigue escribiendo así, que voy a leerte con fruición…