La Habana está anaranjada. En estos meses los flamboyanes de la ciudad dejan de ser árboles deshojados, como de filmes de horror, para llenarse de flores y colorear las calles más mustias. Alguna vez se soñó hacer túneles de flamboyanes que cobijaran al transeúnte del sol del trópico. Los tendidos eléctricos no colaboraron mucho. Pero en no pocas vías habaneras se goza, a pesar de todo, de sombra anaranjada.