Un conocido mío, al que le dicen Nine, se volvió loco en cámara lenta. Lo suyo se hizo visible a los 25 años, en el Período Especial, y solo paró cuando le regalaron un celular con sistema androide, recientemente. Pasito a pasito, con gestos congelados y muecas robóticas, le fue diciendo adiós a la realidad.
La familia empezó a darse cuenta un día en que, subrepticiamente, se sentó a la mesa antes que el resto de los comensales –que andaban remoloneando por ahí– y cuando vinieron a ver había despachado las tres postas de pollo disponibles para los cinco, todo un lujo en aquellos días. Hasta a los sobrinitos los dejó remando en el aire y tuvieron que meterle al fufú con salsita.
Cuando le reclamaron: “Pero, Nine, que a todos nos gusta el pollo”, replicó: “Sí, pero a nadie como a mí”. A duras penas le perdonaron el abuso, porque algún tic convulsivo notaron en él. Eso sí: nunca más bajaron la guardia a la hora de poner la mesa.
No obstante, uno de aquellos días en que no había ni donde amarrar la chiva, en el durísimo primer lustro de los 90, cuando a las dos de la tarde quisieron hacer agua con azúcar para acompañar el pan de la bodega –lo único que había– se percataron de que no quedaba ni un grano en la lata, ni blanca ni prieta. Miraron a Nine y este, con morosa espasticidad y escabullendo la mirada, comentó bajito: “Aquí el que tiene que alimentarse soy yo”.
Lo llevaron al psiquiatra, quien le diagnosticó un Trastorno Situacional Transitorio (TST) que tipificó como “pánico al hambre”. Mandó a que le duplicaran la dosis de Polivit, a comer con moderación y tomar mucha agua al tiempo. Para mí que era medio chota el psiquiatra ese.
A decir verdad, yo pienso que lo de él empezó antes, y conmigo coincide El Muñeco, su condiscípulo desde la primaria. Recién iniciaban su primer año en la universidad y en una clase de Lógica Dialéctica, después de que el profesor explicara la tercera ley, llamada “Negación de la Negación”, Nine desvarió acerca de una nueva ley que él había formulado: la “Afirmación de la Afirmación”.
Con mucha paciencia el profe le puso el clásico ejemplo del gusarapo que se convierte en rana, condición con la cual niega, sin dejar de tomar lo positivo, la precedente. Nine le replicó: “entonces si yo hago el viaje al revés del de ese gusarapo, que paso del hombre al niño, en vez de negar, afirmo”. El docente quedó boquiabierto, pero su alumno continuó: “Es que yo cada día, cuando me autoanalizo, me veo más cerca de la infancia que de mi condición actual. Mi ración diaria es igual a la que comía cuando niño, y no porque me aguante la boca; por la noche, como no hay luz, ya no vemos televisión sino que hacemos cuentos u oímos el radio de pila; cocinamos con carbón, y a veces lo hemos hecho con leña; casi peso lo mismo que en mi temprana adolescencia, fregamos con maguey, jugamos al taco…”.
El maestro no lo dejó seguir: pensó que era un chiste de mal gusto y replicó en tono severo:
—Pues tienes un 2, para que no te me hagas el gracioso.
—Bueno, un sacrificio más por la ciencia –aceptó Nine, estoico.
Fue de mal en peor: dejó la carrera pocas semanas después, comenzó su actividad de vendedor de muñecos de yeso, renglón en el que no registró rentabilidad. Cada vez hablaba y se movía más lento, como si actuara en una película cuyas imágenes se hubieran tomado a 48 cuadros por segundo. En el barrio empezaron a decirle Nine Marcha Atrás.
Yo a cada rato le daba conversación, pues éramos vecinos en el barrio Condado, de Santa Clara, pero me cuidaba de poner a buen recaudo cualquier virulilla comestible que trajera. Siempre tuve la impresión de que era una especie de geniecillo malogrado.
Él accedía, gozoso, a la tertulia. Entre más lenta su dinámica, más delirante su discurso.
—Creo que pronto fundaré una nueva organización social –me dijo un día a inicios de 2000.
—¡Sí! ¿Y cómo es la cosa? –pregunté.
—Se trata de una organización que agrupe a los hombres, el sector más desprotegido de la sociedad civil. Como todas las supuestas minorías tienen ya marcado su cantón y ganaron el derecho a la diferencia dentro de la igualdad, mis observaciones me conducen a proponer a la Asamblea Nacional del Poder Popular que apruebe la existencia de una organización donde nos agrupemos los hombres comprendidos entre 14 y 65 años, heterosexuales, blancos y sin limitaciones. El único punto que de momento tendrá el pliego de demandas es el de la aprobación del 23 de mayo –fecha en que perdí la virginidad hace años– como día del orgullo hétero. La bandera y el desfile los reclamaré después. Pero ya tengo encargado un logotipo, que se basa en la foto de un amigo, macho probado, director de un grupo de rock, que posó, para el fotógrafo Lamberto. Puso, como le indiqué, cara de toro bravo y se colocó dos botellas de cerveza en las sienes, como si fueran un par de tarros. El nombre que propondré para la organización es Fedehomcu. Sabes lo que quiere decir, ¿verdad?
Me quedé patidifuso. Demoró 12,32 minutos en soltarme la anormalidad aquella. Con él había que acopiar paciencia, porque además de lo disparatado de su speech, oírlo a ritmo de baile del buey cansao era el colmo.
Sin embargo, nunca le llevé la contraria.
Pasó el tiempo –bastante tiempo– sin que volviera yo por el Condado y, en consecuencia, perdí de vista a Nine.
Pero, rodando, a los locos se encuentran, y hace poco di con él, de nuevo, en el parque Leoncio Vidal, celular en mano y conectado a la WiFi. Lucía muy recuperado, desempercudido, con buena vestimenta, hablando claro y moviéndose normalmente. Me dio alegría comprobar que había rebasado aquella larguísima crisis que yo suponía irreversible.
Me comentó entonces que sus dos sobrinos estaban fuera de Cuba, uno en los Estados Unidos y el otro en Brasil, este último en misión médica. La economía y la vida familiar cambiaron. El brasileño le había regalado el celular.
Le pregunté:
—¿Estás hablando con él por IMO? Dale mis saludos.
Pero me respondió:
—Qué va, yo no pierdo el tiempo en esa simploná. Vengo a consultar la Wikipedia y a navegar por los mares del conocimiento.
Qué bien: otra seña de su recuperación –pensé.
Y entonces la cagó:
—¡Pero mira que ese Heráclito de Efeso era bruto! ¿Qué es eso de que no se puede entrar dos veces en el mismo río? ¡Más de cien me he bañado yo en el Ochoa!
Tremendo personaje Nine!. La verdad es que me provoca mucha pena. Los delirantes abundan, pobres incomprendidos. Me alegro que dediques tu gracia y tu talento a hablarnos de seres digamos poco comunes. También tienen derecho! Gracias, Riverón, el mejor cronista santaclareño!
jajajaja… que bueno Riveron… gracias… saludame al gallo ese… que esos personajes son unicos
Muy buen final. Muy buena crónica.
Divertido, para pensar, excelentemente escrito.