Caro no entendía por qué había gente tan desvergonzada. Siendo un anciano seguía sorprendiéndose con la falta de pudor.
Esta era la décima vez que pasaba el vendedor de carne de tortuga por el frente de la casa, y para no verse en el compromiso de volver a requerirlo, me envió a mí a su encuentro con la indicación de que le dijera estas palabras: “Compadre, aquí no comemos carne de ese tipo, siga su camino y no moleste más”.
Aun así el muchacho insistió: “Oye socio, está buena, y barata, 50 pesitos la libra, o 2 cañitas. No le hagas caso al viejo y compra que esto no se ve todos los días…”. Lo maldije por hablar de mi abuelo como si fuera un viejo decrépito.
Fue ese visitante el pie para una extensa conversación con Caro sobre el daño que se les ha hecho “a estos bichos”, las pobres caguamas, careyes, tortugas verdes… que no hacen más que bien.
“Estos tipos están acabando con el mar –me dice Pipa. Ya perdí la cuenta de las veces que he visto a este con la misma mochila y la gorrita esa de policía para desvirtuar. Llamando a la gente en voz baja, como si no supieran a lo que se dedica…”.
Entonces le cuento que muchas veces he ido a pescar y llegando al canto del veril me he encontrado unos paños, enormes paños anclados al fondo que se alzan 5 o 6 metros. Una vez, una sola vez, pude ver el macabro espectáculo de esa depredación.
Una gran tortuga caguama se había enredado en una de estas redes. Intenté salvarla y parece que se asustó, soltó la última bocanada de aire y murió. Yo casi me ahogo también.
Minutos después vi llegar dos buzos con tanque; la desenredaron y descuartizaron. Salieron a la superficie y en medio del mar intentaron amenazarme: “Oye, pescador, nosotros no queremos a nadie revisando los paños, porque vamos a…” Y yo confiado en mi escopeta neumática cargada, no los dejé terminar: “¿Y ustedes son los dueños del mar?”.
Luego, en la orilla escamando el pescado, me di cuenta de que hubiese echado pelea para perder.
Estos tipos salían por la piedra, a unos 100 metros de mí. Iban delante de todos con su saco lleno de carne. Hasta vigía les ponen a sus paños. Le pagan a un hombre que desde la orilla observa los lugares donde están anclados y avisan sobre cualquier avistamiento de otros buzos o pescadores submarinos.
Todo esto, cuando la pesca de quelonios, según el Decreto Ley 164 del Reglamento de Pesca en Cuba, se pena con multas desde 400 hasta 4000 pesos.
Caro me dice que Cuba está rodeada de agua y llena de paños para tortugas. Es un negocio redondo, solo gastas dinero comprando paños que pueden durar mucho tiempo y rellenando los tanques, todo lo demás es ganancia. Una tortuga de 80 o 100 años puede tener hasta 200 libras de carne limpia, eso implica una ganancia de 400 CUC en una hora y media de pesca.
Los inspectores se preocupan más –dice– por quitarles las balsas a cuatro pescadores que van a buscar el pargo en corrida cuando la luna se llena en junio, una cosa que es hasta “cultural”. “Pero ¡¿quién controla a los caguameros, o a los que se hacen ricos sacando coral negro?!”, grita el viejo.
***
“Yo no soy ningún santo, bastante carne de tortuga que comí” dice Caro.
Cuando tenía 11 años en el año 1947 su padre, Don Ramón, lo llevó por primera vez a “playar”. Así se le decía a la acción de virar una tortuga que había terminado de poner sus huevos en la arena. Dice que en aquellos tiempos era muy normal hacerlo.
Por la noche con la claridad de la luna, en la playa de Las Tumbas, que es larguísima, parecía que estaban entrando hombres rana. Cientos de tortugas salían a poner, se dejaban llevar por las olas hasta que sus aletas alcanzaban la arena, luego andaban lentamente hasta el lugar preciso para comenzar a cavar el nido. El mismo lugar donde años atrás habían nacido: las tortugas tienen un mapa en los genes. Como los salmones, siempre vuelven.
Mi bisabuelo le decía a Caro que era mejor virarlas después de que pusieran sus huevos y no antes, para que siempre hubiera pie de cría. Escogían una grande, que se pudiera aprovechar bien, y salían corriendo del escondite desde el monte para sorprenderla. Ella moría lentamente.
Con un hacha se le pegaba en el borde del carapacho, que es muy blando y luego con el cuchillo se abría como un aguacate. Se aprovecha más la carne del pecho, porque estos son los músculos que la ayudan a nadar; luego la parte trasera, que es más como un timón. Por último los huevos que le queden dentro. De esos huevos aún en formación se hace un alimento altamente energético. Mi abuelo lo comía cada mañana antes de salir a trabajar cuando era joven.
“Se lava una tripa y se introducen los huevitos amarillos hasta llenarla, luego se ahúman con unos palos específicos. Cuando se deshidrata bien coge un sabor parecido al jamón. Se desgrana en la boca y con una mordida basta para estar saltando el día entero”, lo describía Caro.
Luego venía el espectáculo que más disfrutaba. Al amanecer el desperdicio se lanzaba al mar, cerca de la orilla y unos enormes tiburones llegaban instantáneamente a devorarlo. Se observaba una revoltura y cuatro o cinco aletas dorsales danzaban en un frenesí. Las aguas del Cabo estaban infestadas de tiburones en aquellos tiempos; hoy es difícil ver alguno, habría que ir hasta el golfo.
“La tortuga fue el sostén de los aborígenes que habitaron la isla antes de la colonización, y mantuvo a muchas familias que vivían cerca del mar, pero nunca se vendió”, cuenta Caro.
“Mamá no la comía -continúa-, era una mujer muy fina. Pero la cocinaba y le quedaba exquisita sin siquiera probarla. Tenía una caldera solo para eso. El viejo y yo nos dábamos banquete cada vez que se hacía caguama en casa”.
Iban a “playar” solo en la época en que salían a poner y consumían solo lo necesario. Mi abuelo asegura que no hay manjar más exquisito que la caguama y sus primos el carey y el tinglado. “Pero hoy no es igual que ayer. La gente quiere vivir de lo mal hecho”.
“Si seguimos así los libros y los museos serán lo único que quedará mostrando las tortugas”, sentenció el viejo.
Yo si me la jamo porque es bien rica y nutritiva, especialmente a la parrilla. Pa que decir una cosa por otra?
J.J. Miranda es muy facil atacar a quien no puede defenderse, en este caso los pescadores cubanos y la poblacion cubana en general que se ve obligada a comprar esta carne porque no hay muchas opciones para llevar un poco de proteina a la mesa familiar y dejar sin mencionar otra parte de la historia que involucra al principal depredador de las tortugas marinas en en nuestro pais. Sabias que El Gobierno de Cuba, fue el principal abastecedor de conchas de carey de Japon, el principal comprador mundial de este producto, por muchisimos años hasta 1993 en que Japon, obligado por el continuo rechazo general de esta practica y las cientos de resoluciones emitidas por las organizaciones protectoras de esta especia a nivel mundial, se vio oligado a decretar una moratoria a la compra de conchas de carey? El gobierno cubano por su parte ha hecho caso omiso de todo esto y sigue matando y vendiendo las conchas de carey dando como unica “razon”que cuba tiene varios criaderos de la especie en la region occidental y eso “le permite explotar este recurso sin poner en peligro la especie”. SSN (species Survival Network) ha reportado en el 2002 que: “…Estudios recientes de TRAFFIC y otras organizaciones, han demostrado que continúa el comercio ilegal de conchas de carey y otros productos tanto a nivel nacional como regional en gran parte del Caribe, incluyendo Cuba…”. Nos gustaria mucho que escribieras sobre este asunto para que des una vision mas completa de este fenomeno.
Es abominable el abuso que existe con esta especie. Sería bueno ¡ngerir conciencia a la parrilla también. No crees, Papo?
Jorge Luis, tocayo, no sabía que tal cosa sucedía en el país… Lo del trabajo investigativo es ya una deuda, buscaré información sobre el tema, y para nada es un ataque, opciones no habrá muchas pero algo se consigue sin tener que exterminar ninguna especie. Saludos.
muy bueno