Una nueva era, como cuando en la década de los 60 del pasado siglo existió la Asociación Nacional de Choferes de Alquiler Revolucionario (ANCHAR), quienes ponían sus Chevrolet y Lincoln sedán a disposición de los pasajeros sin una ruta predeterminada; como luego cuando en pleno Período Especial (entiéndase 1991-1992) se fusionaron carrocerías de ladas para abrirle paso a las llamadas limosinas, clásico invento del socialismo nuestro, así estamos ante la era del almendrón por estos días.
Una nueva cultura, que a diario saca del atolladero a miles de habaneros, y en la que sin querer generalizar, pero precisado a hacerlo por la casi totalidad de experiencias personales que me avalan en mi confeso escaso kilometraje taxístico, dista de aquella de los años 60 e incluso los 90 del pasado siglo.
Y no es que haya vivido en los 60 ni mucho menos, pero los testimonios de mis colegas Marta Rojas y Pedro de la Hoz fueron el pie forzado para aventurarme a viajar por estas líneas:
“Eran todos choferes muy educados, elegantemente vestidos con sus camisas blancas de mangas largas relucientes, corbatas, muy educados y lo más importante, en caso de tener una estación de radio puesta, la escuchaban a un volumen moderado”, aseveró Marta.
Ante semejante descripción no pude más que preguntarme: ¿Habremos involucionado 50 años más tarde? Pues parece una total antítesis esa radiografía a la hecha por mí a un chofer de almendrón escogido al azar. Los modales, en el baúl de los recuerdos de casi todos, el atuendo…. mucho que desear, y ni que decir del tema melodía acompañante, todas las papeletas conducen a ese reggetón estridente, ese que no por el hecho de estar de moda tienen que soportarlo todos, ni está hecho a la medida de “paladares” generalizados.
Claro que la salvación existe y a mi arca de Noé, entre miles de carros americanos de las escuderías Ford, Chevrolet, Lincoln, Mercury, Plymouth, Oldsmovile y compañía colocaría a la familia de Adrián, un muchacho de 21 abriles que estudió con mi primo, cursa la Ingeniería Informática y además entresemana botea. Y no es porque sea un conocido señores, pero a él le viene el chofer en los genes, por herencia familiar. La marca indeleble de su abuelo y su padre acuña esa afirmación.
Enrique, su abuelo, tiene 76 años y todavía se bate con el volante. Es de esos seres que no se halla más de dos horas en casa sin hacer nada, de esos meticulosos en extremo con su chevy 53, al punto de que en raras ocasiones se los deja conducir a su sucesor o nieto. A la usanza de aquel personaje conocido como “Tito el taxista”, protagonizado por Idalberto Delgado.
Perdonen si me desvirtué algo, pero esa prole ha estado comandando vehículos por más de cuatro décadas y su proceder con el público, trasmitido de generación en generación, no ha variado un ápice.
Casi como un acto reflejo vuelvo a caer en los almendrones, la causa de esta reflexión, miles que desandan a diario las calles de mi Habana, miles que por el hecho de priorizar el pasaje, o sencillamente por demostrar la potencia de sus motores, caja y diferencial de Izusu, Mitsubishi, Toyota, o Hiunday disfrazados con traje de “señorona americana de los 40 y los 50, asemejan a bólidos sobre ruedas de la talla de Fangio, Fernando Alonso o Sebastián Vettel, nada más y nada menos que por las calles en ocasiones “agujereadas” de los circuitos citadinos.
A eso sumémosle el smog, esa necesidad de recaudar, como si cada trayecto, o ruta predeterminada llevara implícita una carrera, la música o ruido, hay momentos en los que incluso no puedo dilucidar entre ambas… y luego las maneras de los conductores.
Nada mis coterráneos, que si en definitiva el título de este viaje andaba sobre los pasos de una cultura del Almendrón, muchos kilómetros de educación, formalidad, sentido común y actitud, nos faltan por recorrer todavía. Confiemos en, al menos en materia de proyección, retornar a aquellos tiempos de la ANCHAR…