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La demencia es un cuadro caracterizado por la destrucción de células nerviosas que afecta la capacidad del individuo para pensar con claridad (función cognitiva), aun cuando conserva la consciencia. De acuerdo con la OMS, puede ir acompañada de cambios en “el estado de ánimo, el control emocional, el comportamiento o la motivación” y afecta predominantemente a las mujeres.
Según la misma fuente, en 2021, 57 millones de personas vivían con demencia, y cada año se diagnostican 10 millones de nuevos casos. La causa más frecuente de este cuadro es la enfermedad de Alzheimer (EA), a la que ya nos referimos en esta columna, y que representa entre el 60 % y el 70 % de los casos.
Estamos hablando de la séptima causa de muerte en el mundo y de uno de los principales motivos de discapacidad, con un costo aproximado de 1,3 billones de dólares al año. Todo lo anterior nos permite comprender el enorme impacto sanitario, económico y social de esta enfermedad, así como la desesperada búsqueda de soluciones para enfrentarla.
De ahí que haya resultado impactante para la comunidad científica y el público en general la publicación de un artículo en la revista Nature, según el cual la vacunación contra el herpes zóster sería capaz de reducir el riesgo de padecer demencia.
Una familia muy virulenta
Los herpesviridae constituyen, de acuerdo con un artículo aparecido en la revista Journal of Molecular Biology, una familia de virus de ADN de la que se conocen más de 130 especies, las cuales afectan al ganado, las aves y al ser humano. Esta familia se divide en tres subfamilias (alfa, beta y gammaherpesvirus), según las características biológicas de los agentes.
Nueve herpesvirus afectan a los seres humanos, representando a las tres subfamilias. Los virus del herpes simple (VHS) tipo 1 y 2, también conocidos como virus del herpes humano (VHH-1 y VHH-2), son responsables del herpes facial y genital, respectivamente, siendo este último considerado una enfermedad de transmisión sexual.
Las infecciones por VHS se caracterizan por la aparición de vesículas muy molestas, acompañadas de sensaciones quemantes o extremadamente dolorosas, que pueden persistir incluso después de la desaparición de las lesiones y siguen el recorrido de un nervio. Tienen la particularidad de que, una vez desaparecidos los síntomas, el virus puede permanecer en estado latente en el organismo y reactivarse ante estados de inmunodepresión provocados por el estrés, el uso de ciertos medicamentos o algunas enfermedades.
El virus de la varicela-zóster (VVZ), al que le dedicamos un artículo anterior, es también un alfaherpesvirus (VHH tipo 3). Este agente produce la varicela y también el herpes zóster, conocido en Cuba como “el majá”. Al igual que los VHS tipo 1 y 2, el VVZ puede permanecer en estado de latencia en las raíces nerviosas durante décadas y reactivarse en ciertas circunstancias.
Los betaherpesvirus incluyen al citomegalovirus (VHH tipo 5), que rara vez causa síntomas específicos en personas inmunocompetentes, pero que puede provocar cuadros graves en pacientes inmunodeprimidos, como los que viven con VIH/SIDA. En estos casos, pueden presentarse fiebre, decaimiento, inflamación de ganglios linfáticos, neumonías, septicemias, entre otros. En recién nacidos provoca infecciones graves del sistema nervioso central, según reporta el Departamento de Salud de Nueva York.
Por último, dos gammaherpesvirus son responsables de cuadros muy serios: el virus de Epstein-Barr (VEB o VHH tipo 4) y el virus del herpes relacionado con el sarcoma de Kaposi (VHSK). El VEB es el agente causal de la mononucleosis infecciosa, la conocida “enfermedad del beso”, y se ha relacionado con varios tipos de linfomas y otros cánceres, según el Instituto Nacional del Cáncer de EE.UU. El sarcoma de Kaposi, por su parte, es un cuadro muy célebre desde su asociación con el SIDA.
Como puede apreciarse, estos agentes provocan enfermedades frecuentes que afectan a un gran número de personas en todo el mundo.
La hipótesis viral
De acuerdo con el artículo “La hipótesis viral: cómo los herpesvirus pueden contribuir a la enfermedad de Alzheimer”, de Michael Wainberg y colaboradores, publicado en Nature en mayo de 2021, desde hace décadas se investiga la relación entre los herpesvirus y la EA.
Aunque desde hace tiempo se sabía que estos virus podían permanecer en estado de latencia en el sistema nervioso, no fue hasta 1991 que se aislaron trazas de ADN del VHH-1 en el cerebro de pacientes con EA y también en individuos sanos. Este descubrimiento se extendió posteriormente a otros miembros de la familia de los herpesviridae.
En un principio, la importancia de estos hallazgos no estaba clara. Sin embargo, entre 2007 y 2014, varios estudios demostraron la relación entre la infección por múltiples herpesvirus y la EA, a través de la producción de proteínas beta amiloides (PBA).
Según el Instituto Nacional sobre el Envejecimiento de EE.UU., las PBA son proteínas altamente tóxicas para el cerebro, que se agrupan en forma de placas, interfiriendo en el funcionamiento normal de las neuronas y contribuyen a su muerte. Los científicos encontraron que los herpesvirus no solo inducen la producción de PBA, sino que hallaron trazas de ADN viral en el interior de estas placas.
Posteriormente se determinó que las PBA tienen un efecto bactericida, es decir, protegen al cerebro contra infecciones bacterianas. Un estudio demostró en 2014 que estas proteínas también ofrecían protección contra infecciones por herpesvirus. Esto sustentó la hipótesis de que la producción de PBA sería un mecanismo defensivo del organismo contra la infección viral, que, en última instancia, resulta dañino para el cerebro.
Investigaciones posteriores encontraron que la administración temprana de antivirales específicos en tejidos neuronales artificiales infectados con herpesvirus reducía la aparición y el desarrollo de placas de PBA y otras características de la EA. Además, uno de estos estudios epidemiológicos demostró que quienes habían padecido infecciones por herpesvirus tenían 2,5 veces más riesgo de desarrollar Alzheimer que aquellos que no las habían tenido.
Un espectacular experimento natural
Existía, como hemos visto, abundante evidencia tanto a nivel molecular como epidemiológico para sustentar la idea de que la infección por herpesvirus contribuye al desarrollo de la EA. En este contexto, era razonable suponer que el uso de una vacuna contra estos agentes podría ofrecer resultados positivos en la prevención de la enfermedad.
Sin embargo, demostrarlo era difícil, pues requería comparar dos poblaciones similares, donde una estuviera vacunada y la otra no. ¿Cómo lograrlo, considerando que factores como el nivel educativo, la obesidad, el sedentarismo, los hábitos tóxicos o la hipertensión también influyen en el riesgo de padecer EA?
Este importante escollo fue superado por Markus Eyting y su equipo al comparar a los nacidos una semana antes y una semana después del 2 de septiembre de 1933 en Gales. ¿Por qué esta fecha? Porque fue el límite arbitrario establecido para ser elegibles en un programa de vacunación contra el herpes zóster implementado en ese país. Los nacidos antes no serían vacunados debido a la escasez de dosis.
De este modo, se formaron dos grupos naturales comparables que solo se diferenciaban en la vacunación. ¿El resultado? Quienes habían sido vacunados presentaban un 20 % menos de riesgo de desarrollar Alzheimer que quienes no recibieron la vacuna.
Un campo en plena expansión
Como mencionaba al inicio, encontrar una solución para la EA es uno de los mayores objetivos de la comunidad científica y la industria farmacéutica a nivel mundial actualmente. El desarrollo de nuevos medicamentos, como los recientemente aprobados, o el NeuroEpo cubano (aún en estudio), parecen augurar soluciones parciales en el mediano plazo.
Los resultados de la investigación publicados en Nature representan una nueva y alentadora vertiente en esta carrera. Aún quedan muchas preguntas por responder y, consecuentemente, se llevarán a cabo nuevos estudios sobre este fascinante tema. Estaremos atentos.