Del 18 al 24 de noviembre se llevó a cabo en todo el mundo la “Semana de concientización sobre la resistencia a los antimicrobianos”, convocada por la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Fueron los pioneros en las investigaciones antimicrobianas quienes alertaron por primera vez sobre este problema de salud pública. En una fecha tan lejana como el 11 de diciembre de 1945, en su discurso de aceptación del Premio Nobel de Medicina y Fisiología, el célebre bacteriólogo inglés, Sir Alexander Fleming, lanzaría una advertencia que tenía mucho de premonición.
Entonces hacía solo 17 años que de “forma accidental”, el 3 de septiembre de 1928 un hongo había contaminado sus cultivos de Estafilococos. El hongo fue identificado como Penicillium notatum y a partir de su hallazgo se desarrollaron una serie de investigaciones sobre el efecto que este tenía en algunas bacterias.
Una década más tarde, estas investigaciones serían retomadas por Sir Howard Florey y Ernst Chain, co-ganadores del Nobel, junto con Fleming. A estos investigadores corresponde el mérito de purificar la penicilina y demostrar su efectividad.
Pero volvamos al Dr. Fleming y su visionaria observación: “…me gustaría hacer una advertencia” —dijo en el antepenúltimo párrafo de su discurso— “la penicilina está demostrado que no es tóxica, por lo que no hay que preocuparse por darle una sobredosis o una dosis tóxica a un paciente. Sin embargo, puede ser peligrosa cuando se subdosifica. No es difícil lograr en el laboratorio que los microbios se vuelvan resistentes exponiéndolos a una concentración insuficiente para matarlos, lo mismo ocasionalmente ha sucedido en el cuerpo”.
“Se acerca el tiempo en que cualquiera podrá comprar penicilina en una tienda” —continuaba el Dr. Fleming—. “Existe el peligro de que un ignorante pueda fácilmente subdosificarse a sí mismo y por esta vía exponer a sus microbios a cantidades no letales de la droga, haciéndolos resistentes”.
Si bien la subdosificación no es la única causante de la Resistencia antimicrobiana (RAM), resulta evidente que la humanidad ha sido, si no ignorante, al menos poco sabia a la hora de utilizar la fabulosa herramienta médica que son los antibióticos.
De hecho, hoy en día este es un enorme problema de salud pública mundial que preocupa y ocupa a la comunidad científica de todo el mundo.
Sobre este interesante tema y sus repercusiones hablaremos hoy en “Vida saludable”.
La RAM: una de las 10 primeras amenazas para la salud mundial
De acuerdo con un informe publicado en 2021 por la OMS, la RAM resulta “una de las 10 principales amenazas de salud pública a las que se enfrenta la humanidad.”
Pero, ¿qué es la RAM? Aún cuando pueda parecer evidente, es válido detenernos en su concepto. De acuerdo con un artículo del Centro para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) de los Estados Unidos, la resistencia antimicrobiana aparece “cuando los gérmenes desarrollan la habilidad derrotar las drogas designadas para matarlos”. De esta manera, sobreviven y continúan creciendo, lo que hace que las infecciones sean “difíciles” y, en muchos casos, “imposibles de tratar”.
De acuerdo con la misma fuente, la RAM mató “al menos” a 1 millón 270 mil personas en 2019. Esto representa el doble de las muertes atribuidas por la ONU en todo el mundo a los homicidios, las guerras y los ataques terroristas durante 2017.
Sin embargo, la repercusión de la RAM va más allá del fallecimiento de muchas personas o de que estas queden discapacitadas debido a, por ejemplo, la necesidad de amputación de algún miembro del paciente a causa de la infección.
Se traduce, además, en estadías hospitalarias más prolongadas y en el uso de medicamentos más costosos, lo que repercute en las finanzas personales y de los sistemas sanitarios.
Por otro lado, sin “antimicrobianos eficaces” los resultados en el tratamiento de las infecciones, las cirugías y la quimioterapia serían mucho peores.
Impacto de la pandemia sobre la resistencia antimicrobiana
Si bien antes de la COVID-19 ya la RAM era un enorme problema, la llegada del coronavirus solo empeoró las cosas. Un comunicado de prensa de CDC concluye que la pandemia hizo retroceder los progresos en la lucha contra la farmacorresistencia.
Tanto es así que las infecciones hospitalarias resistentes y las muertes por esta causa aumentaron “al menos un 15 % durante el primer año de la pandemia”.
En el informe también se analiza el aumento de la resistencia de algunos gérmenes, que va desde un 13 % hasta un 78 %, dependiendo del caso.
El aumento de la resistencia no es exclusivo de las bacterias. En el período estudiado también se encontró que la resistencia de los hongos, en particular de la Candida auris, agente causadora de diversos tipos de candidiasis, se incrementó en un 60 % en los Estados Unidos.
Por otro lado, de acuerdo con un informe de la Organización Panamericana de la Salud (OPS) “la pandemia aceleró el problema de la RAM”. Lo anterior se debe, según la doctora Carissa F. Etienne, directora general de la OPS, a un “uso sin precedentes de antimicrobianos para tratar la COVID-19”.
De acuerdo con la funcionaria, “más del 90 % de los casos hospitalizados (en la región) recibieron un antimicrobiano”. Sin embargo, solo “el 7% de ellos presentaba una infección secundaria que justificara su uso”.
Asimismo, durante la pandemia aumentó el uso de estos fármacos “100 veces por encima de los niveles anteriores”, “se retrasó la vigilancia” en varios países y aparecieron brotes de “patógenos multirresistentes” en hospitales. Este es el peligroso panorama post pandemia.
Superbacterias, “patógenos multirresistentes”
Todo lo anterior nos lleva a hablar de las superbacterias o patógenos multirresistentes, que son los villanos de esta historia. De acuerdo con un artículo del Instituto Nacional de Salud de los Estados Unidos, las superbacterias “son cepas de bacterias resistentes a varios tipos de antibióticos”.
Al respecto, la OMS elaboró, con la ayuda de la División de Enfermedades Infecciosas de la Universidad de Tübingen, de Alemania, una “lista de patógenos prioritarios”. La lista de la OMS establece grados y prioridades. Veámoslo en detalle.
Como “Prioridad 1: Crítica”, tenemos, en primer lugar, al Acinetobacter baumannii, resistente a carbapenémicos.
Los carbapenémicos son antimicrobianos emparentados con las penicilinas, pero efectivos contra un amplísimo grupo de bacterias y con notable resistencia frente a los mecanismos de los patógenos para inactivarlos. Es por eso que su uso es frecuente cuando se sospecha que estamos frente a una superbacteria y en casos de infecciones hospitalarias graves. Son, por decirlo de una manera sencilla, de las últimas y más eficientes “armas” contra estos mortales microorganismos.
Pues bien, el Acinetobacter baumannii resistente a carbapenémicos se considera está en el Top Seis de los “más importantes microorganismos Gram-negativos multirresistentes a nivel mundial”. Este provoca infecciones fundamentalmente hospitalarias, que afectan a los “pulmones, sangre e infecciones posquirúrgicas” y, adicionalmente, tiene la habilidad de provocar “brotes hospitalarios”, según la fuente citada.
Algo parecido sucede con la Pseudomonas aeruginosa, resistente a carbapenémicos. Esta bacteria es capaz de “generar resistencia a todos los antibióticos”, incluyendo algunos que se están investigando. Es responsable de infecciones, fundamentalmente en “la sangre, los pulmones, las vías urinarias y las heridas quirúrgicas” y en todos los casos tiene “elevada mortalidad”.
Por último, entre los patógenos incluidos en la “Prioridad 1” están las Enterobacterias resistentes a carbapenémicos y productoras de β-lactamasas de espectro extendido (BLEEs). Las BLEEs son sustancias producidas por las bacterias capaces de inactivar a los antibióticos de la familia de las penicilinas, las cefalosporinas —como el popular Rocephin o Ceftriazona— y los carbapenémicos.
Las Enterobacterias resistentes a carbapenémicos y productoras de BLEES son los gérmenes que con mayor frecuencia se “aíslan” en los estudios a pacientes “de cuidados intensivos en Latinoamérica” para determinar si son ellas los patógenos que están afectando al paciente.
Entre los gérmenes listados como “Prioridad 2: Elevada” encontramos al Enterococcus faecium, resistente a vancomicina, y al Staphylococcus aureus, resistente a la meticilina, ambos gérmenes lamentablemente frecuentes entre las infecciones hospitalarias.
También forma parte de esta lista el Helicobacter pylori, resistente a claritromicina y que no solo causa gastritis y ulcera gástrica, sino también está asociado al cáncer de estómago y a un tipo de cáncer llamado “linfoma tipo MALT”.
En este grupo también encontramos al Campylobacter spp, resistente a fluoroquinolonas y que guarda relación con la llamada “diarrea del viajero” y otras infecciones digestivas serias.
También a la Salmonella spp, resistente a fluoroquinolonas y cuya incidencia en Latinoamérica está aumentando, y la Neisseria gonorrhoeae, resistente a cefalosporinas y fluoroquinolonas (esta es la bacteria causante de la gonorrea, una de las ITS más importantes a nivel mundial, y cuya resistencia va en aumento en Europa y Asia-Pacífico, como vimos en un artículo reciente).
Por último, como “Prioridad 3: Media” tenemos al Streptococcus pneumoniae, con susceptibilidad disminuida a la penicilina, y al Haemophilus influenzae, resistente a la ampicilina. Ambos se relacionan con infecciones de las vías respiratorias y a la meningitis.
También encontramos a la Shigella spp, resistente a fluoroquinolonas, que causa infecciones digestivas muy serias con una altísima mortalidad y afecta sobre todo a los niños.
Un futuro incierto
El futuro es particularmente incierto con este tema porque, además de lo visto hasta ahora, según la OMS la “línea de desarrollo clínico de nuevos antimicrobianos está agotada”.
De hecho, hace cuatro años, la agencia de la ONU concluyó que de los “32 antibióticos en fase de desarrollo clínico capaces de combatir” a las superbacterias “solo seis se clasificaron como innovadores”.
Esto quiere decir que los gérmenes están ganando la carrera a la innovación en salud, porque mutan y se adaptan más rápido que lo que la comunidad científica y la industria son capaces de crear nuevos y más potentes antibióticos.
Esto ocurre a pesar de que cada año la industria biofarmacéutica destina más de 200 mil millones de dólares a investigación y desarrollo de nuevos fármacos.
Si eso es malo, peor resulta la falta de acceso a antimicrobianos de calidad, un problema que afecta a muchos países. Y vale decir que en este texto nos hemos enfocado en la resistencia bacteriana, pero el fenómeno lo supera con creces.
Los antirretrovirales, que son la columna vertebral del tratamiento de patologías como el VIH, también pueden volverse inactivos ante la aparición de cepas resistentes del virus.
Lo mismo ocurriría con el agente causante de la malaria, que es un parásito, y con los hongos, particularmente con la Candida auris, de la que ya hablamos anteriormente.
De ahí que la ONU estime que la farmacorresistencia pueda ser la causa de 10 millones de muertes en todo el mundo para el 2050, las mismas que ahora provoca el cáncer, la primera causa de muerte en el planeta.
Se trata de un fenómeno complicado que precisa “un enfoque multisectorial unificado” de acuerdo al principio de “Una sola salud” —al que ya hicimos referencia en un artículo reciente— para, según la OMS, “la elaboración y puesta en marcha de programas, políticas, legislación e investigaciones” que permitan obtener mejores resultados.
¿Podemos hacer algo? Sí. Las personas fuera de la comunidad científica también pueden contribuir a la lucha contra la RAM: basta con no automedicarse ante cualquier cuadro infeccioso y seguir atentamente las instrucciones de los médicos, sobre los que recae un peso importante en este asunto.