Esto de crecer es a veces muy triste. Hace unas horas murió Tulio Raggi, y como Teresita Fernández, deja atrás a un montón de chamas –muchos ya grandes, como yo– que tienen en la raíz del ADN cubano la genialidad de sus creaciones.
Desde los Estudios de Animación del ICAIC, Raggi creó obras maestras de la animación e idiosincrasia cubanas como “El negrito cimarrón”, “La gamita ciega” o “El paso del Yabebirí”, que más que entretenernos o aleccionarnos cuando niños, se convirtieron en fuente de expresiones cotidianas, en pura cubanía sin tacha. Decir en forma de lamento “¡si tuviera mi winche!” –recordando al cazador del Yabebirí– es ya más que una simple frase.
Y es que Raggi, como Juan Padrón y otros animadores cubanos, supo tomarle el pulso a la sociedad en que vivían y reproducirla artísticamente en cada una de sus creaciones. Así pasa con sus personajes, que desde la sátira, el humor o la reflexión, desnudaban la realidad desde simples códigos, entendibles y disfrutable.
Sobre esto, Raggi dijo en una entrevista de 2010: “Todos (los personajes) son hijos míos. También al inicio del Departamento, un postulado básico de su existencia, era la creación de un aparato de dibujos animados que no fuera ni remotamente parecido a lo que se había hecho tradicionalmente por Disney y otras gentes. Se quería hacer un cine de arte, o sea, el reflejo de la cultura cubana en las pantallas de cine. Ese propósito fue básico en la existencia del Departamento. Se produjeron un conjunto de obras muy bellas, pero todas puramente “de arte”, incluso de carácter político.”
Ahora entiendo yo por qué los animados son parte inextirpable de nuestra cultura, de nuestras expresiones; y es que, cuando oigo en la calle a alguien lamentándose “unos, todo lo tienen, otros, ¡nada!” –genial parlamento del animado de Raggi “El zángano y la rosa”–, esa frase no es ya de un animado “para niños” sino que es arte asimilado, es identidad. O cuando “malanga, muuuucha malanga” –de “La medicina del brujo”– es motivo de broma con las publicaciones de los medios de prensa nacionales…
Y para bromas estaba Raggi en 2010, cuando le preguntaron si le faltaba algo por hacer y respondió:
“A mí me falta todo por hacer. Voy a hacer un pacto con el diablo a ver si me da más tiempo. Yo no quiero dejar a mis negritos (El negrito cimarrón), tengo tres guiones más por hacer. A eso se suman otros guiones de la cuerda latinoamericana. Están, por ejemplo, adaptaciones a cuentos de Quiroga, hay otros autores que también se pueden abordar. Tengo también mucho trabajo en la ilustración, las artes plásticas fue mi vocación inicial. No puedo dejar ni la ilustración ni la historieta.”
Ahora, cuando Raggi deja de existir, y el diablo, quizá, no quiso hacer el pacto, una de las lecciones que me deja, ya de grande y como las abejitas al zángano de la rosa, es que “si quieres que te quieran, hay que trabajar”. Raggi se fue, creo yo, con el cariño de millones de cubanos.