¿Más de lo mismo? Patricia Ramos lo tiene difícil con El techo.
No es la primera película cubana donde la azotea adquiere rango de personaje para trazar un límite. El otro asidero, inevitable y socorrido, es el mar. Tampoco donde temas como la migración, la vaguedad existencial y los proyectos generacionales que van a la zaga de una realidad mezquina en oportunidades exitosas, soportan la trama argumental.
Ante esa celada de lugares comunes, a la directora solo le queda un órdago: buscar una voz personal en las sutilezas de la historia; para colmo, nada pasmosa, pues lo que se cuenta en El techo es patrimonio de cualquier hijo de vecino.
Así que “no es una macrohistoria”, advirtió Ramos a OnCuba, horas antes del estreno del filme, ya visto en varios festivales, entre ellos los de La Habana y Miami.
Encaramados en una azotea centrohabanera, un trío de amigos interconectan “su cotidianidad diariamente”, filmados bajo la intensa luz del trópico y la lealtad al gris de una ciudad rendida ante el ocre con mar de fondo.
Una adolescente embarazada, un criador de palomas y alguien encaprichado en que es nieto de sicilianos, “tienen sueños y por ahí se va trenzando la película”. Una obra para nada pretenciosa, porque trata sobre cómo “resolver la vida propia, que ya es una gran cosa”, subraya entre risas la realizadora.
Para oxigenarse económicamente, los chicos terminan montando una pizzería —Sicilia Valdés– cuya extravagancia, más allá del nombre, es copiada de la realidad de la avenida Infanta, de un lugar donde se entregan los pedidos mediante una canasta atada a una cuerda. Con talante metafórico, la gente las llamó las pizzas voladoras.
El propio hecho de titularse El techo indica un límite… ¿Para su percepción, la generación que retrata en el filme tiene un límite bajo?
Pienso que no. Eso depende de la interpretación de la gente. Puede que sí, puede que no. Puede que lo tenga en un momento determinado y después ya no. ¿Quizás?
¿Se traiciona en algo el guion original, dado el margen de improvisación que usted concede?
Pienso que se mejora, porque uno escribe y luego cuando pasas la película por los actores, ellos aportan. Es una experiencia maravillosa. Yo empecé a ensayar la película y al terminar los ensayos, dos meses después, tuve que volver a escribir porque habían surgido iniciativas que se ajustaron, escenas que cambiaron y que se abrieron un poco más. Si uno tiene la posibilidad de estar atento a esos cambios que la vida te ofrece, uno crece y se mejora.
¿Es devota de algún tipo de cine o de directores específicos?
Veo cualquier tipo de cine. Siento que he tenido varias fases, porque hay un momento en que te haces los ciclos. Tu fase Bergman, Fellini, Bertolucci, los Coen, Zhang Yimou, y después tu fase Lucrecia Martel, hasta que vuelva a hacer otra película, y vas cambiando y viendo las tendencias. Hay muchos que han hecho un gran cine y uno trata de apropiarse o de chupar de ellos, pero no soy devota de nadie en particular.
¿Considera que el género no importa o el hecho de ser directora, de alguna manera aporta una visión particular o diferente del problema?
No es lo mismo una mujer dirigiendo que un hombre, porque siempre las perspectivas son diferentes. Es inevitable y siento que en ese sentido sería maravilloso que hubiera más mujeres directoras.
Los actores afirman que usted ofrece margen de libertad en la actuación. ¿Al final, la última palabra para la escena es suya?
Claro.
¿En algún momento, los actores la hacen dudar de su propia brújula o usted logra un equilibrio electivo entre los aportes ajenos y los propios?
Esa es la labor del director: lograr el equilibrio. No solo los actores aportan. También lo hacen el director de fotografía, el de arte. El cine es un arte colectivo donde te tienes que servir de la creatividad de mucha gente. Entonces, la brújula no la puedes perder nunca, porque creas una cosa amorfa.
Los actores improvisaron, pero no se perdió mi historia. Hay textos que escribí los cuales están literales; otros fueron variando, se suavizaron, se cambiaron, se abrieron, se aumentaron; pero el hecho fundamental es no perder la brújula, coordinar la creatividad de todo el mundo.
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Con su película, Patricia Ramos podría ostentar un récord de rodaje para Cuba: dieciocho días. “Eso implicaba mucha precisión a la hora de filmar y cierto sacrificio, porque no podías lograr cosas que querías en tan poco tiempo”.
En ese mínimo tiempo estresante, el equipo sorteó otros inconvenientes: el ruido del helicóptero que filmaba la octava versión de Rápido y furioso y el ruido de las motomochilas de los fumigadores contra los mosquitos.
“Uno se pone más creativo con los obstáculos y va más a la esencia”, dice Ramos, también autora del guion. “Sabía que era lo que se podía resentir o no, que era lo que se podía dejar de filmar y lo que no”.
El cine es un arte caro, afirma la directora. Esta producción del cine independiente cubano surgió tras hilar aportes de varios contribuyentes, como el fondo alemán Bread-for-the-world-Protestant Development Service; la embajada de Noruega en Cuba; la empresa independiente JenovaPRO; el apoyo del ICAIC y el toque final de la pequeña productora nicaragüense Mar y Cielo.
Nacida en 1975 y graduada de Filología por la Universidad de La Habana, y de guion por la Escuela Internacional de Cine y TV de San Antonio de los Baños, Patricia Ramos no es una advenediza sobre el plató. Ha dirigido dos cortometrajes de ficción y un documental: Na-Na (2003), El patio de mi casa (2007) y Ampárame (2008), respectivamente.
La cineasta cocina varios proyectos. Dos de ellos, concebidos para filmarse en Centroamérica. El sueco, un largometraje escrito a cuatro manos junto a su esposo, el productor Humberto Jiménez, y Eclipse, con libreto de este último. “Nos ganamos un fondo para hacer un corto, y eso será pronto.Yo estoy escribiendo otra película para hacerla aquí, una historia de amor de una mujer de mediana edad.”
El techo cuenta con una ventaja sobre otros recientes filmes cubanos. No ha sido pirateada, aún, para el paquete semanal.
¿Tiene algún reproche que hacerle a su ópera prima?
Uno siempre se queda con muchas insatisfacciones. Eso es inevitable, pero creo que lo importante es que estoy muy orgullosa de ella. Es un hijo, ¿no?
¿Y qué defectos le encuentra?
Millones, pero no te los voy a contar. ¡Son inconfesables!.