I.
Cuentan que en una iglesia de Nueva York, una mujer le canta a Dios como pocos lo hacen habitualmente. Es una señora con unas libras demás, usa espejuelos, pero conserva la misma voz que años atrás. Se arquea, exclama: ¡aleluya! y los asistentes le aplauden con locura. Hay, probablemente, cien personas congregadas.
Frente a los mismos devotos y con la participación de otros tantos, la misma hermana ofreció el testimonio de su vida. Allí desmintió los rumores que sobre ella crearon. Afirma que nunca fumó, que nunca se drogó y que nunca bebió alcohol. “Sólo tomaba una Coca-Cola caliente antes de salir al escenario”, agrega. “Gloria a Dios”, dice cada dos minutos. Habla rápido y gesticula exageradamente.
Es la hermana Lupe: así la identifican los asistentes. Es La Lupe, la Reina del Soul Latino, una de las más importantes intérpretes de la música en América Latina. Todos conocen esos datos y su trayectoria, sólo que en la iglesia todos callan.
II.
Es 29 de febrero de 1992 y Lupe, la cristiana que apartó “de alguna manera” la música de su vida, se siente bien. No hay síntomas de una dolencia grave, excepto una: la de no volver a estar frente a miles de fanáticos. Le duele que Tito Puente y el grupo de supuestos amigos no hayan confiado en ella a la hora de crear el grupo Fania. Es posible que sienta dolor porque Celia Cruz ocupó su lugar, cuando realmente ella fue la primera Reina de la Salsa. Está convencida que sabe cantar un son, una guaracha y un bolero como nadie.
Se siente frío en El Bronx y más en ese apartamento tan pequeño. Después de tener una gran mansión, carros, lujos, joyas y éxito, ahora sólo le acompañan los recuerdos.
Antes de dormir se acuerda de su amigo Tite Curet. “Ese negro me debe un montón”, piensa. Sin que nadie la escuche, tararea: porque tú a mi llegaste, sin decir que venías… Se ríe y se acuerda de cómo el tema sonaba y todavía suena en las emisoras de Puerto Rico, Miami, Venezuela…
Ahora está frente al espejo y vuelve a soltar una carcajada. Sabe que ninguna religión le podrá arrebatar la fiebre santiaguera que tiene desde niña. Se toca los senos. Siempre tuvo devoción por sus gemelas y aunque la criticaban, ella las acariciaba en la televisión, en cualquier lugar y después la gente decía que era una verdadera loca o que se acostaba con cuánto hombre se le pusiera al frente. Delante del espejo evoca a Cuba. Le remuerde saber que el Benny está muerto. Ella que tanto lo admiró e imitó.
III.
¡Basta de recuerdos! Al final, ninguno de ellos podrá salvarla de la pobreza y ni Tito, ni los directores que hicieron tanto dinero con ella, fueron a darle la mano cuando estuvo en el sótano y comía gracias a la asistencia social del gobierno. Ahí es cuando se da cuenta que la vida, realmente, es un teatro.
“Es mejor dormir. Mañana hay culto y cantaré, para no perder la costumbre”, piensa y vuelve a reír.
Ha muerto la hermana Lupe y la noticia, aunque no trasciende en los grandes periódicos de la ciudad, es conocida por la gente de la farándula. Pocos son los que no se entristecen por la pérdida. En la iglesia la lloran en nombre de todo un continente y un país al que nunca volvió. Allí va Tito Puente y otros “reyes” de la salsa a rendirle honores.
Han pasado desde entonces 25 años. La hermana, la Reina, la Yiyiyi se volvió el centro de espectáculos, obras de teatro. En su país le deben una película y varios aplausos.
Linda crónica. Qué tristeza saber que una grande terminó sus días en elolvido y la pobreza.