Hay pocas cosas tan revitalizadoras como los reencuentros. El cruce de ese algo ausente, perdido o extraviado en el pasado, ya sea por la imprudencia de lo casual o predeterminado por el destino, devuelve las imágenes y los sentimientos desvanecidos en el tiempo.
Ese segundo de estupor vale sufrirlo, sentirlo sin que nadie lo cuente. Volver a encontrar aquello que se había marchado o que, quizás, por azar había sido arrebatado, es suficiente para sostener la insolencia desecha de una aventura amarga.
Fueron dos años de nostalgia. Dos años agrios. Sin sentir el apego del Coliseo de la Ciudad Deportiva en sus tres fines de semanas anuales. Sin el furor de su grada, sin el desfile nocturno infinito, sin el alarde de sus jugadores en cancha y sin el bullicio vuelto ambiente en las noches de Liga Mundial de Voleibol en La Habana, Cuba.
En 2013 regresa a uno de sus sitios predilectos. A un domicilio extremadamente acogedor, que observó desde lejos como la lid sofrío la huida del folclor cubano encaramado en los asientos de la añeja instalación.
La Liga Mundial extrañó a La Habana, su clima, los gritos desaforados que retuercen los oídos flácidos europeos y asiáticos, las marejadas de una grada frenética, las muecas de un cocodrilo burlón y la resonancia del palpitar de las paredes que traquean los cimientos de tabla.
Los problemas con el sistema de climatización del complejo llevaron a la FIVB (Federación Internacional de Voleibol) a suspender la sede hasta zanjar la circunstancia.
El lapso duró un par de años. La consecuencia. La selección nacional varonil sufrió el exilio. En el 2011 con el pecho erguido y la barbilla en alto jugaron todos los partidos de visitante y a pesar de ello clasificaron para la ronda final. El año pasado, fuera de casa adoptaron una nueva sede, cercana, con un ambiente parecido pero nunca como el propio: República Dominicana brindó su cuartel general para que los antillanos terminaran en un meritorio tercer puesto.
Este año la Liga Mundial está de vuelta, y no es solo lo que representa jugar en casa para el plantel antillano sino, también, para su afición. En este período perdimos la única oportunidad que tenemos los cubanos de ver en nuestra tierra a deportistas foráneos de calibre. Año tras año desembarcan prestigiosos voleibolistas que la Ciudad Deportiva guarece y los muestra al público cubano.
Cuba anclada en el fortísimo Grupo B, servirá sus predios a Serbia del 7 al 9 de junio, a los campeones de la pasada Liga Mundial y titulares Olímpicos de Rusia, los días 28 y 30 de junio e Irán del 5 y 7 de julio.
Será nuevamente un reto para el eternamente renovado y joven equipo cubano. La nueva versión del conjunto tendrá que asumir las ausencias de dos de sus principales jugadores: Fernando Hernández y Henry Bell. El primero decidió apartarse del seleccionado nacional, mientras que el veterano Bell puso fin a su carrera deportiva en activo.
El conjunto del DT Orlando Samuels tiene la misión de tratar de lograr la estabilidad, el equilibrio de los buenos resultados y el de su line up. Una alineación que se verá disminuida en ofensiva con la salida de estos dos jugadores, por lo que literalmente todo correrá a cargo del capitán Wilfredo León.
Con León como pieza clave, Samuels tendrá que ingeniárselas para fortalecer la línea central del equipo y evitar las acostumbradas cascadas de puntos, los mansos e inefectivos saques flotados y encontrar la alternativa para que los porcientos de recepción y defensa de campo alcancen cifras aceptables para un equipo de primer nivel.
De todas formas, el equipo estará nuevamente respaldado por su público, por la afición y su folclor. Sentirán el aliento como sostén, como pretexto para desenfundar atronadores remates que retumben en La Habana después de dos años de ausencia.