Desde 2011, Cuba apuesta por la revitalización económica como tabla de salvamento frente a la complejidad mundial. Un pensamiento financiero ha venido a suplir el determinismo social de antaño, ante los imperativos y leyes de los nuevos tiempos. El gobierno ha etiquetado su experimento con el cintillo actualización del modelo económico, y el campo es uno de los principales objetos de estas fórmulas de rescate.
El periodista y politólogo francés, Salim Lamrani, ha demostrado la esencia profundamente socialista que entraña esta serie de directrices, al tiempo que identifica una serie de escollos en su materialización: en el orden exterior apunta hacia el bloqueo estadounidense; y en el orden interior, hacia algunas resquebraduras de sistema, como la burocracia y la corrupción.
Podría añadirse, además, un último obstáculo en esta carrera de fondo: la imposibilidad de alcanzar una autosuficiencia alimentaria.
“Si fracasa la reforma en la agricultura, fracasa toda la reforma”, afirma el investigador Pavel Vidal, del Centro de Estudios de la Economía Cubana, en declaraciones a la revista católica Espacio Laical.
Contradictoriamente, en el país se importa trigo, maíz, harina y aceite de soya; arroz, granos, carnes y leche en polvo.
El campo se ha convertido en una ecuación de gobernanza, en una matriz de sistema. No en balde el Presidente cubano, Raúl Castro, lo ha elevado a “asunto de seguridad nacional”. Como tal, en la puesta en marcha del paquete de “lineamientos”, las iniciativas de perfil agroalimentario son fundamentales.
Entre ellas descolla el Decreto Ley 300, vigente desde diciembre de 2012. La normativa concibe el otorgamiento en usufructo de tierras ociosas, un estadio superior al proceso de entrega iniciado en 2008. La nueva legislación contempla como usufructuarios a personas jurídicas o naturales y eleva a más de 67 hectáreas la extensión de tierra conferida; a la vez que establece el derecho a asentar vivienda en los terrenos: un beneficio clave para el campesino, que no tendrá que desplazarse cada mañana a lomo de caballo para trabajar su finca.
El Director del Centro Nacional del Control de la Tierra del Ministerio de la Agricultura, Pedro Olivera Gutiérrez, aseguró en diálogo con la prensa que, con el decreto anterior, los usufructuarios solo podían integrarse a las Cooperativas de Créditos y Servicios (CCS), mientras con el Decreto Ley 300, se pueden vincular contractualmente a otras formas de producción, accediendo así a insumos y a mayores facilidades en la comercialización de sus producciones.
Según estadísticas del Centro Nacional del Control de la Tierra, más de 172 mil productores se han sumado ya a esta iniciativa gubernamental, que busca incorporar hectáreas baldías al fondo cultivable cubano. El 77 por ciento no tiene experiencia anterior relacionada con el trabajo agropecuario, y menos de la mitad son jóvenes
Estas cifras entrañan algunos retos para la consolidación a mediano y largo plazo de una agricultura de pequeños productores. Ante la falta de experticia, se impone un trabajo serio de capacitación con estos emprendedores cubanos, de lo contrario, los suelos y los cultivos podrían convertirse en un boomerang con sorpresas nada halagüeñas. De igual forma, despierta perspicacias el hecho de que prime entre los nuevos usufructuarios un segmento poblacional de mediana edad. ¿Qué pasará entonces dentro de unos años? ¿De dónde saldrá el relevo?
Además no siempre el esfuerzo trae aparejado una buena cosecha. Algunas de estas tierras, plagadas de marabú y en avanzado estado de abandono, requieren constancia para que rindan beneficios, sin contar que muchas de ellas son terrenos de escasa fertilidad, lo que presupone un reto mayor para el agricultor.
Sin embargo ya para finales de 2012 se reportaban “notables incrementos” en la producción de granos, carne de cerdo y leche, por la incidencia de los nuevos usufructuarios, de acuerdo con informaciones de Olivera Gutiérrez.
Sin dudas, en materia de rendimiento, los pequeños productores y cooperativistas llevan la delantera, ante una empresa agrícola estatal que poco a poco queda a la retaguardia. El Centro de Control de Tierras informó que estas empresas mantienen sin producir unas 500 mil hectáreas, lo que pone al descubierto un caudal de ineficiencias y desaprovechamiento de los recursos.
Ante este panorama, el otorgamiento de créditos a los pequeños productores deviene un estímulo necesario en el proceso de liberación de las nuevas fuerzas productivas. Aunque, directivos de la banca nacional señalan como una limitante el acceso a las sucursales bancarias, enclavadas en zonas urbanas.
La política crediticia puede llegar a ser una iniciativa saludable, pero deben funcionar otros canales igual de efectivos en la práctica agropecuaria de la Cuba de hoy, porque la necesidad de insumos no entiende de eventualidades.
Este año los productores de Artemisa dejarán de sembrar 248 hectáreas de papa, debido al aumento de los precios del abono y el combustible en el mercado internacional.
Cuba acumula un equipamiento agrícola con algunos años de uso y abuso, lo que va en detrimento de los suelos y el logro de los cultivos. Para paliar estas carencias el gobierno creó un programa campesino de ventas mayoristas, en el que, contradictoriamente, una libra de puntillas de tres pulgadas cuesta 24 CUP (moneda nacional) y un rollo de alambre de púas asciende a los 800 CUP.
Asimismo surgen iniciativas como las del primer mercado de abasto mayorista agropecuario en el capitalino reparto El Trigal, en el que los productores pueden pagar el arrendamiento de un espacio para la descarga y la venta, e igualmente, fijar el precios de sus productos según la oferta y la demanda.
En este sentido, el doctor Omar Everleny Pérez, del Centro de Estudios de la Economía Cubana, comenta en una entrevista lo positivo de que los agricultores primarios puedan vender una parte al estado y otra al mercado.
Por su parte, el pago estatal hacia los productores, poco a poco, eleva la parada. En ese sentido, el blog La Joven Cuba publica un artículo firmado por Roberto G. Peralo, en el que su autor asegura haber sostenido un diálogo con un grupo de campesinos satisfechos con estas pagas, que consideran justas y con buenos dividendos: “cuando uno saca lo que le costó la semilla, preparar la tierra, los fertilizantes, el abono y además la mano de obra que te ayuda, sales con un 60 por ciento de ganancias”, concluyeron los agricultores.
Sin embargo, el doctor Everleny Pérez siente que se necesita mucho más: “Si tú le pagas 500 dólares la tonelada de arroz a un vietnamita, no sería ocioso pagarle 100 a un cubano y, en la actualidad, no sucede. Aunque las autoridades están conscientes de que hay que financiar al productor cubano, debe haber un mayor número de estímulos”.
Pero ¿cómo incrementar salarios ante la baja producción?, se pregunta el vicepresidente del Consejo de Estado, Salvador Valdés Mesa, en la sesión holguinera del XX Congreso de la CTC, a lo que, tal vez, pudiera añadirse otra interrogante ¿cómo incrementar producción ante los aún insuficientes salarios?
Quizás se hallen respuestas, pero lo cierto es que el problema de la agroalimentación en Cuba trasciende el vínculo salario-producción, y se extiende más allá del agricultor y su micromundo.
Por: Malvy Souto López
Foto: Abel Rojas