Ciudad cosmopolita de casi cuatro millones de habitantes y enormes autopistas que, vistas desde arriba asemejan los trazos de telarañas. Urbe acostumbrada a las excentricidades de la socialité Kim Kardashian, los escándalos sexuales de Kobe Bryant, los dimes y diretes de Brad Pitt y Angelina Jolie, Hollywood inaugurando nuevos filmes o develando estrellas en el paseo de la fama. Esa es la ciudad de Los Ángeles, dónde sus habitantes pueden vivir sus 15 minutos de gloria.
Por ser sede de grandes clubes deportivos, no es de extrañar que varios de los mejores jugadores escogieran a la urbe para encumbrar sus carreras. Shaquille O’Neal, David Beckham, “Magic” Johnson y Lisa Leslie dan fe de lo anterior. Sin embargo, lidiar con la prensa, el público, la historia, la fama y las luces de Los Ángeles no es tarea fácil.
A la ciudad ubicada en el sur del estado de California, arribaba en el mes de febrero un muchachito desconocido, sin residencia fija, con un inglés precario en su habla, pero traía en la maleta, junto al bate y la pelota los deseos de brillar en el firmamento de las Grandes Ligas. Con apenas 22 abriles el cienfueguero Yasiel Puig llegaba a la histórica novena de los Dodgers de Los Ángeles, el reto apenas se iniciaba.
Puig comenzó a sonar batazos de todas dimensiones en los entrenamientos primaverales. Los gestos de sus instructores eran evidentes: La sonrisa disimulada, los susurros al oído, el pulgar levantado, la cabeza hacia abajo, como quién busca una perla extraviada en la grama confirmaba que, Puig había llegado para quedarse. La perla no estaba extraviada, comenzaba a pulirse para convertirse en un diamante.
Su estreno tuvo que esperar. Con lágrimas en los ojos el cubano aceptó la decisión del equipo de enviarlo a las menores, pese a su notable rendimiento en la pretemporada. Pasó abril y pasó mayo. Las expectativas creadas en los Dodgers para ganar la Serie Mundial comenzaban a desmoronarse, al ocupar el frío sótano de su división. Sus figuras rutilantes, entre lesiones y bajo rendimiento, no podían hacer valer el cartel de favoritos del segundo equipo con la nómina más cara del béisbol.
Entonces llegó junio y el turno de Yasiel Puig. ¿Acaso el joven cienfueguero podía hacer lo que monstruos como Matt Kemp, Adrián González y Clayton Kershaw no lograban? Par de cuadrangulares en su segundo juego, dos días después home run con casa llena. ¡Fabuloso! Puig se convirtió en el tercer jugador desde 1900 con tres vuelacercas, incluyendo un grand slam, en los primeros cuatro juegos de su carrera.
Los Ángeles tiene a su nueva estrella. Las comparaciones no tardaron en llegar. Las viejas leyendas de los Dodgers comentan no haber visto un jugador como él. Y pensar que la novena azul ha visto en sus filas a Jackie Robinson robarse el plato, presenciar cuatro no hit no run de Sandy Koufax, y ser testigos cuando Kirk Gibson conectó uno de los jonrones más increíbles en la historia del béisbol con ambas rodillas lesionadas.
Pero “Metralleta” Puig, como lo bautizaron en Cuba no se conformó con cuatro juegos. ¿Puede batear sobre 300? ¡No!. La estrella cienfueguera llegó a 300, siguió por los 350, frisó los 400, voló hacia los 420 de promedio y… tras 20 juegos se mantiene en 425.
No solo batea, ya mostró su potente brazo para sacar out a más de uno. Por su velocidad incita debates que le sugieren probar en el fútbol americano cuando culmine la temporada. Lo pueden creer. ¡Un cubano desparramando rivales en el fútbol americano! Lo de Puig se sale del molde, o mejor dicho, por el momento parece no tener un molde.
No solo se comentan sus resultados en los noticieros de MLB, ESPN, FOX y cuanta cadena televisiva exista. Él no se tira fotos con las estrella del equipo; las estrellas lo buscan para sacarse instantáneas. Puig le cambió la cara a un equipo moribundo, les dio oxígeno para continuar en la pelea. Los llenó con la alegría y el carisma de los cubanos, así como del talento beisbolero que corre por nuestras venas desde el siglo XIX.
Los fanáticos tienen motivos en admirar a su nuevo ídolo. Seguro más de uno googleó la palabra Palmira, para ubicar el lugar donde naciera. Puig se ríe de la prensa, los flashes no afectan su juego, la presión no existe en sus 6´3 pulgadas, visitó Nueva York y la ciudad le rindió pleitesías como si fuera una leyenda y… Puig sigue como si nada.
A pesar de no tener las veces necesarias al bate se discute su presencia o no en el próximo Juego de Estrellas. Así es Yasiel Puig, destinado, al parecer, a que cada acción suya genere debates como si se tratara de cumbres presidenciales. Su camino apenas empieza, quizás hacia Cooperstown, aunque suena muy pronto, muy pronto para hablarse del tema. Sin embargo, quienes habitan en la casa de las leyendas beisboleras en su mayoría tuvieron un inicio a la altura del que ha tenido Yasiel Puig.
Creo que el articulo no solo a los conocedores de este deporte si no tambien a los que no lo entendemos te lleva poco a poco a interesarte sobre la historia de este gran deportista, ya que ha sido escrito de forma amena.
Su entrenador en el Cienfuegos no se equivocó cuando afirmó que con los estándares de grasa y masa muscular que posee el cienfueguero, nacido y criado en el batey del antiguo ingenio Portugalete (hoy Elpidio Gómez) a mitad de camino entre Palmira y el célebre por sus aguas Ciego Montero, Puig podía llegar, si se lo proponía, a ser un atleta de rango olímpico en la disciplina que él quisiera. Así de notables son sus dotes, naturales, conseguidas a fuerza de entrenamiento, sin nada de esteroides ni otras sustancias que acostumbran a usar los atletas en la MLB para alcanzar físico y rendimiento óptimos. Bien por Puig. Desde acá, su tierra, recordamos aquel coro de gradas cuando ya fuera del equipo por las razones que luego lo llevaron a México primero y a los Estados Unidos después, la gente entonaba con ritmo aquel memorable ¡Queremos a Puig!, mientras él trataba de pasar desapercibido en un palco mirando los toros desde la barrera.