Hace una semana el malecón habanero se llenó de velas. Una veintena de barcos de Estados Unidos y Cuba recorrieron el litoral en la regata Torreón de la Chorrera, entre el Castillo del Morro, a la entrada de la bahía, y la desembocadura del río Almendares.
La competición fue una secuela de otra regata, la St. Petersburg (Florida)-La Habana, que comenzó el 26 de febrero en la ciudad estadounidense y concluyó hace una semana en la capital cubana. Los mismos veleros compitieron el sábado frente al malecón, a la vista de habaneros y visitantes.
Suspendidas durante muchos años, las regatas de velas entre Estados Unidos y Cuba han tenido un nuevo impulso luego del restablecimiento de las relaciones bilaterales durante la administración de Barack Obama. Las competencias dejaron de celebrarse de manera oficial en 1959 y fue precisamente el circuito entre St. Petersburg y La Habana –iniciado en 1930–, el último recorrido antes de la suspensión.
En la actualidad, estos eventos se ha revitalizado con la celebración de certámenes como la Copa de la Amistad, el Havana Challenge, la regata Tampa-Habana y la República de La Concha.
La Marina Hemingway, centro insignia de los deportes náuticos en la Isla situado al oeste de La Habana, es la organizadora de las competencias por la parte cubana junto a diferentes instituciones estadounidenses. Desde su reanudación, las regatas se han convertido en embajadoras deportivas de las relaciones entre los dos países
Pero más allá de lo político e incluso lo deportivo, las regatas son un momento especial para La Habana. Una jornada en la que, junto a sus habituales paseantes y pescadores y aun a pleno sol, el malecón se llena de curiosos, de familias que caminan con sus hijos, de turistas.
Por un rato, las velas se integran al paisaje de la ciudad como si siempre hubiesen estado allí. Como si siempre fuesen a estarlo.
El pueblo indignadoo necesita regatas llegadas desde el imperio.