Uno de los estilos patentados por el actual gobierno cubano es el de practicar la estrategia de prueba/error, como forma cautelosa de avanzar hacia un desenlace posible. Por supuesto, este método tiene un empleo de larguísima data en la investigación científica y es, por ejemplo, una de las maniobras dramáticas más habituales de la novela policial: se prueba con un sospechoso y, si no da resultado, se cierra ese camino de pesquisas y se emprende otro. Solo que una sociedad como la cubana, urgida de soluciones económicas, no siempre tiene el tiempo abierto de un laboratorio científico ni las páginas escogidas con libertad literaria de una novela policial para someter muchas de sus modificaciones al dilatado sistema de prueba/error.
Recientemente, aplicando otra vez esa estrategia, el gobierno cubano ha aprobado “de forma experimental” la constitución de 124 cooperativas no agropecuarias, que se dedicarán en lo fundamental a operar en los servicios (no solo gastronómicos), la construcción, el transporte y la fabricación de materiales para fines diversos, incluido el de la propia construcción de viviendas, un sector crítico si los hay. Estas entidades que pueden tener diversos grados de relación con las estructuras económicas, productivas o de infraestructura del Estado (locales, equipos, etc.), son en lo esencial independientes y se rigen por mecanismos y normas propios, diferentes a los que imperan en el sector estatal del país.
Apenas unas semanas después de la puesta en funcionamiento de estas cooperativas experimentales varias de sus bondades y de sus problemas de relación con el Estado ya se habían puesto de manifiesto. Las bondades, por supuesto, hacen pensar en lo innecesario de someter estas asociaciones de trabajadores a cualquier examen de su capacidad y funcionalidad. Sus problemas de relación con el Estado y la realidad material y subjetiva del país, en cambio, parecen apoyar la necesidad de crear una avanzada para que, en la lucha y el desgaste, abran las pautas por las cuales podrán moverse las cooperativas que, es evidente, se formarán en un futuro.
El primer elemento a tener en cuenta sobre el carácter de estas asociaciones son sus perfiles de servicios o productivos. Como se ha reconocido públicamente a las cooperativas se les han dado espacios que no son de interés para el Estado o que, simplemente, el Estado nunca pudo hacer eficientes. O sea, su base, más que firme, es pantanosa, y su misión doblemente compleja: no solo ser rentables, sino hacer rentable lo que el aparato del Estado, con todos los recursos posibles y pagando salarios que ya se sabe que son muy inferiores, no pudo convertir en fuente de beneficio, calidad y eficiencia.
Según revelaron algunos presidentes de cooperativas en un reportaje televisivo, la incomprensión de su existencia legal y su papel económico y productivo ha sido un muro con el que han topado en sus primeras aventuras. El temor profundo que sienten muchas administraciones respecto al riesgo de violar lo establecido o lo permitido (siempre de márgenes bastante estrechos), les hace mirar con cautela la posibilidad de contratar los servicios corporativizados. Y esa actitud es lógica: en un país donde por décadas la única legalidad laboral y productiva era la estatal, no resulta fácil asimilar la existencia y presencia de cooperativas y menos aun de pequeñas empresas privadas, aun cuando tengan el necesario soporte legal o sean capaces de ofrecer el producto o servicio que el Estado no garantiza o lo entrega con menor calidad y hasta mayor precio.
Al igual que los trabajadores por cuenta propia, los nuevos cooperativistas ya tienen que lidiar además con otro desafío esencial: el de los suministros necesarios para realizar sus labores. El anunciado mercado mayorista que surtirá a unos y otros no ha pasado de ser un sueño admitido, y estos trabajadores independientes o asociados siguen chocando con la realidad de los altísimos precios que existen en los mercados minoristas, con el desabastecimiento, con la baja calidad de muchos insumos… y aun así conseguir producir y tratar de hacerse rentables.
Nunca en la Cuba contemporánea la palabra rentabilidad ha tenido un peso tan decisorio como en estas formas de producción y empleo (el independiente y el cooperativista). La práctica de la empresa estatal socialista ha demostrado, a lo largo de años y décadas que, ser rentable o no serlo no es un problema para los trabajadores, que a fin de mes reciben de cualquier forma el salario que el Estado les ha fijado, un salario casi siempre insuficiente… pero seguro, percibido con increíble independencia de la mentada rentabilidad, fundamento de cualquier empresa productiva o de servicios. Pero, puesta la pelota en el terreno de las cooperativas y los trabajadores por cuenta propia, la única posibilidad de mantenerse en juego es siendo rentables.
El sistema de cooperativas no asegura un sueldo base al trabajador. El salario que devengará a fines de mes es el resultado de la producción y las ganancias, repartidas de acuerdo a capacidades y responsabilidades individuales… Lo interesante del asunto es que –según lo revelado-, las nuevas cooperativas no agropecuarias, creadas en esas ramas de poco interés para el Estado o de completo fracaso económico, están generando ganancias individuales que alcanzan (por ahora y según lo declarado) los 2500 a 3000 pesos mensuales, o sea, cinco o seis veces lo que ganaba ese trabajador cuando pertenecía a una institución estatal… y no era productivo o rentable, devengaba un salario fijo y, por ende, no pagaba impuestos directos al Estado cubano, como sí deben hacerlo los cooperativistas en cuestión, que entregarán entre un 10 y un 50 por ciento de sus beneficios a las arcas estatales.
Como se ha publicado, ya a fines del 2011 un 22 por ciento del empleo en Cuba se concretaba fuera del sector estatal. Como se ha planificado, para el 2016 se espera que esa cifra alcance el 40 por ciento. Una cantidad importante de estos trabajadores estarán vinculados al sector agropecuario, ya sea como productores individuales o como cooperativistas. Para conseguir hacer atractivo ese estratégico sector, el usufructo de tierras creció en tiempo (de 10 a 25 años) y espacio (de 40 a 67 hectáreas), e incluso se le permitió construir viviendas y alguna infraestructura a los nuevos campesinos. Y aunque hasta ahora los resultados productivos no parecen ser precisamente halagüeños, la desestatalización de la agricultura mantiene su tendencia al crecimiento y la reafirmación, pues con todas sus carencias y problemas, promete ser más eficiente que las ya desgastadas y desacreditas formas estatales de producción de alimentos en el campo.
La todavía joven experiencia de las cooperativas no agropecuarias (también llamadas urbanas) y la más asentada de los trabajadores por cuenta propia que han sobrevivido a las condiciones existentes en el país y la legalidad a la que deben atenerse, advierte de otro problema que se revela ingente: los que trabajan al margen del Estado ganan varias veces más que quienes trabajan para él (médicos, maestros, obreros, etc.)… Con esos truenos, con el CUC a 24 pesos, con los problemas acumulados por la familia cubana luego de tantos años de crisis y carencias, habrá que preguntarse ya: ¿quién querrá trabajar para el Estado? La prueba está hecha, el error puede ser catastrófico: un buen enigma para una novela policiaca. (2013)
Publicado en IPS