De violeta y blanco y con una imagen de la Virgen de Guadalupe detrás del escenario, Lila Downs sedujo a La Habana. Lo hizo cantando rancheras e impregnada del folclor musical de su país. Fue México esta vez “calzado” por Lila, quien se adueñó de la sala Covarrubias del Teatro Nacional, y ni los mil augurios de San Pedro con su lluvia, aplacaron al público que acudió para apreciar su show denominado Pecados y milagros.
Tomó una botella de Mezcal, bebió un sorbo grande y vertió otro en el suelo, para bautizar la tierra de Silvio y Pablo, como dijo anoche al comenzar. Con esa acción también brindó “por La Habana, por Cuba”.
Lila tenía un deseo muy grande de visitar la tierra de artistas inmensos y se le coloreó anoche en el rostro esa satisfacción. Acompañada de sus ocho músicos, la cantante mexicana regaló una velada de más de hora y media de duración.
Éxitos suyos y de otras voces populares de su país e Iberoamérica se hicieron sonar. Por su parte, Downs bordeó tradiciones mexicanas con La martiniana y Cumbia del mole. Resultó emocionante cuando la intérprete habló de las más de 300 lenguas existentes en su nación, las cuales han sobrevivido, incluso a la colonización española y a la modernidad, para erigirse como un eterno símbolo identitario y así cantó La iguana.
No dejó Lila de hablar de temas importantes de la región y de su tierra como la emigración, de ahí esa sensibilidad suya mostrada enTren del cielo. A una figura de la historia azteca, Emiliano Zapata, consagró en la música con un emocionante Zapata, en cuyo estribillo expresó: Cuando sueño contigo, no hay miedo ni duda de mi destino.
La ranchera, otro de los géneros internacionalizados por Lila Downs, “rindió” al público del Nacional. Fallaste corazón fue escuchada con atención en el auditorio, porque desde el escenario Lila le ponía a aquella pieza todo el atractivo de sus dotes interpretativas y también histriónicas.
Fue Piensa en mí una necesaria evocación a Luz Casal y a ese genial filme de Almodóvar que es Tacones lejanos. Mientras, recordó a la gran Chavela Vargas con un intenso Cruz de olvido. Acto seguido obsequió lo que ella denomina su “Himno al maíz”, nombrado Comalito. Sobre ese cereal indicó que no debe ser nunca trangénico y que tiene en las personas del campo, a cultores ancestrales.
Dos veces tuvo la cantante que regresar al escenario tras ese, su último tema del concierto. Sus seguidores en la Isla le pidieron más y Lila regaló tres canciones: La llorona, Quizás, quizás…, y Paloma negra. Su despedida fue sencilla y sentida: “¡Qué viva La Habana! ¡Qué viva Cuba!”, dijo, y desapareció de la escena. Mientras, quedaron los aplausos por largos minutos.