Dos flechas han dado en la diana. Dos tiros prácticamente simultáneos, equiparables a un par de jabs en el mentón del presidente Trump. En el primero, Michael Cohen su abogado, “arreglador” (fixer) y confidente –casi tanto como un párroco detrás del confesionario– se ha declarado culpable de 8 cargos, entre ellos fraude impositivo, bancario y, sobre todo, violación de regulaciones financieras de la campaña presidencial. La segunda flecha: a Paul Manafort, ex estratega suyo, un jurado federal de Virginia lo acaba de encontrar culpable, también, de 8 cargos. Entre ellos fraude impositivo y bancario, más conspiración contra Estados Unidos.
Si esto es “secar el pantano”, con ambos casos y los que faltan por desfilar pocas veces ese lodazal ha estado más reluciente y lozano, al margen de la ya famosa representación del artista mormón Jon McNaughton, que emblematiza la imagen del Presidente entre su base y entre políticos republicanos montados en ese bote por razones propias.
“He participado en esta conducta […] con el propósito principal de influir en las elecciones” –le dijo Cohen a los fiscales refriéndose al pago de 130,000 dólares a la actriz porno Stephanie Clifford, más conocida como Stormy Daniels, y de 150,000 a la conejita de Playboy Karen McDougal: el sonido del silencio ordenado por Trump. Esto significa, en específico, que el Presidente mintió para poder llegar al poder y sentarse en la Oficina Oval. Y utilizando fondos de campaña de manera ilegal, un delito federal. Ha sido implicado, bajo juramento, como co-conspirador.
Si ahora mismo no se encuentra tras las rejas se debe a que parece prevalecer la idea de que un Presidente en oficio no puede ser llevado a cortes, problema conceptual no enteramente resuelto y con implicaciones constitucionales, a lo que se opone una línea de pensamiento según la cual ningún ciudadano, incluyendo al Presidente mismo, puede estar por encima de la ley.
Pero ambos casos, siendo distintos, al final del día tributan a lo mismo: esa “nube rusa”, ese rayo que no cesa prácticamente desde que Trump asumió el cargo –y no por paranoia de posguerra fría o por “amenaza roja” reciclada.
Cohen no era miembro de la campaña de Trump, pero su condición como abogado personal lo hace poseedor de información privilegiada que puede ser utilizada contra el Presidente de Estados Unidos.
Abogado de Trump dice que pagó a actriz porno de su bolsillo
Un solo segmento ya fue revelado poco antes por el propio Cohen: el magnate neoyorquino sabía de antemano la existencia de la –ya hoy ruidosa– reunión de altos ejecutivos de su campaña con una abogada rusa y cuatro de sus connacionales en la Torre Trump (Natalia Veselnitskaya, Anatoli Samochornov, Rinat Akhmestin e Ike Kaveladze), llevada a cabo el 9 de junio de 2016 y convocada para obtener “información sucia” sobre su oponente Hillary Clinton.
Son varias las ramificaciones legales, éticas y políticas de este evento, pero cabría solo subrayar por el momento la figura de obstrucción de la justicia, tanto para el padre como para el hijo mayor y eventualmente para Hope Hicks, quien llegaría a ser directora de Comunicaciones de la Casa Blanca. Y de nuevo aparece la contravención de regulaciones federales, esta vez al aceptar ayuda / contribuciones extranjeras en un proceso político interno.
Manafort, quien se unió a la campaña de Trump a principios de 2016 y funcionó como su jefe entre mayo y agosto de ese año, no fue juzgado por la colisión rusa, pero estuvo junto a Donad Trump Jr. y Jared Kushner en esa reunión de la Torre, además de tener abundantes conexiones con oligarcas rusos implicados de varias maneras en este imbroglio, una información que el periodismo investigativo norteamericano, vestido de largo en las actuales circunstancias, ha venido amplificando a partir de diversas fuentes, tanto internas como externas.
Con su condena se abre un abanico de preguntas. La principal es si Manafort va a colaborar o no con la investigación de Robert Mueller –algo que ya se da por hecho en el caso de Cohen– o si, por el contrario, una vez condenado de manera definitiva, después que apele el veredicto, va a esperar por el perdón de Trump. No habría mucho que añadir si se considera que tiene 69 años y le esperarían, como mínimo, diez años de prisión. Dependería entonces de su pragmatismo.
En política las alianzas suelen ser frágiles, pero en el trumpismo son bastante volátiles. En el pasado, Cohen juraba que se dejaría meter una bala en el cuerpo por Trump. Hoy le ha enfilado todos los cañones.
Que esté implicada la credibilidad del Presidente, ese mismo que a bordo del Air Force One negó conocer esos pagos a la prensa remitiéndola a su abogado Michael Cohen, constituye una raya más para el tigre en un escenario de sistemáticas violaciones a la verdad, contabilizadas por los medios y consecuencia de una filosofía que desde el principio se ha dirigido a difuminar las fronteras entre lo real y lo ficticio.
En efecto, un día muy oscuro para Trump. El más oscuro para la presidencia desde Watergate. Los compositores Carolyn Leigh y C. Y. Coleman lo pondrían de la siguiente manera: “the best is yet to come and babe, won’t that be fine?/ you think you’ve seen the sun, but you ain’t seen it shine”.
La charada china lo diría de otra: el número 8, que aquí sale dos veces, es igual a muerto.