En La Habana, ya no es obligatorio elegir entre uno u otro sabor. La diversidad sexual es políticamente correcta. A esta normalización aportó la película cubana Fresa y Chocolate (Tomás Gutiérrez Alea-Juan Carlos Tabí, 1993). 20 años después recibe un homenaje que añadió el resto de los sentidos.
“No podíamos dejar pasar los 20 años de Fresa y Chocolate. Lo merece la película y el trabajo de Titón, visto hoy también”, dijo, al inicio del particular Jueves de La Embajada, el Consejero cultural español Pablo Platas.
“Para nosotros, visto desde fuera, existe un antes y un después de Fresa y Chocolate, en el cine cubano y mucho más allá”, preció Platas sobre el motivo del agasajo, al que se suma que el país ibérico participó en la producción, conjuntamente con el Instituto Cubano de Artes e Industria Cinematográficos (ICAIC).
El también conductor del espacio comentó su experiencia reciente en la conferencia de la periodista y catedrática estadounidense B. Ruby Rich sobre cine queer que “alguien dijo que la película es la principal defensora de la diversidad sexual y Víctor Fowler[1] le respondió que era un alegato sobre la tolerancia. Hoy, Vladimir me decía que es un alegato por la inclusión, sobre la normalidad”.
Por eso, el plato fuerte de la tarde fue el intercambio con dos de sus protagonistas, la actriz Mirtha Ibarra (Nancy) y Vladimir Cruz (David), a quienes sentaron a una mesa original de la heladería Coppelia —una de las locaciones—, adornada con un ramo de girasoles, que en el filme se dedican a la Patrona de Cuba, la Virgen de la Caridad del Cobre.
Animados por las interrogantes: “¿qué ha significado Fresa y Chocolate?, ¿qué ha pasado en estos 20 años?”, comenzó el coloquio.
“Este ha sido un acontecimiento que nos ha trascendido a todos los involucrados. Imaginamos que iba a ser una película importante, pero no la trascendencia universal porque tocó una problemática cubana y del mundo”, aseguró la actriz Mirtha Ibarra.
Fresa y Chocolate cuenta el inicio de una profunda amistad entre Diego, un artista homosexual y religioso, y David, un joven estudiante heterosexual y comunista, en La Habana de 1980, donde las diversidades sexuales, ideológicas y religiosas, eran irreconciliables.
Para Ibarra, la Nancy de la película, “el problema de la homofobia, de la intolerancia, del respeto al que piensa distinto, es un problema de una actualidad tremenda. Por eso, lamentablemente, no han caducado los temas que toca”.
De ahí su importancia y su éxito, resaltó Ibarra, “no solo para los espectadores cubanos, sino de países tan disímiles, con culturas tan distantes de la nuestra, como China o Japón”.
En este sentido, Vladimir Cruz (David) acotó que “no es normal que se celebre un cumpleaños de una película. Eso significa que ha calado muchísimo”.
Hasta el estreno de la película, en Cuba, con una larga historia de homofobia institucionalizada, los personajes de lesbianas, gays, bisexuales, transgénero e intersexuales (LGBTI), no figuraban o lo hacían solo en papeles secundarios estereotipados en el cine y la TV.
Aunque la homosexualidad fue despenalizada en la isla, en 1979, la llamada Ley de Peligrosidad Social, que en los artículos 76 y 94, que penaba a personas con conducta antisocial y proclives a cometer actos delictivos, permitía a agentes del orden homofóbicos incluir a personas LGBTI en esta categoría.
Algo similar sucedía con las personas religiosas o de otras tendencias ideológicas, que enfrentaban de una manera crítica el proceso de la revolución cubana, según voces expertas y afectadas.
La salida de Fresa y Chocolate coincide, además, con la eclosión del llamado New Queer Cinema, un movimiento cinematográfico, estético y político estadounidense. Aunque aún no existe consenso sobre la inclusión de la cinta cubana en esta categoría, según salió a la luz en las sendas conferencias de Ruby Rich, durante el 35 Festival de Cine de La Habana.
Sin embargo, la película impactó más allá del respeto por ese supuesto otro(a). Entre las personas a las que Fresa y Chocolate le cambió la vida, está Enrique Núñez, por entonces ingeniero y dueño de la locación empleada para recrear la casa de Diego, a la que en la película él llamaba La Guarida.
Con ese nombre, Núñez inauguró una conocida paladar (como se conocen popularmente los restaurantes privados en la isla) en el solar habanero de la calle Concordia. Así devino en un emprendedor insigne, luego de que Cuba legalizara este tipo de servicios privados.
“Ver la casa donde nací y viví toda mi vida en el cine, en una obra genial fue una de las emociones que nunca se olvidan. Eso me dejó con el ansia de hacer algo para que esa historia siguiera viva por siempre”, confesó.
Con motivo del aniversario cerrado, Núñez escribió el libro Paladar La Guarida, que presentó la víspera, aunque los ejemplares no llegaron a tiempo para la venta. En el texto contaron sus anécdotas del rodaje y de la vida en el solar más famoso de La Habana desde la inauguración de su restaurante.
El resto de la conversación transcurrió entre las anécdotas sobre cómo Ibarra y Cruz llegaron a la película; y cómo Senel Paz enfrentó, junto a Titón, el guión desde su cuento El lobo, el bosque y el hombre nuevo. También en recordación a Gutiérrez Alea, fallecido en 1996 a los 68 años de edad, que es considerado por especialistas el director cinematográfico más importante, luego del español Luis Buñuel.
Los grandes ausentes de la tarde fueron el actor, devenido director, Jorge “Pichi” Perugorría (Diego) y el cineasta Juan Carlos Tabío, que compartió la dirección con Gutiérrez Alea.
“Pichi está en pleno rodaje de Fátima, la reina de la noche. Por eso no ha podido venir”, lo disculpó Platas. Y, fuentes cercanas a Tabío, aseguraron que “no está bien de salud”.
Festín para los sentidos
El homenaje de la Embajada española comenzó a las 5:00 p.m. desde la entrada del Palacio Velasco Sarrá, su sede en Cuba, con la presentación de la fragancia Fresa y Chocolate, creada para la ocasión por la perfumería Habana 1791, de la Oficina del Historiador de la Ciudad.
Como recuerdo se entregaron saquitos de organza aromatizados con ambos olores. Para a subida de las escaleras reservaron la muestra de los carteles originales de la película, que el ICAIC cedió para la ocasión, y la escultura de Cristo que formó parte de la escenografía de Fresa y Chocolate.
La soprano cubana María Eugenia Barrios interpretó el aria de Il trovatore, de Giuseppe Verdi, que forma parte de la banda sonora del filme. La acompañó al piano su nieta, Claudia Santana. Por su parte, José María Vitier, autor de la banda sonora de Fresa y Chocolate, deleitó con su interpretación al piano de la música original que compuso para la película.
Además, se proyectaron sendos documentales dedicados al filme y su making off, realizado por la cineasta cubana Rebeca Chávez.
Con posterioridad se inauguró la exposición Esa pared necesita pintura, de Cuty, “uno de los artistas que más ha dialogado con el cuerpo público/privado de una manera descarnada”, según el historiador Abel Sierra.
Para finalizar, reservaron un postre: una canasta con una mezcla de helado de fresa y de chocolate, como perfecto colofón para el homenaje devenido fiesta de los sentidos.
Jueves de la Embajada es un espacio habitual de la Embajada española, creado con la “intención principal de ser un lugar de encuentro cultural”, según ha declarado el embajador de ese país en la isla, Juan Francisco Montalbán.
Felicidades, espectacular película!.