En algún momento debieron confundirlo con un restaurador de muebles, un carpintero recién llegado a la ciudad o un traficante de madera. Que un hombre caminara por los boquetes empedrados con pedazos de puertas y ventanas desvencijadas bajo el brazo no era una imagen muy común quince años atrás en Trinidad.
Con la paciencia de los ebanistas de antaño, Lázaro Niebla Castro escudriñaba en la madera con un cincel y un martillo. Más tarde, desde las tablas asomaba el rostro de una anciana, un viejo con sombrero de guano, la figura de una mujer en la ventana. Gente común.
Que en algún momento pudiera afianzar su quehacer como creador, que lograra escalar los complicados escaños del mundo del arte bajo un sello distintivo eran sueños más o menos probables. A fin de cuentas, la extinta Academia de Artes Plásticas “Oscar Fernández Morera”, en la llamada Ciudad Museo del Caribe, le había otorgado herramientas para pulir su don, y desde siempre supo que prefería la escultura a los pinceles. Pero lo que sí no figuraba en sus sueños de adolescente era que su obra llegaría a los Estados Unidos, mucho menos, que durante tres veranos consecutivos tendría lugar esa travesía.
La organización US Cuba Artist Exchange, liderada por a Mariesa Sun-Saenz, que conecta las comunidades de Estados Unidos y Cuba, propició la inserción de Lázaro en las arenas internacionales. Así, en 2016 este cienfueguero de nacimiento y trinitario por adopción conquistaba espacios fuera de la Isla.
“Es el sueño de todo artista” –confiesa. “Mi primera exhibición fue en la Gallery Thiirty-Six, bajo la curaduría de Mike Bishop. La segunda la hicimos en Los Ángeles, un año después, y la montamos en el patio de la Biblioteca Central. Esta vez se trata de una propuesta itinerante de diez obras, que pasan por la playa de Venice, las montañas de Hollywood, hasta llegar a galería Public Functionary”.
Siempre con el mismo hilo conductor: traer el rostro de los desconocidos. Lázaro no prefiere los grandes personajes de la intelectualidad o la vida pública, sino a quienes pasan desapercibidos entre la urgencia cotidiana. El hacedor de jabas de guano, el vendedor, el cultivador de café, la señora sin pasado…, gente común, la de los sueños simples, como cantaría Ana Belén, “a quienes nos rodean y no sabemos mirar”, como lo calificó una vez un crítico de arte en la urbe sureña.
“Cada obra lleva como título el nombre de quienes represento. Sin las personas que tan amablemente me dejan fotografiarlos para después llevarlos al tablón, sin las charlas para conocer sus vivencias… no ocurriría la magia que dicen tienen las piezas. Cuando ellos mueren, casi nadie los recuerda”.
Tal vez por ese ejercicio constante de devolver la dignidad a quienes la perdieron, Cristina González Bécquer, asesora de la Asociación Cubana de Artesanos Artistas, alude que Lázaro deambula entre la realidad y la nostalgia, entre la vigilia y el sueño. “Mientras las estadísticas contemporáneas pretenden escribir el progreso de la Trinidad turística, la gente de pueblo continúa dando testimonio de lo que fue y ha sido la recoleta villa que fundó Velázquez” –explica. “Lázaro se mueve entre la escenografía que me saludaba camino del colegio, a la ida o a la vuelta. Por esas calles y parajes se encuentran los rostros que después interpreta con sus manos ingeniosas. Pero ha pasado el tiempo. Sus rostros son de hoy, aunque pudieran ser rostros de hace medio siglo. Las personas sencillas siguen siendo las mismas y podría ubicarlas dentro de mis vivencias sin que desentonaran. Podrían acompañar mis gestos de infancia. Pero la verdad es que pueden dialogar con un artista de hoy”.
Dichos personajes también arropan el estudio-taller desde donde el artista conquista los corazones de cientos de turistas que llegan para descubrir a este carpintero de los desconocidos. Las agencias de viajes –en especial las privadas– identifican el lugar como referencia de un arte genuino, único en la villa.
“Ahí está todo lo que he hecho durante tantos años” –dice Lázaro. “Gracias a mi galería he conocido personas que se han interesado por mi obra. También es mi sustento de vida. Yo vendo mis piezas y de eso vivo, no tengo por qué engañarte, pero sobre todo ese espacio ha sido una ventana al mundo”.
¿Por qué puertas y ventanas viejas?
Mi abuelo me enseñó que había que guardar las cosas porque nunca se sabía cuándo harían falta. Las puertas y las ventanas forman parte de la vida de Trinidad. En esas mismas puertas y ventanas transcurre la vida de mis amigos, de mi familia, de quienes llevo represento en la madera”.
En una ocasión una viajera norteamericana de apellido Clauter le preguntó a Lázaro cuáles eran sus sueños. “Ser feliz”, respondió él. Y encontró la felicidad, dice, devastando madera de siglos anteriores y contando sobre ella la historia de los olvidados.
Fotos: Cortesía del entrevistado