Luis Ortiz tenía miedo, pero no era por algo en el tinglado. Con su temida zurda, “King Kong” no se acobarda ante nada, aunque si está de frente al mar, entonces sí lo invade cierta sensación de pavor.
Durante 12 horas se sintió así, arrinconado y sin capacidad de respuesta, en la travesía que lo llevó desde Cuba hasta México hace ya bastante tiempo.
“No pude cerrar los ojos durante las 12 horas”, contó Ortiz, quien dejó atrás su vida en Cuba para buscar un futuro mejor en Estados Unidos.
Así lo relata el púgil junto al también boxeador antillano Erislandy Lara, protagonistas el pasado sábado de la cartelera de Showtime, en el Barclays Center de Nueva York.
Lara (25-3-2, 14 nocauts), quien aspiraba a reinar como campeón superwelter, fijó las tablas frente argentino Brian Castaño (15-0, 11 nocauts) en el combate estelar en la cartelera de Brooklyn.
Ortiz (30-1, 26 nocauts), por su parte, superó por votación unánime al rumano (residente en Alemania) Christian Hammer (24-5, 14 nocauts).
Pero al margen de sus resultados, el camino hasta el cuadrilátero del Barclays Center fue peligroso para ambos boxeadores, que se marcharon de Cuba con un año de diferencia entre los dos. Ambos debieron dejar a sus familias.
“Te puede hablar sobre el efecto emocional que tiene en él y su familia. También hay peligro, porque no fue simplemente subirse a un avión y llegar a un lugar”, dijo Lara mientras compartía mesa con Ortiz.
“Hay que cruzar un océano, que es peligroso. Sé de mucha gente que no pudo completar la travesía. Murieron. Siempre está el riesgo de que te ahogues en ese océano, un 100 por ciento”, añadió el púgil de 39 años.
“Lo más difícil es saber el riesgo al que te exponer. Si te atrapan, tu carrera se acabó en Cuba”, dijo Ortiz.
Lara fue atrapado cuando quiso desertar del equipo cubano en 2007, junto a su compañero de equipo Guillermo Rigondeaux, en los Juegos Panamericanos de Río de Janeiro. Como castigo, quedó marginado del boxeo al regresar a Cuba, pero pudo fugarse un año después.
Abandonó la Isla en una lancha rápida rumbo a México, desde donde viajó a Alemania y finalmente a Estados Unidos, dejando a sus dos hijos, su madre y más en su patria.
“El boxeo es nada comparado al tener que dejar a tu madre, dejar a tu familia, dejar a tus amigos y empezar una vida desde cero”, dijo Lara. “Eso fue lo más duro que tuve que vivir, así que el boxeo y otras cosas no se acercan a eso. A veces Dios tiene un plan y lo que hice fue seguir su plan.”
Lara mantuvo un prolongado reinado en las 154 libras hasta que perdió por decisión dividida el año pasado ante Jarrett Hurd, un combate de unificación que fue proclamado como el mejor de 2018. Radicado en Houston, Lara y su esposa, Yudi, se nacionalizaron estadounidenses en 2017 y visitó Cuba el año pasado por primera vez en casi una década.
Ortiz, quien reside en Miami, viaja a la Isla con más frecuencia y no hubiera salido de no haber sido por su hija, Lismercedes. Sufre de epidermólisis bullosa, una enfermedad genética de la piel que no tiene cura.
Se fue en 2009, cuando la niña tenía cuatro años, tomando una lancha rápida hacia México. Dos días después cruzó la frontera con Estados Unidos. Regresó a la frontera en 2012 para encontrarse con su familia, y Lismercedes ha mejorado gracias al tratamiento que ha recibido de especialistas en Stanford.
En tanto, Ortiz ganó por nocaut las dos peleas que disputó desde su única derrota, cuando sucumbió ante Deontay Wilder, el campeón del CMB, en marzo pasado, en el propio Barclays Center.
Ahora, con el triunfo sobre Hammer, puede marcar la ruta hasta una revancha e, incluso, buscar un enfrentamiento contra Anthony Joshua, quien ha mencionado a Ortiz como un posible retador más adelante.
Pero tras lo que él y su familia han enfrentado, el superpesado cubano no se estresa con victorias y derrotas en el ring.
“Es solo un trabajo”, dijo. “Esa presión, ese miedo de que te manden de regreso a Cuba, acabó.”
Con información de AP