El derecho a la libertad de expresión contemplado en la Primera Enmienda constitucional de Estados Unidos no es un asunto de risa, como lo muestra una exposición en la más grande biblioteca de caricaturas del mundo.
La muestra de caricatura política, titulada “Front Line: Editorial Cartoonists and the First Amendment”, estará abierta al público hasta octubre en la Biblioteca y Museo de la Caricatura Billy Ireland de Ohio State University.
La exposición va de un dibujo de 1774 de Paul Revere contra Gran Bretaña por el uso del té como arma política a una caricatura de 2018 que satiriza el bloqueo a sitios conservadores en internet. Otras caricaturas abordan temas como la corrección política, las noticias falsas y el papel de Twitter en el discurso político.
En ella se combinan dibujos aportados por varias decenas de caricaturistas, así como material de la colección de la biblioteca. Muchos son de diarios, pero también hay de la revista New Yorker e incluso algunos que aparecieron primero en internet, en sitios como Politico.
“Nos enfocamos en caricaturistas editoriales y en la Primera Enmienda en parte porque los caricaturistas editoriales estadounidenses son los únicos en el mundo cuyo trabajo está protegido por una enmienda en la constitución federal del país”, dijo la fundadora del museo Lucy Caswell, quien cocuró la exposición con la caricaturista galardonada con el Pulitzer Ann Telnaes.
El desdén del presidente Donald Trump por los medios tradicionales inspiró varias caricaturas en la exposición. Estas incluyen un dibujo de 2017 de Jimmy Margulies de King Features Syndicate con el logotipo del pájaro de Twitter con un peinado a la Trump dentro de una jaula con diarios.
Margulies dijo en un correo electrónico que es un reto no dibujar sobre el presidente todos los días, aunque “probablemente hace o dice varias cosas todos los días que se merecen una caricatura”.
Telnaes señaló que las caricaturas con comentario editorial se han vuelto una parte integral del discurso político estadounidense por más de 250 años, desde que la caricatura “Join, or Die” apareció en la gaceta Benjamin Franklin de Pennsylvania en 1754. En general, dijo, pueden ser tomadas como un indicador de la libertad de expresión de un país.
“Si no hay caricaturistas creando sátira dura y afilada contra sus políticos y políticas, entonces es casi un hecho que ese país y su gobierno no toleran el derecho de los individuos a la libertad de expresión”, dijo Telnaes en un correo electrónico.
La inclusión de una caricatura de un periódico desaparecido hace tiempo, como el diario Los Angeles Examiner, también señala uno de los retos más grandes que enfrentan los caricaturistas: el declive de los diarios impresos, y la eliminación de muchos empleos de tiempo completo para caricaturistas.
Hace 20 años, el país tenía unos 150 caricaturistas de tiempo completo, de acuerdo con Telnaes. Ahora hay unos 40.
Aunque la era digital ha creado nuevas oportunidades, todavía es difícil para los caricaturistas ganar lo suficiente para vivir, dijo la cocuradora. Mientras tanto, las redes sociales han sido una bendición y una maldición.
“Las redes sociales son positivas porque los lectores están más conectados y aprecian más las caricaturas, pero también permite que grupos de interés especial vayan en contra de los caricaturistas y sus publicaciones cuando un cartón va en contra de sus creencias e intereses”, dijo.
En 1988 la Corte Suprema refrendó las caricaturas políticas como obras protegidas por la libertad de expresión en un caso que involucraba a la revista Hustler y una parodia contra el reverendo Jerry Falwell, fundador de Moral Majority, la cual está en la muestra de Ohio State.
Al escribir la decisión unánime de la corte, el juez William Rehnquist señaló que los caricaturistas han retratado a las figuras públicas a través de los años de una manera que no está disponible para los fotógrafos o los pintores, al dibujar la “postura alta y flaca” de Abraham Lincoln, “los lentes y dientes de Teddy Roosevelt, y la barbilla afilada de Franklin D. Roosevelt con su boquilla para cigarros”.
“Desde el punto de vista histórico es claro que nuestro discurso político habría sido considerablemente más pobre sin ellos”, escribió Rehnquist.