“Nada es perfecto”: luciendo en sus prendas el humor y la energía típicos de Cuba, “Clandestina”, la primera marca de moda independiente de la isla, ha viajado este mes de junio a Nueva York para ofrecer sus propuestas, fruto de una generación resiliente y con vocación global.
En una tienda “pop-up” (efímera) en pleno barrio de Brooklyn, las fundadoras de “Clandestina”, la cubana Idania Del Río y la española Leire Fernández, reciben a Efe mientras ultiman los detalles de una inauguración, este jueves, que será al más puro estilo habanero, con mojitos y música en vivo de la baterista Yissy.
“Queremos traer la energía que hay en Cuba y que tenemos en nuestra tienda en La Habana aquí, a Nueva York, y la de un colectivo de creadores que están intentando poner el diseño cubano a nivel global y lo están consiguiendo”, afirma Fernández.
Esa intención se refleja en lemas como “Nada es perfecto”, “Actually, I’m in Havana” y “País en construcción” impresos en muchas de las camisetas, faldas y bolsos que “Clandestina” venderá hasta el 24 de junio en el neoyorquino espacio “The Canvas”, aunque su ropa recoge la idiosincrasia de la isla también desde otros detalles.
Por ejemplo: una camisa con flores hecha a partir de una cortina, una suave chaqueta tipo “bomber” con colchas tejidas –que funciona muy bien entre “influencers”, dicen– y otra camisa elaborada con el traje de las brigadas que fumigan mosquitos para prevenir el dengue. “Esta es la ‘fumigueitor”, bromea Fernández.
Uno de los mayores exponentes del cuentapropismo en Cuba, “Clandestina” es un emprendimiento privado que abrió en 2015, tras dos años de burocracia y en un contexto sociopolítico de cierta apertura, pero que ha crecido “bailando la lambada” y aprendiendo del error para “contar la realidad de la gente de tú a tú”, explica.
Ahora, gracias a “mucho trabajo”, de buen “timing” (cronometraje) y de “mucha gente queriendo cambiar cosas”, la firma emplea a un colectivo de 32 trabajadores en su conocida tienda de L
a Habana, distribuye por internet a todo el mundo y también ofrece piezas en un “retailer” (minorista) en Miami (EE.UU.).
Pero aterrizar en Nueva York, escaparate del mundo, supone un hito más allá de la expansión de la marca: “Significa que hay una oportunidad para el diseño cubano, para el cubano en general, de decir: OK, este modelo existe, esta gente lo ha hecho, es posible. Una ventanita de aire fresco, esperanza”, desgrana Del Río.
Y es que el colectivo de “Clandestina” sabe de vicisitudes pero también de “resiliencia”: allí la materia prima procede sobre todo del mercado de segunda mano, ya que el “sector de la moda está deprimido, es inexistente, y no hay tecnología para producir”, dice la diseñadora, que ensalza el valor de artesanías como la costura.
“No nos sentimos limitados creativamente, pero sí entendemos que hay limitaciones serias que estamos afrontando y le damos una vuelta a eso”, señala esta emprendedora seleccionada en 2016 para hablar con el expresidente de EE.UU. Barack Obama en la histórica visita que hizo a la isla tras restablecer relaciones diplomáticas.
Ante la línea dura del Gobierno de Donald Trump, que esta semana ha restringido aún más las visitas de estadounidenses a Cuba, las fundadoras de “Clandestina” recuerdan el “primer impacto” del mandatario sobre su negocio: en 2017 perdieron “el 50 % del mercado, porque los turistas americanos eran importantes”.
El año “2017 fue catastrófico, en ese sentido, para mucha gente que empezaba (a emprender). Con Obama tenían esperanza y cuando abrieron, que se tarda mucho, viene Trump”, sostiene Fernández, una extrabajadora de la UNESCO que lleva 12 años en Cuba y ha hecho suyo el popular dicho local “lo que sucede, conviene”.
“Siempre buscas de lo malo una oportunidad, y nuestra oportunidad con Trump fue descubrir a nuestra comunidad local”, confiesa, sentada junto a Del Río entre percheros con unas coloridas prendas en su mayoría recicladas y con historias detrás. “No es un negocio para forrarnos de dinero”, puntualiza.
Aunque los clientes locales son más fuertes que los turistas, Fernández y Del Río comparten una visión de empresa global: quieren “crear un flujo real comercial” y contribuir al crecimiento dentro de Cuba, especialmente por los jóvenes “no tan conectados con la filosofía de la Revolución” que a menudo optan por emigrar.
Abrir esta tienda “pop-up” en la Gran Manzana, y otra simultánea en Washington DC a finales de mes, “tiene peso” en el país caribeño, reitera Del Río, que se considera “heredera” de la idea cubana de que el talento hay que explotarlo, y formada en una educación artística que permite ascender aunque vengas “de abajo”.
“Tuvimos mucha energía en que tenemos que crear una marca global que la gente vea como cubana, con todas las cosas increíbles y fantásticas que tiene Cuba pero alineada con las tendencias globales”, concluye la diseñadora, que resume esta iniciativa en un “puente de comprensión” entre cubanos y extranjeros.