En demasiadas partes del mundo la violencia contra la mujer es una realidad asumida por muchos como algo “normal” y ante la cual las autoridades patriarcales no han sido capaces de actuar de forma efectiva. Mientras en Estados Unidos Hollywood se ha revuelto con el #MeToo; en España proliferan “las Manadas” a pesar de las protestas; en Cuba las redes sociales visualizan casos de abusos o incluso femicidios, en Rusia el tema vuelve a saltar a las noticias por la reciente sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos. Esta corte reconoció por primera vez como discriminación la inacción de las autoridades del país eslavo, que no han sabido tomar todas las medidas necesarias para combatir la violencia de género.
Tras este caso, en un giro dramático, los senadores rusos anunciaron que planean revisar nuevamente las leyes del país relacionadas con la violencia doméstica.
“Asunto de familia”
Valeria Volódina, una mujer de 34 años de la ciudad de Ulyanovsk, denunció en varias ocasiones a su expareja, el azerbaiyano de 31 años de edad Rashad Salayev, pero no pudo obtener la protección necesaria.
Se conocieron y comenzaron a salir a finales de 2014, y en abril del año siguiente, Salayev la golpeó por primera vez; luego las palizas se repetían cada tres o cuatro meses. “Un par de veces me pegó tanto que no me levanté en una semana. Me di cuenta de que él podía matarme. Ni siquiera me resistía “, contó Volódina a los medios en 2016.
Sus reiteradas denuncias no prosperaron ni siquiera tras un secuestro y un aborto espontáneo a causa de las golpizas, por lo que, a finales de 2018, Valeria abandonó el país. Ahora, tras la sentencia de Estrasburgo, recibirá unos 25.000 euros en compensación, pero sobre todo ha logrado volver a poner el tema en la palestra pública.
El de Volódina no es un caso aislado en Rusia, donde muchas veces las autoridades no se toman en serio la violencia doméstica, considerada un “problema de familia”, hasta que deviene en hechos sangrientos.
En 2018, el tribunal de la ciudad de Sérpujov, en la región de Moscú, condenó a 14 años de prisión al ciudadano Dmitri Grachov, que le cortó por celos con un hacha las manos a su exmujer, Margarita Grachova.
Poco antes del crimen, el marido celoso llevó a la mujer a un bosque y la amenazó de muerte. Margarita presentó entonces una denuncia a la policía, pero el oficial del distrito se negó a abrir un caso penal.
Durante el segundo secuestro, ocurrido días más tarde, Grachov golpeó con un hacha más de diez veces las manos de su mujer, que perdió definitivamente la diestra, pero los médicos lograron salvarle la extremidad superior izquierda.
El tribunal consideró como argumento atenuante el hecho de que el acusado llevó personalmente a su mujer al hospital y luego se entregó a la policía.
En otro caso muy mediático que ha dividido la opinión pública, tres adolescentes de 19, 18 y 17 años confesaron que habían matado a su padre. El cuerpo del hombre de 57 años fue hallado en su domicilio con numerosas heridas de arma blanca en el cuello y el pecho. Las hermanas Jachaturián afirman que su progenitor las sometió a años de abusos psicológicos, físicos y sexuales, de lo cual hay no pocos indicios y testigos. Ahora podrían recibir condenas de 8 a 20 años de prisión, aunque los abogados de las jóvenes aseguran que actuaron en defensa propia tras la enésima agresión del padre.
La madre de las chicas, que no vivía con ellas pues el hombre la había echado de la casa bajo amenazas, aseguró a los medios que hace años trató de denunciar a la policía las golpizas de su marido, pero él mismo no dudaba en aplicar la violencia incluso en la comisaría.
“Tenía relaciones en todas partes, no hubo ni una denuncia, nada, y nadie intervino”, subrayó la mujer, quien asegura que el fallecido “era amigo íntimo del jefe del departamento de policía” del distrito, y por eso lograba evitar cualquier tipo de castigo.
A la pregunta de por qué las muchachas no huyeron, en lugar de matar a su padre, su progenitora explicó que Jachaturián padre había amenazado con encontrarlas en cualquier lugar y eliminarlas “delante de todos”.
Aunque no se conocen estadísticas oficiales recientes, se ha publicado reiteradamente que son unas 600 mil las mujeres violentadas cada año y que las víctimas mortales han llegado hasta las 14 mil anuales. Sin embargo, otros análisis demuestran que esas cifras son mitos a partir de datos muy antiguos o tergiversados, y que incluyen muchos otros delitos en el ámbito doméstico y de la comunidad, pero se siguen repitiendo en medios dentro y fuera de Rusia ante la falta de información fidedigna.
De lo que sí no hay dudas es de que se trata de un problema serio y difícil de resolver, pues está metido en el ADN de muchos rusos.
“Si te pega es porque te quiere”
La periodista Vera Proskúrnina, de 50 años, ha visto de pasada la cara fea de la violencia, en allegadas y hasta en sí misma, de alguna forma.
“Antiguamente era algo normal, ahora ya no, pero muchas veces sigue habiendo maltrato. Las mujeres rusas, por lo general, prefieren callar si están en ese caso, como se dice, ‘no sacar la basura de la izbá’. Si en un matrimonio hay problemas, para la mayoría la culpable es la mujer, la gente no se mete”, afirma.
La tradición de golpear a la esposa regularmente apareció en Rusia con el cristianismo. En el período pagano, la mujer era un miembro de la sociedad con similares derechos a los del sexo masculino. Pero junto con el bautismo, Rusia adoptó una nueva moralidad que afectó de manera más desfavorable el destino de la mujer rusa, que pasó a ser percibida como una criatura en cierta medida inferior. Se suponía que el esposo debía velar por ella, por su moralidad y la ‘salvación de su alma’. Pero este ‘cuidado’ tenía que ser expresado con rigor y palizas regulares, por lo que el castigo corporal se consideraba una especie de ‘trabajo preventivo’. De esta manera, si un hombre golpeaba a su cónyuge, era porque le importaba salvar su alma del infierno. “Si te pega es porque te quiere”, dice desde entonces un antiguo refrán ruso, que muchos repiten aún hoy.Vera considera que otros factores históricos pueden haber influido también en la situación actual.
“Creo que, contradictoriamente, tiene también que ver con que en Rusia las mujeres recibieron de manera automática el derecho a tener el mismo salario que los hombres, el derecho al voto, sin que mediara una lucha; la mujer era ante todo una obrera, una trabajadora, mano de obra adicional, pero no hubo una toma de conciencia de su lugar en la sociedad”, reflexiona Vera.
Lo cierto es que, si bien las rusas alcanzaron un alto grado de emancipación después de la revolución de 1917, cuando muchísimas estudiaron en Universidades y ocuparon altos cargos, el tema de la igualdad de derechos en toda su amplitud no solía ser abordado en el discurso público. “Ellas siempre se vieron condenadas a la doble jornada, dentro y fuera de casa, a cargar con todas las responsabilidades, tanto por los niños como por los ancianos”, explica Vera.
Algunas mujeres hoy parecen tener muy asumido todavía que el marido o la pareja les puede levantar la mano de vez en cuando. Esta situación no suele ser aceptada en las familias de intelectuales, pero en otros estratos de la población, pueden encontrarse frecuentemente casos de maltrato, agravado en ocasiones por el alcoholismo.
#YoNoTemoDecir
María Korobéinikova lleva más de dos décadas casada con un español, por lo que ha vivido a medio camino entre Alicante y Moscú. Esta moscovita de 45 años, licenciada en filología y madre de una niña de 11, confiesa sentir preocupación por la manera en que se percibe el tema de la violencia de género en la sociedad rusa.
“Creo que en Rusia todavía no se ha tomado conciencia de la gravedad del problema, o al menos no como en otros países, como España. Aquí no hay leyes específicas, ni medidas de protección estatales para las víctimas; la gente tampoco hace concentraciones en repulsa a este tipo de crímenes”.
El Parlamento ruso aprobó en 2017 una enmienda que despenaliza la violencia familiar cuando no ocasiona daños a la salud, salvo reincidencia.
Los promotores de la medida defienden que se trata de proteger los “valores familiares tradicionales” ya que la enmienda busca eliminar un desequilibrio provocado por una redacción anterior de la misma normativa que trasladó a la categoría de faltas administrativas los golpes que no ocasionan daños a la salud, sin despenalizar las mismas acciones en el ámbito familiar. Debido a esta omisión legal, una nalgada a un niño travieso podía costarle hasta dos años de prisión a un padre, mientras solo una multa a un vecino, por lo que podía influir en la separación de la familia.
De todos modos, los golpes y otras acciones violentas que causen dolor físico a familiares y allegados, aunque no daños a su salud, se castigan con hasta dos años de cárcel o, alternativamente, seis meses de arresto, dos años de trabajo forzado, un año de trabajo correccional o 360 horas de servicio comunitario. Las sanciones penales se mantienen solo para los reincidentes.
Sus detractores aseguran que, lejos de contribuir a la paz familiar, la ley puede provocar un aumento de la violencia. “La primera vez que denuncian malos tratos en la familia solo condenan a una multa que la propia víctima muchas veces se ve obligada a pagar, si el marido es un borracho que no trabaja, por ejemplo. Pero no implica protección alguna”, refiere Proskúrnina.
Pero tras estos últimos y sonados casos se ha vuelto a poner el tema sobre el tapete legislativo. La presidenta del Consejo de la Federación (Senado ruso), Valentina Matvienko, de forma inédita ha reconocido la necesidad de revisar nuevamente las leyes del país relacionadas con la lucha contra la violencia doméstica.
“Será creado un grupo de trabajo que analizará otra vez la legislación vigente, con la participación de organizaciones sociales; estudiaremos la experiencia internacional en esa esfera”, afirmó la senadora.
Matvienko lamentó que en Rusia no exista una estadística exacta de los delitos de ese tipo, pues la policía a menudo ignora las quejas de los afectados “porque les estropea los índices”.
Hasta hoy Rusia no ha firmado el Convenio del Consejo de Europa para prevenir y combatir la violencia contra las mujeres y la violencia doméstica (Convenio de Estambul), algo que algunos relacionan con la posición de la Iglesia ortodoxa rusa, ya que el propio patriarca Kirill lo criticó activamente y agradeció la posición de las autoridades.
Korobeinikova ve no obstante una luz al final del túnel. “Noto por otro lado que las cosas empiezan a cambiar, muy poco a poco. Algunos medios y activistas se esfuerzan por hacer públicos estos casos, por promover un debate en la sociedad, empiezan a surgir los primeros refugios, los primeros teléfonos de atención a las víctimas. Pero me temo que aún hay mucho por hacer para convertir esta lucha en una política de Estado”.
Cuando en 2017 se popularizó en el mundo la campaña #MeToo, las rusas se sumaron con su equivalente #ЯТоже. Pero ya un año antes había surgido una iniciativa similar desde Ucrania bajo el hashtag #яНеБоюсьСказать (yo no temo decir), que denunciaba la violencia de género, en particular las violaciones, y logró hacerse notar bastante también en Rusia.
Tras la sentencia favorable a Volódina, se supo además que Grachova ha elevado también su caso a la Corte Europea de Derechos Humanos, con lo que suman unas diez las denuncias contra el país eslavo en ese tribunal. Pero Rusia no es una excepción. Eslovaquia, Grecia, Turquía o Italia son algunos de los países que han sido condenados antes por crímenes contra las mujeres. Son millones más las víctimas en todo el mundo que nunca llegan a Estrasburgo.