Los albores del III Clásico Mundial ya se observan en el horizonte. Bienvenido sea. La magia del béisbol comenzará a hechizar en breve a millones de fanáticos aunque, lamentablemente, varios de los principales “hechiceros” estarán ausentes de la justa, en gran medida por una serie de barreras arquitectónicas inaccesibles, impuestas unilateralmente por los organizadores.
A priori, la génesis de este magno certamen persigue implicar a los mejores jugadores del mundo en representación de sus respectivos países, sin embargo la realidad dista mucho del sueño y, por ejemplo, cuatro de las figuras más ilustres de este deporte en la actualidad estarán ausentes, léase el inicialista dominicano Albert Pujols, el lanzador estadounidense Justin Verlander, el jardinero japonés Ichiro Suzuki y el serpentinero venezolano Félix Hernández.
Las causas son muchas. Demasiadas diría yo. Entre ellas pudiera mencionar la inoportuna fecha de celebración, las restricciones de lanzamientos, la irracional distancia entre los países sede, el limitado y risible poder de la mayoría de las Federaciones Nacionales para exigir la presencia de sus jugadores seleccionados, las insensatas facilidades que tienen muchos peloteros para jugar por cualquier país (aunque no sean nativos o ni siquiera hayan pisado nunca esa tierra) o la insultante distribución de los dineros por concepto de derechos televisivos.
El Clásico Mundial se concibió en los primeros años de este siglo y finalmente vio la luz en 2006. En principio se proyectó como un torneo de exhibición y no como un campeonato del orbe con todas las de la ley, porque los organizadores prefirieron echarlo a rodar mucho antes de finiquitar los acuerdos de fechas de celebración más coherentes y de préstamos de jugadores con las franquicias de las Grandes Ligas de Estados Unidos.
Así, el certamen se disputa siempre en marzo, mes impropio para la mayoría de los países poderosos (sus mejores jugadores están completamente fuera de forma y la probabilidad de lesionarse es extremadamente alta), y además las organizaciones de la Gran Carpa tienen toda la potestad legal de negarse, con o sin razón, a ceder a cualquiera de sus jugadores.
Desde siempre, marzo es el mes designado para el entrenamiento primaveral en el béisbol estadounidense y de Japón. Por esa fecha los jugadores comienzan a estirar los músculos y a sintonizarse nuevamente con la inminente temporada. Su talento real comienza a mostrarse a plenitud para mediados de abril, en algunos casos más tarde.
Este factor perjudica a poderosas novenas como República Dominicana, Venezuela, Puerto Rico, Estados Unidos, México o Canadá, mientras beneficia a otras como Holanda, Italia, Australia y Cuba, que atacan el Clásico en sus máximos niveles de rendimiento.
Hasta que el Clásico no cambie de época del año nunca tendrá toda la atención que merece. La idea de unir a los mejores peloteros del mundo con sus selecciones nacionales es genial, pero nada ni nadie (incluyo aquí al Señor Dinero) podrá impedir ausencias de gran trascendencia, que desvirtúan la génesis del torneo y permiten sorpresas como las de la segunda edición, cuando Holanda superó en par de ocasiones al todopoderoso República Dominicana, todo un sinsentido. Mi propuesta de fecha: julio.
Por otro lado, la reglamentación del torneo impone un límite de lanzamientos a los pitchers -lógico si miramos el pésimo estado de forma en que llegan los serpentineros a los entrenamientos de primavera-. El Clásico no puede tener barreras de ese tipo porque pierde credibilidad.
Pongan a rodar la imaginación y sitúense en una hipotética Copa del Mundo de fútbol Planeta Marte-2026, en la que los cracks Lionel Messi y Cristiano Ronaldo solo puedan disputar 60 minutos por partido, ni uno más, sería un fiasco enorme. Mírese por donde se mire la seriedad del torneo sería grandemente cuestionada.
Pues bien, en el Clásico un lanzador solo podrá lanzar -sin excepción de ninguna índole- 65 envíos en la primera ronda, 80 en la segunda, y hasta 95 en semifinal y final (cinco menos en cada etapa si comparamos con el certamen de 2009).
Otro aspecto: la dureza de los traslados (se juega en Asia y América, más lejos imposible) afecta soberbiamente a los equipos implicados, con el fenómeno del jet lag o síndrome de los husos horarios, que provoca fatigas, problemas digestivos, irritabilidad, falta de memoria, etc, debido a la enorme cantidad de kilómetros a recorridos en avión a través de muchas regiones horarias, en este caso para efectuar solo un par de desafíos.
Todos estos factores, y algunos otros, como el cuidado del prestigio profesional individual, provocan la ausencia de jugadores importantes, dispuestos a representar a su país pero en condiciones normales (hasta yo le doy un hit a Verlander en marzo, me dijo hace poco un amigo, medio en broma medio en serio).
Entre los grandes ausentes a esta tercera edición del Clásico estarán además los estadounidenses Mike Trout, David Price y Steven Strasburg, los dominicanos José Bautista, Johnny Cueto e Iván Nova, los japoneses Yu Darvish, Hiroki Kuroda y Daisuke Matsuzaka (Jugador Más Valioso de las dos ediciones anteriores), los canadienses Joey Votto y Ryan Dempster, el venezolano Yohan Santana, el sudcoreano Shin-Soo Choo, y muchos otros.
Por el bien del béisbol el Clásico debe existir, pero si se mantienen estas irregularidades siempre será un torneo de exhibición y confraternización, en lugar del Campeonato Mundial recio y competitivo que los fanáticos piden a gritos.
¡Larga vida al Clásico! Que suene el Play Ball.