En el principio de aquellos años noventa, para los cubanos anunciados como durísimos, las noticias dieron cuenta de un hecho entendido como la reivindicación del sueño africano: Nelson Mandela, el líder negro que sumaba 27 años en prisión, estaba libre.
Visto hoy, desde finales de enero y aún más, uno o dos años antes parecía inminente que una de las figuras claves del Congreso Nacional Africano (CNA), sentenciado a cadena perpetua desde 1964 por su activa participación armada contra el Apartheid, alcanzara su libertad de un momento a otro debido a la presión internacional sobre el gobierno de Frederik de Klerk.
De Klerk, representante de esa fracción blanca cuyo origen mayoritariamente estaba en los países bajos y que se conocen como afrikáners, ocupaba la presidencia desde septiembre de 1989. Con su gestión había comenzado el final del Apartheid, pero la presión cada vez era mayor.
No fue hasta febrero de 1990 cuando Nelson Mandela, aquel hombre que había perdido sus mejores años en prisión y de quien muchos ni siquiera conocían el rostro por disposición oficial, abandonó su celda para siempre.
Días antes se había entrevistado con De Klerk, y según contó este, durante el encuentro entendió que la negociación con el CNA iba a ser difícil porque estaba tratando con gente “fundamentalmente socialista”. Pero, se impuso el entendimiento. Ambos ganaron el Premio Nobel de la Paz en 1993.
Con la liberación de Mandela afloraron a la luz pública los deseos de una sociedad que pretendía superarse, basándose en la justicia y la igualdad. Él lo diría en su discurso: “Hoy, la mayoría de los sudafricanos, blancos y negros, reconocen que el apartheid no tiene futuro. Hemos esperado demasiado por nuestra libertad”.
Nadie quiso perderse el momento histórico y las multitudes se concentraron para agasajarlo. “Los saludo a todos en nombre de la paz, la democracia y la libertad para todos”, dijo brazo en alto, puño cerrado, escoltado por quien había sido su compañera de esos tiempos: Winnie Mandela.
Pese a la intensidad del momento, la violencia no se apaciguó. Ese mismo día ocurrieron fuertes enfrentamientos dejando decenas de muertes. La situación se mantuvo tensa todavía por algún tiempo.
Tres meses después de la liberación, Nelson Mandela fue elegido al frente del Consejo Nacional Africano. Cuatro años más tarde Sudáfrica celebraba las primeras elecciones democráticas en las cuales los negros podían ejercer el voto y en ellas se impuso. Madiba era el primer presidente negro.
Después, Sudáfrica redactó y aprobó una Constitución elogiada por defender los derechos de todos, incluso se reconoce como una de las primeras en respaldar explícitamente los derechos de los homosexuales.
Hoy, desde 1990 hasta acá, hemos sobrepasado el tiempo que Mandela estuvo en la cárcel. Treinta años después tampoco está físicamente –Murió el 5 de diciembre de 2013–, pero todo el mundo junto a su pueblo lo recuerdan.
Desde Ciudad del Cabo la Fundación Nelson Mandela junto a importantes personalidades para valorar su legado.
Una de ellas es Leymah Roberta Gbowee, la Premio Nobel de la Paz 2011, activista liberiana y fundamental en el movimiento de paz que finalizó la Segunda guerra civil liberiana en 2003.
El presidente Cyril Ramaphosa habla a la nación desde la misma tribuna en que lo hiciera Mandela el día se su liberación.
Otros, en tanto, se preguntan qué ha sido de Sudáfrica treinta después de la excarcelación de Mandela y la respuesta breve, corta y superficial advierte que desde entonces se han desarrollado seis elecciones democráticas pacíficas en las que siempre ha llegado al poder el CNA, que es el país más industrializado del continente, pero que la desigualdad social es todavía notable.
“La pregunta más importante que todos debemos hacernos es: ¿Qué debe hacerse todavía? Si Madiba estuviera con nosotros hoy, ¿cuál sería su consejo?”, se pregunta su nieto Nkosi Zwelivelile Mandela, a propósito de los homenajes que recibe la memoria de su abuelo.
Tanto Nkosi Zwelivelile Mandela, como los seguidores del pensamiento de quien es considerado Padre de la Nación sudafricana, consideran necesario remontarse a aquel discurso del 11 de febrero de 1990 para aun superar la circunstancia del país y los antivalores que todavía emergen en algunos políticos:
“Estoy aquí, no como un profeta sino como un humilde servidor de vosotros, el pueblo. Vuestros incansables y heroicos sacrificios han hecho posible que yo esté aquí hoy. Por lo tanto, pongo los restantes años de mi vida en vuestras manos.”
No recuerdo con demasiada consciencia la fecha del 11 de febrero de 1990, pero tengo claro el recuerdo de la reiteración de las noticias. También ronda la memoria aquella canción que Pablo Milanés cantaba entonces. La había dado a conocer a propósito de los 70 años del prisionero político más famoso de la historia y a veces la pasaban por la radio o la televisión.
Mandela,
que encuentro tan fecundo
poder cambiar tu mundo
y el modo tan hermoso
de quererlo eternizar.
Articulo fantastico!