Uno se propone no volver a hablar/escribir sobre el amor. Ya se ha dicho tanto. Además, la suma de descalabros sentimentales que es, por lo regular, toda vida cumplida en lo esencial no da margen a las disquisiciones. Sería algo así como hacer un tratado sobre lo que no se sabe. Por otro lado está el tema de la edad. Los amores, con el paso de los años, se van haciendo ridículos a la vista de los otros.
“Vacaciones sentimentales” es una frase feliz. Pueden durar semanas, meses, años, hasta que un nuevo temblor te lanza de cabeza, cantando, ¿a otro abismo? Ah, la sustancia elusiva del amor, su condición terrible. Borges decía que ejercer el amor es como fundar una religión con un dios falible. ¡Qué cosa tan terrible, un dios que se equivoca, que lanza sus dardos a ciegas! ¿Y por qué citar aquí a Borges, cuando sabemos que su vida amorosa fue más bien pobre, atenazada por terrores varios? Porque el amor no es “algo” que se da solo en el roce de las miradas y los cuerpos. Se puede ser un gran amador desde los sueños hacia adentro. Tengo para mí que es preferible un amor desdichado que ninguno. Entrever al “objeto” del amor, respirar el aire que desplaza camino hacia otros brazos, es experiencia de jubiloso dolor: una señal inequívoca de que aún, en medio de tanta iniquidad, nuestros sentidos están vivos.
Amor como la máxima fortaleza y, también, la vulnerabilidad extrema. Puede llamar con golpes quedos a la ventana o romper la puerta a patadas. De cualquier manera es “cosa” inevitable que se resiste a los adjetivos: “Es el amor. Tendré que ocultarme o que huir.”[1]
He aquí un grupo apretado de versos escritos por cubanos, hombres y mujeres que se exaltan y se duelen, contemporáneos nuestros que edifican su amor, complicadísimo, como cualquier amor que se respete. Son poemas que me gusta compartir porque advierto en ellos no solo maestría en el trasiego de palabras sino, además, la presencia del hondo estupor que inevitablemente registramos ante la aparición de ese sentimiento, conmoción, estado de gracia o pavor. De nuevo San Agustín, para salvarnos de la pedantería de tratar de atrapar lo inefable: si no me lo preguntas, lo sé; si me lo preguntas, no lo sé.
Iba a decir que estos poetas cubanos viven en diversos lugares del planeta, pero eso no es un signo distintivo. Le sucede también a los chinos, los kazajos, los macedonios y los actuales descendientes de los arameos o siríacos. Así es que ya es hora de abandonar la doliente certeza de nuestra pretendida excepcionalidad. Vamos todos los humanos en la misma nave de pesadillas y sueños; hasta donde se sabe, ha sido así desde el principio del tiempo, y el viento que inflama las velas es…el amor. No por cubanos son buenos poetas. Lo son porque asumen, desde la humildad ontológica, su misión de orar por todos, y de dar testimonio.
No demoro más la lectura deleitosa. Cierro con otra cita de Borges, nuestro convidado de piedra de este San Valentín. Díganme ustedes si hay mayor expresión de glorioso dolor ante la pérdida —¿momentánea? — del amor: “Ya no es mágico el mundo. Te han dejado.”[2]
Ahogados en el mismo río. Una historia de amor
And sometimes I wonder
Just for a while
Will you remember me?
Tim Buckley, “Once I was”.
Debo contarlo porque ha sido el gran momento de mi amor, la primera y única vez que fui capaz de abandonarme en el silencio y la impalpabilidad del amor verdadero. Yo no existía: sólo él. Era la noche y tocábamos guitarras. Bebíamos, o no bebíamos; aspirábamos polvos blancos de buena calidad y soñábamos sueños intranquilos que eran tranquilos y también de buena calidad. Noche mansa, la recuerdo, aquella del Wolf River. Estábamos cerca de Memphis, o eso creo, y cantábamos soñando, que es el mejor modo de cantar y aún mejor de imaginar nuestros sueños tranquilos. Y luego Jeff, el rubio Jeff, celebró la vida con su belleza y con su voz. Era algo que hacía siempre, sin proponérselo, un atributo, y yo lo amaba por eso y porque parecía un dios efímero, abandonado a su suerte. Hallelujah, Leonard Cohen, aquella plegaria, toda la tristeza quedó en el cajón de la guitarra. Exultantes, felices, tuve otra revelación, como siempre que cantaba Jeff. No pude reprimir el deseo, el sigilo del Wolf River, con sus aguas turbias y no tan calmas, y la noche que respiraba aires de noche de mayo, a punto de ser abril. Jeff me dijo Voy al río. Lo dijo con su belleza y con su voz, casi cantando —aunque no cantara. Y yo lo seguí. ¿Qué otra cosa podía hacer? ¿Cómo dejar que se alejara? ¿Cómo soportar que se alejara? ¿Alguien tiene idea de cómo es el amor cuando ha dejado de ser una estampida de palabras y de gestos elocuentes? ¿Alguien sabe cómo es cuando requiere del secreto? Lo vi entrar al agua. Keith dijo luego que lo vio entrar vestido. Yo, en cambio, recalco iba desnudo, lo sé, lo vi entrar así al río barroso, y por eso tuve que seguirlo y nadar a su lado. Estábamos en primavera, pero estaban heladas, como era de esperar, las aguas del Wolf River. Y nadamos. Reímos. Cantamos. Hay siempre idéntica felicidad en las aguas de cualquier río turbio. El sueño se prolongaba más allá de sus propios límites. Dejamos de hallarnos cerca de Memphis o de cualquier otra ciudad. Descansábamos sobre las aguas detenidas del río que es el mismo río, que será siempre el mismo río, Wolf River, donde dicen que nos perdimos, cuando la verdad es que Jeff cantó Hallelujah, y allí quedamos serenos y encontrados. Para que después hablen de suicidio y repitan, los escépticos y siempresabios, que es imposible, que la dicha del amor es imposible.
Abilio Estévez
Entre aguas
La realidad es algo más
que confundo.
Una de esas cosas
que nos comprime, desgarradora y amable
o al revés.
Se me ocurre que no percibes nuestras orillas.
Los secretos que abren tu lengua
en dos mitades.
Para luego lamer el rojo.
Tendido sobre la mesa, acaricio tus hombros
mordisqueo tu espalda.
Abro en dos mitades la realidad.
Por si una de ellas escapa.
La otra permanezca,
segura entre mis dientes.
Clara Lecuona
Este lugar es de ti
a R.V.R
si acaso vuelvo
es porque no han nacido
las flores del cactus
que sembramos juntos
al descuido
una noche de agosto
en el patio
de un metro
en aquel apartamento viejo
de centrohabana
donde los caracoles eran
más jóvenes
que las ventanas
si acaso vuelvo
es para darle de comer
a los espíritus
que dejamos
instalados
para siempre
en el sofá roto del salón
justo al lado del cuadro de belkys ayón
si acaso vuelvo
es para configurar
las formas del sonido
en un solo de órgano
para que tú también regreses
lo antes posible
porque quizá
mueran de sed
las flores
del cactus
en la casa
sin puerta
que ya no existe.
Noel Alonso Ginoris
Cántico
En la hora del reposo
estaré contigo.
Cuando haya ruido en tu interior
cuando los árboles sus hojas sequen
aún sin sembrarse en tu piel
me sentirás cercana.
No hay sobre el mundo
un hálito que sople en cada espacio
oscuro o blanco como este viento
pequeño rayo suave
que cae sobre tus pies.
Tu cuerpo es danza
pero ellos corren unos pasos más allá.
Mi existencia sin tu dolor no existe
en esa hora
sólo debes mirar el borde de tus dedos
y me echaré ante ti.
Yo muero en tu vivir
y en tu morir yo nazco
así como la luna para el sol.
No tengas miedo, apóyate
duro como el cedro es nuestro amor.
Raysa White
(El amor en su estado natural)
Ocurre y ya
la espiral tuerce
vuelve a ser tibia
ácaro o tulipán
¿qué importa?
Sonido de moneda no cabe
en el latir
cuando este derroca
un archipiélago de dudas,
lo deja
en fase de hipotermia.
Ese tiempo
adquiere un grosor
de resina,
aquello que sella
el intercambio
genera la imagen privada;
filamentos, texturas,
lo que la mente
quisiera rechazar
porque una especie de vapor
le acecha
la deja hincada
sobre sí misma,
así
transforma sensaciones
en algo contundente
que esparce maneras
de tocar con cada idea
un punto que
el deseo localiza
y ofrece información
que no teníamos en torno
a nuestro yo.
Voy por debajo
estilo mariposa
para que ningún agua
o corriente
me prive
del empuje redondo
que hace caer la cáscara
e instala la pulpa.
No hay un conteo para las brazadas,
tampoco una clara estructura
que me espere
pero esa línea
que aparece y muere
contiene lo necesario
para seguir tras ella
hasta que la torcaza
casi roce la tierra en su planeo.
Ricardo Alberto Pérez
Happy end
Dime dónde guardas la estructura del amor.
Eso dices, de pie, en medio de la cocina, acabado de contarme tu sueño:
Vamos en patineta eléctrica por el Puente Almendares -dices-; la calle cede y se deja transitar.
Viajamos juntos a mi casa, como en un road movie, lo he comprendido ahora.
No me precisas si vas delante o detrás de mí, pero me guías.
Si miramos bajo el puente, estamos sentados en un banco del parque y nos besamos.
Es el inicio del filme y acabamos de conocernos:
Nuestras manos se encontraron dos días antes y se juntaron enseguida,
nuestras bocas se exploran ahora, como dos bichos jugando a devorarse.
Aquel día no regresamos juntos como ahora.
Rompí un anillo real y otro invisible antes de llegar a tu puerta.
¿Lo ves, amor? Esta película no tiene un guion lineal, se narra en espirales.
En la secuencia donde vamos sobre el Puente en patineta, ya sabes mi secreto:
tengo piernas traviesas que no responden a mi cerebro.
Mételas en cintura -me dices-, y yo lo intento.
Camino en puntillas para cansar los gemelos, los pellizco y los golpeo.
Soy el personaje menos simpático, ese que es demasiado exagerado para la historia.
En cambio, tú llevas el armamento para matar a mis antagonistas, y aún así sonríes.
En la próxima curva me agarraré de tu brazo para no resbalarme.
Te prometo permanecer muy quieta y tratar de no perder el equilibrio.
Iremos una vez a la derecha y otra a la izquierda para llegar a mi casa.
Sólo entonces te confesaré lo que muchos ya habrán descubierto:
Creo que he perdido la estructura del amor durante el viaje.
Tú sonreirás de nuevo y me guardarás en el bolsillo.
De vuelta a tu casa me quedaré dormida, y a la llegada me despertará un beso.
Adriana Normand
Discurso del hombre que cura a los enfermos
Entonces Marta, cuando oyó
que Jesús venía, salió a encontrarle…
JUAN, 11. 20
Dos mujeres se disputan mis palabras:
una, de alma silvestre y silenciosa, me espera
siempre a la vera del camino.
Otra, de radiante y dulce sonrisa, me desnuda los pies
para lavarlos entre plegarias y susurros.
Dos mujeres, una insomne como estatua,
otra de ojos húmedos y bañados de fe,
me esperan y me nombran.
Yo voy a ellas y ellas me reciben en cada peregrinaje.
Si una lava mis pies, otra me ofrece alimento.
Si una acaricia mis manos, otra peina mis largos
e hirsutos cabellos.
No saben qué más darme que no me hayan dado,
qué vinos, qué frutas, qué secretos ofrecer
al peregrino.
Podría decirles que me dieran su sangre y no vacilarían.
O pedirles que se desnudaran y bailaran para mí,
y llenas de alborozo, de una absorta y cruel felicidad,
lo harían sin demora.
Cualquier cosa, cualquier deseo mío, cualquier capricho,
ellas no vacilarían en cumplir.
Mas no es justo que yo pida como suele pedir un hombre
a mujer.
Ni es ético que me miren de esa forma,
como aguardando algo que hace tiempo esperan
y no puedo ofrecerles.
Debo hablar sólo
como el hermano que trae en su mirada
el resplandor de una lejana estrella.
Por eso tiemblo cuando llego a esta casa
y recibo el agasajo de dos mujeres solas y estériles,
mujeres sin nombre, hechas de años y esperas,
que con la oscura piedad de sus bellos ojos
me desnudan.
José Pérez Olivares
Cismas y secesiones
Quise tener por nombres Hopkins o Dickinson. Haber poseído la mayor fortuna de América. Amar y honrar al rey Jorge. Marchar en pos de él en caso de guerra. Sostener los mapas de Lord Camden. Buscar el oro o dejar que el oro viniera por mí.
Correr de Norte a Sur cambiando la piel en la carrera. Blanca Piel. Piel Negra. Abrir la primera tienda de tejidos en Boston. Confundir las leyes de piratería con las de independencia para seducir y poner a tus pies el poderío de Trece Colonias.
Yo quería visitar la Cabaña del Tío Tom. Usar una falda de palmeras salvajes, batiendo al viento, reflejándose en un ojo dorado. Construir piezas para buques en Norfolk, en la vieja Inglaterra, y haber viajado en esos mismos buques hasta la Inglaterra nueva.
Lustrar las armas que brillan en el desfile militar. Haber ido a la guerra en el país extraño y regresar a sembrar maíz y apilar el heno. Fundir el hierro de esas armas. Cultivar el algodón. Y luego dejarme envolver en Muselina del Norte, arrullada por voces sureñas y negras.
Quise arrojarme al mar en la última tabla. Renegar y disentir solo para marchar a construir un ferrocarril de Costa a Costa. Un paso de isla a continente. De tierra firme a isla firme.
Yo solo quería construir un camino por donde ir y venir. Un camino que vigilar hasta que consintieras ser besada en el invierno del Central Park, con el mismo miedo con que en un cine de isla acaricié tus muslos cuando Scarlett O’Hara –que no era Vivian Leigh sino tú– levantó los ojos y dijo mirándome: Lo pensaré mañana.
Laura Ruiz Montes
Yo te amaría Clara
el cuerpo de Clara era como una montaña recia y armoniosa
en medio de la niebla.
Torrente Ballester, Los gozos y las sombras
yo te amaría Clara bajo el alpendre
cerca del río donde tus ropas lavas
río fuera por tocar tus manos de capullos
rozar tus blancos talones prisioneros
tu vida es ese río Clara
que corre sin cesar y todo limpia
la mugre la mentira los fangosos deseos
te llama el río porque río eres
agua que desde dentro te viene
surtidor que se aviva con la corriente
yo te amaría bajo el alpendre Clara
tu cuerpo como la verdad fuerte
tu modo como la tierra cierto
tu anhelo que se desborda nervioso
como ese río que canta en el alpendre
una canción remota e indescifrable
nada importa qué digan Clara
vierten en ti su miedo su miseria
para enturbiar tu plena claridad de agua
una rabiosa rata crece en el pecho de los viles
temen al agua que vigorosa corre
y tú eres agua que no se apoca
yo te amaría Clara con un amor
de sábana recién soleada
el amor no es ese murciélago
que acosa tus noches
ni esa vela que alivia tu soledad
es agua que deshace cualquier mancha
y suaviza los grumos de aspereza
te amaría Clara con un amor
de huerta colmada de sedería
tú mereces el canto de la seda
eres digna del sueño del encaje
los lienzos rojos y negros del alba
que anuncien la mañana de tus carnes
sólo tocadas por el deseo
yo te amaría Clara bajo el alpendre
dos aguas que se buscan
y una misma avidez nunca saciada
Manuel García Verdecia
MOVIÉNDOME con lo que me enseñaste,
con el amor que crece como fuente,
después que lo sembraste en mí.
Cuando lo dabas era cosa del aire,
de luz, de baño a los que te entregabas
sin contemplar el humo.
Ahora se impone
el color inmediato,
sobrepasar
superar el terror.
No hay nada
ni nadie que abrazar,
solo mis sentimientos,
porque el amor
me vuelve frágil
en medio de la gravedad de las cosas.
Cómo voy a estar lejos
del misterio de su sangre.
El nido de mi cabeza
está
donde tú eras la tarde,
perfilado y transido
como la hoja seca.
Caridad Atencio
Amor de ciudad pequeña
Así el amor, sin pompa ni misterio,
te ha echado a andar por la ciudad pequeña.
Vuelves a casa sin los madrigales
que tu mujer añora. Traes tan solo
ese dolor de quien no sabe adónde
las palabras se van cuando ella duerme.
Sabes que acaba el mar donde ella falta;
que, si un día se llena de silencios,
no será más domingo en todo el barrio.
Así el amor te avisa suavemente
de que un nombre te sigue por las calles:
Isabel, Isabel… mujer o noche.
Tu mujer está llena de mujeres:
la que lava tu herida; la que, tierna,
intenta remendarte los recuerdos.
Tu mujer sabe todas las historias.
Tu mujer es amiga de los santos.
Tu mujer, que te pare y te amamanta
y fundó la ciudad: la hizo bien chica
para estar siempre cerca, cerca, cerca.
Ella puede tragarte de un mordisco.
Cuídate de su boca y de sus ojos.
(Ese rostro está lleno de pupilas,
y hay en cada pupila una barranca).
Así el amor, sin pompa ni misterio:
porque, cuando ella canta, en los jardines
los girasoles cumplen veinte años…
Llegas al fin. Basta girar la llave:
ah, qué dulce, qué pleno, qué sencillo
es el amor en la ciudad pequeña.
La luz se apaga, tu mujer se enciende.
Ella te espera aquí con ese rostro
lleno de bocas, ¡ay!, y cada boca
llena de besos, ¡ay!, y cada beso
lleno de cosas grandes, grandes, grandes.
Yamil Díaz Gómez
Discurso del amante
(FRAGMENTO)
I
Por esta vez solo pretendo que la luz polvorienta de mi lámpara de cabecera
irrumpa en tu cuerpo mientras te desnudas para mí,
mientras te sientas en el borde de la cama, ligeramente inclinado hacia delante
y me miras con esa caída de ojos peculiar que dice: Tómame.
II
Quiero comer tu carne y beber tu sangre como se hizo desde siempre con los dioses.
Quiero oírte decir con la voz ronca –voz de puta y de virgen,
voz de hombre que incita al mal amor, a amor del bueno–
que quieres que te bese.
Quiero hacerte llorar contra la cicatriz que me cruza el pecho
y entender que esa es mi única cura.
Quiero quererte para siempre, quiero violarte con tu consentimiento,
quiero albergar en la zurda, que es mi mano de suerte, la culebra que se despereza,
anturio, pájaro mojado, flauta de azúcar viva, entre tus muslos.
Chely Lima
La serenidad
el secreto de la felicidad es tan secreto
hermosa mía es tan oculto todo
parece inalcanzable y uno se desangra
tendrá tal vez que ver con tu manera de enfrentar el amanecer
de sentir esos pájaros que saludan a coro
atravesando el cielo helado con su sonido
pero luego te alzas y entras a la vida diaria
rezongando con la sangre caliente
y los pájaros vuelan al infinito y ya no se les siente
el secreto de la felicidad puede ser la serena
frugalidad con la que pones dos tazas de café junto a las hierbas
entonces de tus ojos caen cansados brillos
como pensando en el día de mañana
en la lejanía en el rumor de los aviones que interrumpen
y el humo del café se desprende y es un fino olvido.
Ramón Fernández-Larrea
Bajo esta luz
Estoy en Barcelona,
es invierno, primavera, otro otoño crucial.
De los árboles caen los sueños, la patria,
inundan la ciudad.
Todo tiene tu nombre,
el color de tu cuerpo.
Atravieso la Gran Vía, caen las hojas
y son los flamboyanes,
los álamos grandiosos de El Vedado.
El tiempo se detiene
como un golpe de viento ante tu puerta.
“vivir es una pasión inútil”,
dice un grafitti sobre un banco.
Respiro la humedad
que ya fue respirada.
Respiro el aliento de la ciudad
donde vivo como un insecto,
un pájaro invasor.
El viento se agita
y agradezco ese aire,
su delicada manera de convertirme en polvo.
Caen las hojas como obsesiones,
está lloviendo.
Todo tiene la misma luz que tu cuerpo.
Aprendo a sobrevivirme,
a nadar en un mismo río de energías.
Despierto al vértigo de las palabras,
a su poder visceral,
vehemente de inmediatez
y te reescribo
en un ejercicio voluntario.
Restauro aquella intensidad.
Todo es simple. Estás conmigo
sin patria, sin aplausos.
(Todo lo que es hoy mercancía de los sueños).
Bajo esta luz
los plataneros enhebran
la provisionalidad de la memoria.
Estás dentro de mí como esos árboles,
la avenida salvaje. Rugiendo,
cruzando un páramo, un río caudaloso
que amenazan
con romperme el pecho.
Y vuelvo sin ti, pero contigo
al vino torvo, a los versos.
Cira Andrés
Trillos
(fragmentos)
XXXI
Corro
con un papel secreto
/una carta de amor/
por la noche cerrada
corro
con los ojos cerrados
por un camino que no es camino aún.
Vuelvo
corro otra vez
con la respuesta,
/otra carta de amor/
por la noche cerrada
con los ojos cerrados
XXXII
y voy haciendo el trillo
la vereda cerrada hacia la noche
en la noche cerrada que no me espera
que debo abrir
aunque tan solo tenga
una carta secreta
/y sea de amor.
XXXIII
El amor es un niño que corre con los ojos cerrados apretando los párpados, apretando las manos, con un mensaje en blanco, por una vereda que no existe. El amor es un trillo que no existe por el que corre un niño hacia lo blanco. El amor es un blanco que espera por un niño en la noche cerrada, con los ojos cerrados. El amor es la noche cerrada, los ojos apretados y la vereda blanca.
Alfredo Zaldívar
Dimensiones variables
XXVIII
Comía un mamey. Hundía
la cuchara
en la pulpa olorora
de la fruta
y pensaba
en la similitud
entre la carne
del mamey
y la carne
de un hombre.
Asociaciones
involuntarias.
Trampas del inconsciente.
Relación entre dos objetos
distantes
que el deseo vincula
y la cuchara
ahueca.
Uno a uno los nombres
que no me atrevería a nombrar
rodaron por mi lengua
y con ellos
volví a sentir,
contra mi paladar,
los cuerpos que alguna vez
estuvieron dispuestos
para mí.
En el breve recorrido
que la cuchara traza
de la fruta a la boca,
se disfruta otra vez
de los recuerdos,
del instante,
de la seducción.
Hay un tiempo
que en todo
se queda detenido.
La cuchara que horada
y escarba
en el mamey
también lo hace en la memoria.
Pasa mi lengua por su pulido borde
y en esa boronilla de la carne
jugosa de la fruta
me demoro
pues su sabor dulzón
se me confunde
con el sabor
que ellos
me dejaron.
Aparto la semilla
y otras hebras amargas.
Escribo. Traduzco
en el papel
asociaciones.
De lo que fue la fruta
solo queda
–en mi mano–
como cuenco vacío
la cáscara rugosa,
la cuchara en el aire
mientras pienso
en la similitud
que siempre ha de existir
entre la carne del mamey
y la carne de un hombre.
Nelson Simón
Diálogo de Piscis
María bebe una leche serena que entibia su garganta
y un vuelo de hojas secas atraviesa la noche
donde afuera conversan a la sombra de intrépidas columnas
que el mes de marzo extiende en las aceras
y en las caras ociosas de la gente que baja de los trenes.
Piscis escribe con su manera gótica el dramatismo de los días,
miércoles todos de cenizas entre las friolentas ramas de los pinos
y los vestigios de un crepúsculo que viene del Atlántico a dialogar con ella.
Toda la madrugada hace un recuento de mil detalles,
hora por hora del tiempo infausto y manuscrito
en una novela espeluznante que el auditorium de la familia
oye como si fueran voces de heraldos,
mientras las manos sobre la mesa se despedazan
y hay quien adopta las posiciones más extremistas de los discóbolos
en los espacios desocupados junto a la lámpara
y los cubiertos casi de plata acompañados por unos gestos de soledad
con los que alguien sueña ahora mismo en New Jersey.
Incertidumbres en vez de escenas como el invierno.
Lo mismo constante a veces sobre los nombres
de antiguos cíclopes que Piscis, dice ella, vio morir
todos heridos de abulia cruel cuando enfrentaban el viento sur,
danza macabra, obra del diablo y la nostalgia frente al espejo
donde se oculta la luz del agua.
Cuando la noche, arte de magia, serena el mundo de los espíritus
aquí comentan la suerte adversa de aquellos años
de solitarios enfurecidos que imaginándose antiguos héroes
deambulaban por la ciudad intocable y temblorosa y falsa
como un paisaje para cualquier tapiz.
Di, Piscis, pronto, después de esta sombra tenaz
que en pocas horas será vencida, con la demencia que te acostumbra,
di Dios solo sabe y hazme esperar en los sillones
donde María sobre la nada y en brazos tuyos, adormecida,
parece oír con los ojos la exclamación que hace la leche
humedeciéndote los vestidos y la forma onírica de mirar,
como el ser que tú eres de romántica estirpe.
Con la noche, la noche en los cuerpos se obstina.
Hojas secas que vuelan a los pies de quien viaja en un tren sin destino
entre nubes y campos desvencijados por el aburrimiento
y un imperio que gobierna a este día que se marcha, ¿hacia dónde?
Luis Lorente
Vencer en lo más triste
Anoche me acosté con un hombre y su sombra
Carilda Oliver Labra
Héroe
no me deshojes flores sobre el cuerpo
que pudren el alma
y luego apesta.
Dime, ¿de qué nos conocemos?
¿De otro rato en la cama?
¿De algún trago de más?
¿De la desidia?
¿De qué supones que estoy hecha?
No me salves
de estas sábanas toscas
de este gemir de fiera.
Héroe
vuelve a doblarme las rodillas
desgástame el cielo con la lengua
guarda las armas
los límites
las cantinelas.
Soy tierra de nadie
no caben más silencios en este ring sin cuerdas.
Lléname los vacíos
no confundas con fragilidad lo pálido
no me salves de nadie
ni del suicidio
ni del mundo
ni del verso.
Héroe
gotéame la noche sobre el pelo
destéjeme las trenzas con la vehemencia del abrazo.
Tu sombra eligió morir contra mi sombra
sin testigos
quisiste vencer en lo más triste:
en la terca soledad de un cuerpo.
No me salves
después de todo a nadie importa
dibújame otra herida sobre alguna de tanta cicatriz
dibújala sin sangre
sin drama ni matices
para que nunca te recuerde.
Déjame todas tus fiebres en la boca
si blasfemo cuéntame los dientes
rodéame
escríbeme una canción sin letra
grita hacia adentro
que hoy vamos a morir de fuego amigo.
Héroe
la culpa no es de nadie
no llores cuando te deje atravesarme el alma
déjame lisa
como dejan a la arena las mareas.
Y cuando caiga
leve
o brutal
de saciedad vencida
no me beses
no me salves tampoco
de la versión más triste de mí misma.
Sonia Díaz Corrales
Abilio Estévez (La Habana, 1954). Narrador, dramaturgo y poeta. Su último libro publicado es Archipiélagos, novela, Tusquets Editores, Barcelona, 2015. Reside en Palma de Mallorca, Islas Baleares, España.
Clara Lecuona Varela (Santa Clara, 1971). Poeta y narradora. Premio “Un poema en voz alta¨ 2019, del Festival Internacional de poesía de La Habana y La revista literaria St. Petersburg, Estados Unidos. Último libro publicado: Del cotidiano vacío, Editorial Letras Cubanas, 2017. Reside en Ciudad de la Habana.
Noel Alonso Ginoris (Cárdenas, 1995). Poeta, editor y traductor. Editor de la gaceta mexicana La Experiencia de la Libertad. Su libro ética a garrotevil obtuvo primera mención en el premio nacional de poesía Mangle Rojo.
Raysa White Más (Camagüey, 1952). Escritora y periodista. Premio Poesía “13 de Marzo” U.H., 1980. Realizadora y guionista de medios audiovisuales. Autora de los poemarios Tránsito, Meditaciones de Rocinante; y de las series audiovisuales Mirarte, Mi gente, Hágalo con Arte y América en la Casa. Último libro publicado: Debe ser que no supimos (poesía), 2004. Vive en Santo Domingo, República Dominicana.
Ricardo Alberto Pérez (La Habana, 1963). Poeta, traductor y crítico de arte. Premio Nacional de Poesía “Nicolás Guillen”, obtenido con el libro Oral-B. Entre sus libros publicados se encuentran: Trillos Urbanos, ¿Para que el cine?; Vengan a ver las palomas de Varsovia; Miedo a las ranas; y Piñera en el Balancín. Vive en La Habana.
Adriana Normand (Berlín, 1976). Narradora y poeta. Aparece antologada en The Oval Portrait: Contemporary Cuban Women Writers and Artists; Wings Press, San Antonio, Texas, 2018. Su libro de relatos Photomatum fue publicado en 2007 por Ediciones Extramuros, La Habana, ciudad donde vive.
José Pérez Olivares (Santiago de Cuba, 1949). Poeta y pintor. Su último libro, A la mano zurda, recibió el Premio Iberoamericano de Poesía “Hermanos Machado”, Sevilla, España, 2014; publicado ese mismo año por la Fundación José Manuel Lara en la colección Vandalia.
Laura Ruiz Montes (Matanzas, 1966). Poeta, editora, ensayista y traductora. Obtuvo en 2008 y 2012 el Premio Nacional de la Crítica Literaria, y en 2018 el Premio de Traducción Literaria. Su libro más reciente es Diapositivas (poesía, 2017.) Vive en Matanzas
Manuel García Verdecia (Marcané, 1953). Poeta, profesor y traductor. Mención Casa de las Américas en poesía, 2011. Su último libro publicado es “Antífona de las Islas”, Editorial Letras Cubanas, Habana, Cuba, 2014. Vive en Holguín.
Caridad Atencio (La Habana, 1963). Poeta, ensayista e investigadora. Su último libro publicado es Desplazamiento al margen, Ediciones Extramuros, 2018. Premio de Poesía de La Gaceta de Cuba en 2005. Reside en la Habana.
Yamil Díaz Gómez (Santa Clara, 1971). Poeta, periodista y editor. Ha recibido, entre otros reconocimientos, la Distinción por la Cultura Nacional. Su último libro publicado es Dos gotas en la llama, en coautoría con el trovador Lázaro García (Editorial Callejas, Trinidad, 2019). Reside en Santa Clara.
Chely Lima (La Habana, 1957). Poeta, narrador y dramaturgo. Su último libro publicado es el poemario bilingües “Lo que les dijo el licántropo/What the Werewolf Told Them”, NY, 2017. Reside en Florida, Estados Unidos de América.
Ramón Fernández-Larrea (Bayamo, 1958). Su poemario más reciente es Todos los cielos del cielo (Editorial Verbum), con el que obtuvo en 2014 el premio internacional “Gastón Baquero”. Acaban de editarse otros dos libros suyos de prosa: Kabiosiles. Los músicos de Cuba y Cuba a la carta. Vive en Miami.
Cira Andrés (Florida, Cuba, 1954). Poemarios: Visiones, Letras Cubanas; Sobre el brocado de los ojos, colección Ciclos, UNEAC; Parábolas, UNEAC; Figuraciones, Santiago de Chile, 2015. Vive en Barcelona, España.
Alfredo Zaldívar (Holguín, 1956). Poeta y editor. Premio de la Crítica, 2016. Su libro publicado más reciente es trillos/precipicios/ concurrencias, Red Montain, Santa Fe, EEUU, 2017. Reside en Matanzas, Cuba.
Nelson Simón (Pinar del Río, 1965) Poeta, escritor para niños y editor. Entre sus libros de poesía destacan A la sombra de los muchachos en flor y El humano ejercicio de las conversaciones, con ambos obtuvo el premio Julián del Casal (UNEAC de poesía) y el Premio de la Crítica literaria, distinción que su obra ha recibido en siete ocasiones.
Luis Lorente (Cárdenas, 1948). Poeta. Premio Casa de las Américas (2004) con el libro Esta tarde llegando la noche. Dicho poemario y Más horribles que yo (2006) fueron reconocidos con el Premio de la Crítica. En proceso de publicación por Ediciones Unión: Excepcional belleza del verano.
Sonia Díaz Corrales (Cabaiguán, 1964). Poeta y novelista. Su último poemario publicado es Los días del olvido, España, 2016. En el 2015 la Editorial Capiro, de Villa Clara, reeditó su novela El puente de los elefantes. Vive en Tenerife, Islas Canarias.
Notas:
[1] Jorge Luis Borges, “El amenazado”.
[2] En su poema “1964”