La generación de jóvenes que llegó a la vida pública cubana a mediados de los años 70, en plena época (¿quinquenio?) gris, lo hizo bajo varias influencias, a veces a contrapelo de la corriente.
Los poemas del padre Cardenal, como ya desde entonces lo llamábamos, fueron sin lugar a dudas uno de nuestros paradigmas, junto a los de Roque Dalton, Juan Gelman, Mario Benedetti y Roberto Fernández Retamar.
Contribuyeron a expandir en el imaginario colectivo la noción de América Latina como una entidad cultural suficiente y de una suerte de segunda independencia.
Así también la veíamos a través de la narrativa de Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa, José Donoso, Guillermo Cabrera Infante…, algunos graciosamente excluidos de los planes de estudio universitarios después del llamado caso Padilla y del Congreso Nacional de Educación y Cultura.
Desde el principio nos deslumbraron aquellos epigramas suyos en los que mediante lo conversacional –una reacción a las respectivas catedrales verbales de Pablo Neruda y José Lezama Lima–, se demostraba que podía llegarse a la poesía, la belleza y la intensidad con las mismas palabras cotidianas.
Esto marcaba, de alguna manera, un regreso a la tradición española de Juan de Mena (1411–1456), pero también y sobre todo la influencia en Cardenal de la poesía estadounidense contemporánea, en especial de Ezra Pound, William Carlos Williams, Hart Crane y Robert Frost.
Algunos se sabían sus poemas de memoria:
Cuídate, Claudia, cuando estés conmigo,
porque el gesto más leve, cualquier palabra, un suspiro
de Claudia, el menor descuido,
tal vez un día lo examinen eruditos,
y este baile de Claudia se recuerde por siglos.
Claudia, ya te lo aviso.
De estos cines, Claudia, de estas fiestas,
de estas carreras de caballos,
no quedará nada para la posteridad
sino los versos de Ernesto Cardenal para Claudia (si acaso)
y el nombre de Claudia que yo puse en esos versos
y los de mis rivales, si es que yo decido rescatarlos
del olvido, y los incluyo también en mis versos
para ridiculizarlos.
También nos impresionaba su capacidad de conceptualización, como en los originales latinos:
Al perderte yo a ti tu y yo hemos perdido:
yo porque tú eras lo que yo más amaba
y tú porque yo era el que más te amaba.
Pero de nosotros dos tú pierdes más que yo:
porque yo podré amar a otras como te amaba a ti
pero a ti no te amarán como te amaba yo.
Muchachas que algún día leáis emocionadas estos versos
y soñéis con un poeta:
sabed que yo los hice para una como vosotras
y que fue en vano.
Y la fusión de dos realidades usualmente paralelas –la poesía y el entonces llamado compromiso— con un sorprendente nivel de minimalismo:
Me contaron que estabas enamorada de otro
y entonces fui a mi cuarto
y escribí ese artículo contra el Gobierno
por el que estoy preso.
El padre Cardenal nos hizo saber, por otra parte, acaso sin proponérselo, que adoptar el ateísmo como política de Estado y agregarle además el calificativo de “científico”, equivalía no solo a pasar por encima de la cultura cubana y dejar a un lado a figuras católicas fundacionales como el presbítero Félix Varela, José Martí, Antonio Maceo y a los mambises de la Virgen, sino también a los creyentes Frank País, José Antonio Echeverría y el padre Guillermo Sardinas, entre otros.
Su libro En Cuba, que leíamos forrado con una portada de una Bohemia y pasándolo de mano en mano, constituía, a pesar de todo, un testimonio de afirmación. El problema consistía en que ese ateísmo llegaba al escenario cubano precisamente cuando la Teología de la Liberación y las comunidades eclesiales de base venían desafiando los modos tradicionales de ser iglesia en América Latina, con el surgimiento de una iglesia popular bajo los impactos del Concilio Vaticano II.
Mientras ese proceso ocurría en el subcontinente, los creyentes cubanos eran sometidos a varias formas de discriminación, una de ellas no permitirles estudiar ciertas carreras universitarias como Filosofía y Periodismo por tener “problemas ideológicos” que los hacían incompatibles con ese esquema copiado de los soviéticos durante la institucionalización (1971-1985), marcada por el fracaso de la Zafra del 70 y por el ingreso al Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME).
Ahora que Cardenal se ha ido a reunirse con su Creador; ahora que se me hace un nudo en la garganta; ahora que no lo veremos más por su amantísima comunidad de Solentiname, quiero evocarlo con uno de sus poemas más conmovedores, signado por aquella opción por los pobres, los pequeñitos, los olvidados.
En su “Oración por Marilyn Monroe” se está en presencia de la deconstrucción de un mito:
Señor
recibe a esta muchacha conocida en toda la Tierra con el nombre de Marilyn Monroe,
aunque ése no era su verdadero nombre
(pero Tú conoces su verdadero nombre, el de la huerfanita violada a los 9 años
y la empleadita de tienda que a los 16 se había querido matar)
y que ahora se presenta ante Ti sin ningún maquillaje
sin su Agente de Prensa
sin fotógrafos y sin firmar autógrafos
sola como un astronauta frente a la noche espacial.
Ella soñó cuando niña que estaba desnuda en una iglesia (según cuenta el Times)
ante una multitud postrada, con las cabezas en el suelo
y tenía que caminar en puntillas para no pisar las cabezas.
Tú conoces nuestros sueños mejor que los psiquiatras.
Iglesia, casa, cueva, son la seguridad del seno materno
pero también algo más que eso…
Las cabezas son los admiradores, es claro
(la masa de cabezas en la oscuridad bajo el chorro de luz).
Pero el templo no son los estudios de la 20th Century-Fox.
El templo -de mármol y oro- es el templo de su cuerpo
en el que está el hijo de Hombre con un látigo en la mano
expulsando a los mercaderes de la 20th Century-Fox
que hicieron de Tu casa de oración una cueva de ladrones.
Señor
en este mundo contaminado de pecados y de radiactividad,
Tú no culparás tan sólo a una empleadita de tienda
que como toda empleadita de tienda soñó con ser estrella de cine.
Y su sueño fue realidad (pero como la realidad del tecnicolor).
Ella no hizo sino actuar según el script que le dimos,
el de nuestras propias vidas, y era un script absurdo.
Perdónala, Señor, y perdónanos a nosotros
por nuestra 20th Century
por esa Colosal Super-Producción en la que todos hemos trabajado.
Ella tenía hambre de amor y le ofrecimos tranquilizantes.
Para la tristeza de no ser santos
se le recomendó el Psicoanálisis.
Recuerda Señor su creciente pavor a la cámara
y el odio al maquillaje insistiendo en maquillarse en cada escena
y cómo se fue haciendo mayor el horror
y mayor la impuntualidad a los estudios.
Como toda empleadita de tienda
soñó ser estrella de cine.
Y su vida fue irreal como un sueño que un psiquiatra interpreta y archiva.
Sus romances fueron un beso con los ojos cerrados
que cuando se abren los ojos
se descubre que fue bajo reflectores
¡y se apagan los reflectores!
Y desmontan las dos paredes del aposento (era un set cinematográfico)
mientras el Director se aleja con su libreta
porque la escena ya fue tomada.
O como un viaje en yate, un beso en Singapur, un baile en Río
la recepción en la mansión del Duque y la Duquesa de Windsor
vistos en la salita del apartamento miserable.
La película terminó sin el beso final.
La hallaron muerta en su cama con la mano en el teléfono.
Y los detectives no supieron a quién iba a llamar.
Fue
como alguien que ha marcado el número de la única voz amiga
y oye tan solo la voz de un disco que le dice: WRONG NUMBER
O como alguien que herido por los gangsters
alarga la mano a un teléfono desconectado.
Señor:
quienquiera que haya sido el que ella iba a llamar
y no llamó (y tal vez no era nadie
o era Alguien cuyo número no está en el Directorio de los Ángeles)
¡contesta Tú al teléfono!
Eso fue, en breve, Cardenal entre nosotros.
Tal vez la mejor manera de reafirmarlo sea acudiendo a una de aquellas muchachas que terminó sus estudios universitarios como una profunda conocedora de su poesía.
“No tengo la menor duda –acaba de escribir Norma Quintana desde Chetumal, México– de que Cardenal se fue a dos cielos, al cielo de los sacerdotes comprometidos con la causa de los más jodidos, y al cielo de los grandes de las letras hispanas. Hasta allí mi respeto y veneración. En paz descanse”.