En el 2020 pudieran coincidir dos hechos políticos que tienen importancia para la nación cubana. Por un lado, el gobierno expresó la voluntad de convocar a la IV Conferencia la Nación y la Emigración para celebrarse en la Habana este año.[1] De poderse celebrar, será el primer cónclave de este tipo desde que se celebró el anterior en marzo del 2014, o sea, hace 6 años. De entonces a ahora mucho ha cambiado en Cuba y en su emigración, pero también en Estados Unidos y en las relaciones bilaterales.
La conferencia del 2014 tuvo lugar cuando se iniciaba un incipiente deshielo entre Cuba y Estados Unidos y apenas ocho meses antes del histórico acuerdo entre los presidentes Raúl Castro y Barack Obama para iniciar un proceso de normalización comenzando por el restablecimiento de relaciones diplomáticas, aún antes de que se levantara el bloqueo como Cuba había insistido con toda razón.
Esta vez tendría lugar en un clima bilateral totalmente distinto. Las relaciones se han deteriorado sustancialmente por las acciones agresivas del presidente Donald Trump y su administración, guiados de la mano por dos representantes del lobby cubano-americano de derecha, Marco Rubio y Mauricio Claver Carone. En este momento el bloqueo económico, comercial y financiero no sólo se ha fortalecido, sino que se ha refinado para causar el mayor daño posible, al pueblo y al gobierno cubanos, con el claro apoyo de lo más recalcitrante de la emigración cubano-americana de derechas.
Por el otro, se celebrarán elecciones presidenciales en Estados Unidos el 3 de noviembre. Con respecto a Cuba, estas elecciones tendrán características interesantes. Es cierto que ya nuestro país no es un tema de alta prioridad como lo fue, por ejemplo, en 1960. Sin embargo, tuvo el dudoso honor de ser mencionado por el presidente Donald Trump, en su discurso de Estado de la Unión del 3 de febrero, cuando dijo: “Si no hubiéramos revertido las políticas económicas fallidas de la administración anterior, el mundo ahora no sería testigo de este gran éxito económico de Estados Unidos. Es por eso por lo que mi administración revirtió las políticas fallidas de la administración anterior sobre Cuba.”
Pero este año, por segunda vez en la larga historia de las relaciones entre ambos países después del triunfo de la Revolución Cubana, habrá una clara diferencia entre los candidatos de uno u otro partido sobre cuál posición sostendrán con respecto a Cuba. El partido gobernante, con Donald Trump a la cabeza, defenderá la continuación de su política de “cambio de régimen con perjuicio”. Desde la oposición, quienquiera que sea el candidato demócrata, Joe Biden o Bernie Sanders, estará obligado, como mínimo, a defender el regreso a la política de Barack Obama, basada en el acuerdo mencionado más arriba. (No voy a entrar aquí en el debate sobre si Obama seguía persiguiendo el objetivo estratégico de “cambio de régimen” pero por otros medios o si había abandonado ese propósito, como alegó tanto en su discurso de marzo en la Habana y en la Directiva Presidencial de octubre del 2016).
Donald Trump, al igual que otros mandatarios que le precedieron, sobre todo republicanos, está llevando a cabo su política contra Cuba a partir de un cálculo electoral anacrónico pero que supone efectivo: para reelegirse, tiene que ganar la Florida; para ganar la Florida, tiene que obtener el voto cubano americano; para obtener el voto cubano americano tiene que adoptar una posición agresiva contra Cuba y Venezuela. Por eso se refirió a nuestro país en el discurso de referencia. Esta declaración tuvo escasa repercusión electoral, aún a pesar de su perversa lógica: la de Barack Obama, que según Trump fracasó, fue una política que apenas tuvo 2 años de vida, la que está siguiendo su administración ahora es la misma que no obtuvo el resultado buscado durante 55 años, entre 1959 y 2014.
Sin embargo, las declaraciones que sí pusieron el tema de Cuba en el centro de los debates electorales, al menos por unos días, fueron las que pronunció Bernie Sanders respecto a Cuba y Fidel Castro el 23 de febrero en “60 minutes”, el popular programa dominical de la cadena de la televisión norteamericana CBS. Esos pronunciamientos provocaron una airada reacción en dos entornos diferentes. Primero, en círculos extremos cubano-americanos de la ciudad de Miami, donde se le condenó por no “ser sensible al sufrimiento de esa comunidad.” Segundo, al interior mismo del Partido Demócrata, en parte porque Sanders era el puntero en la carrera por la nominación de su partido después de ganar o salir muy bien de las tres primarias iniciales, y en parte porque el resto de sus competidores y algunos congresistas en la Florida creyeron riesgoso no poner distancia entre ellos y esas manifestaciones en un año electoral tan importante.
Estas reacciones resultan paradójicas porque Sanders no dijo nada que fuera realmente nuevo ni insultante. Se limitó a señalar que en la Isla “no todo era malo” y puso como ejemplo la campaña de alfabetización cubana de 1961, que ha sido elogiada tanto en estudios académicos como por la UNESCO, la institución que se ocupa precisamente de la educación mundial. Por cierto, Sanders no se limitó a esa declaración. Aprovechó para criticar algunas tradiciones de la política exterior norteamericana y en específico a las políticas que lleva a cabo la administración en este momento. Este incidente sucedió en el contexto apuntado: Donald Trump ha revertido con saña la política de su predecesor demócrata Barack Obama, quien también ensalzó en su momento los logros cubanos en materia social.
En ese contexto resulta incongruente que los candidatos demócratas que criticaron a Sanders no se hayan referido también al evidente fracaso que ha tenido esa política a lo largo de los años, no es la que prefieren los ciudadanos de ese país con respecto a Cuba como han demostrado varias encuestas y que es obviamente perjudicial a los intereses nacionales del Estado norteamericano. Esa política, además, es rechazada por los principales aliados de Estados Unidos, constituye una clara violación del derecho internacional público e impone daños y perjuicios para el pueblo cubano.
Sin embargo, Donald Trump y sus colaboradores han pretendido legitimar esa política mediante un discurso de satanización del gobierno cubano, como el que pronunció John Bolton en Miami el 17 de abril del 2019. Es mucho más incongruente que todavía se muevan estas pasiones si se tiene en cuenta que el objeto de estas declaraciones de los “exiliados cubanos” y los candidatos demócratas, el líder histórico de la Revolución Cubana, no gobierna Cuba desde hace doce años y falleció hace cuatro.
Las palabras de Sanders lo ubican en una categoría singular para una campaña electoral presidencial en Estados Unidos: lo hizo con total honestidad; aceptó lo que es obvio, que no hay razón para mantener el bloqueo contra Cuba, como lo aceptó Barack Obama cuando llevaba a cabo su campaña presidencial en el 2007; y que hay muchas cosas que aprender del gobierno cubano. Algo, por cierto, que el propio Obama dijo en varias ocasiones. Se puede concluir, por tanto, que el más consecuente seguidor de la política hacia Cuba del último presidente demócrata no es quien fue su vicepresidente, Joe Biden, sino el Senador Bernie Sanders.
Por otra parte, las palabras de Sanders confirmaron algo que era de esperar: el tema cubano figurará de alguna manera en la lucha por la elección en el 2020.
En este contexto sería recomendable que, desde Cuba, se le eche un vistazo, aunque sea breve, a la evolución de este fenómeno que bien pudiéramos llamar “Cuba: la nación, la emigración y las elecciones presidenciales en Estados Unidos.”
1960-1980: campañas presidenciales y política hacia Cuba
Una primera etapa de la evolución de este fenómeno político tuvo lugar entre las elecciones de 1960 y de 1980, o sea en 6 campañas presidenciales, ganadas tres de ellas por candidatos republicanos y 3 por demócratas. Como es fácil comprobar, a partir del triunfo de la Revolución Cubana en 1959 y hasta 1980 la política hacia Cuba apareció como un tema casi siempre recurrente de debate en las campañas presidenciales de Estados Unidos, con excepción de la de 1976. Casi nunca el resultado fue beneficioso para Cuba ni para las relaciones bilaterales. Así fue incluso en la de 1960, cuando se disputaron la primera magistratura el vicepresidente Richard Nixon por el Partido Republicano y el senador John F. Kennedy por el Partido Demócrata.
Quizás valga la pena recordar lo que el propio Fidel Castro le dijo al periodista francés Jean Daniel durante sus conversaciones privadas en noviembre de 1963 que lamentablemente coincidieron con el fatídico asesinato del Presidente de Estados Unidos el día 22 de ese mes: “No he olvidado que Kennedy centró su campaña electoral contra Nixon en el tema de mantener la firmeza hacia Cuba.”
El entonces Primer Ministro cubano le explicó a Daniel:
«Creo que Kennedy es sincero», declaró Fidel. «También creo que expresar hoy esa sinceridad puede tener una significación política. Le explicaré lo que quiero decir. No he olvidado que Kennedy centró su campaña electoral contra Nixon en el tema de mantener la firmeza hacia Cuba. No he olvidado las tácticas maquiavélicas y la equivocación, los intentos de invasión, las presiones, el chantaje, la organización de la contrarrevolución, el bloqueo y, sobre todo, todas las medidas vengativas que impusieron antes, mucho antes de que existiera el pretexto del comunismo. Pero siento que él heredó una situación difícil: no creo que el Presidente de los Estados Unidos sea realmente libre alguna vez, y creo que Kennedy está en estos momentos sintiendo el impacto de su falta de libertad. También creo que él entiende ahora el grado en el que ha sido engañado, en especial, por ejemplo, con la respuesta de Cuba durante la invasión de Bahía de Cochinos. Creo además que es realista: está registrando ahora que es imposible sacudir una varita mágica y hacer que nosotros, y la situación explosiva en toda América Latina, desaparezcan.»
Obviamente, Fidel Castro estaba racionalizando los contactos secretos que los gobiernos cubano y norteamericano habían comenzado a sostener en aquellos momentos por iniciativa del presidente Kennedy con vista a explorar la viabilidad de un proceso de normalización de las relaciones, como han demostrado varios investigadores, entre ellos Peter Kornbluh y William Leogrande en su esencial volumen Diplomacia Encubierta con Cuba.
Con la vista puesta en eso, el líder cubano explicaba que probablemente Kennedy actuó como actuó no porque estuviera convencido de que hacía bien, sino porque en la campaña electoral presidencial había prometido hacerlo sin considerar sus consecuencias. Este sería un “modus operandi” recurrente entre los candidatos en las campañas electorales presidenciales a partir de ese momento. Y Fidel Castro lo valoraba exactamente así cuando recibió los primeros mensajes desde Nueva York sobre el interés estadounidense en buscar un acomodo. Era eso precisamente lo que el líder cubano había buscado antes y después de la agresión de Playa Girón.
Para muchos observadores, los pronunciamientos que hacen los candidatos a presidentes en Estados Unidos durante sus campañas electorales, particularmente en política exterior, no deben ser tomados en serio si no se analiza el contexto en el cuál lo expresan. Tienden a hacer declaraciones atractivas para sus bases electorales. Estas declaraciones muchas veces carecen de fundamentos o sustentos en la realidad, incluso aún si se proponen hacer lo contrario cuando asuman el poder.
Así, por ejemplo, en 1992 Bill Clinton criticó constantemente a su contrincante, el presidente George W.H. Bush, por sus intenciones de otorgarle a China la cláusula de nación más favorecida a pesar de las supuestas violaciones de los derechos humanos del gobierno asiático, para después hacer exactamente eso mismo cuando resultó elegido. Evidentemente el candidato Clinton prefería una retórica ideológicamente “pura y dura”, mientras que el presidente Clinton optó por una pragmática defensa de intereses concretos norteamericanos, en este caso el de las compañías con grandes inversiones en China que exportaban sus manufacturas “Made in China” al opulento mercado estadounidense.
Lo que Fidel Castro le decía a Jean Daniel es fundamental para entender la política cubana hacia Estados Unidos y particularmente por qué es importante para los que vivimos en la Isla seguir las campañas electorales presidenciales y la influencia que las mismas puedan tener en la posición norteamericana hacia Cuba. Entre 1960 y 1980 esta tendencia demagógica a la retórica ideológicamente dura con resultados negativos, se manifestó en casi todos los casos sin que mediara para ello el factor de la emigración cubana y su influencia política en el estado de la Florida. Se creía entonces en Cuba, y con razón, que no importaba quién resultara electo Presidente de Estados Unidos (Lyndon Johnson en 1964, Richard Nixon en 1968 y 1972, y James Carter en 1976) o quien fuera su contrincante derrotado (Barry Goldwater en 1964, Hubert Humphrey en 1968, George McGovern en 1972, y Gerald Ford en 1976) había muy pocas posibilidades de que se modificara la política de “cambio de régimen por vía de la coerción”. Ese convencimiento llevó a Fidel Castro a utilizar el famoso refrán “es lo mismo Juana que su hermana” al referirse al enfrentamiento de 1964 entre Johnson y Goldwater, aún cuando eso no le impidió que siguieran intercambios encubiertos con el primero, como han demostrado Kornbluh y LeoGrande en la obra a la que se hizo referencia.
A lo largo de estos años (1960-1980) el papel asignado a la emigración cubana por los poderes fácticos estadounidenses fue fundamentalmente el de instrumento de la política establecida, el cambio de régimen por vía de la coerción, la coacción y la violencia que no varió sustancialmente hasta que Jimmy Carter llegó al poder en 1976. No participaban ni influían en la política como ha sucedido años después.
Paradójicamente, la primera intervención más activa de los emigrados cubanos en las relaciones bilaterales fue precisamente de la mano de los presidentes Fidel Castro y Jimmy Carter, quienes lo hicieron por separado, el primero convocando al Diálogo con la Comunidad Cubana en el exterior en septiembre de 1978 y el segundo indicando que ese Diálogo sería bien visto y apoyado por la Casa Blanca.
La literatura especializada sobre el proceso de ascenso de los emigrantes cubanos en la política norteamericana es abundante e incluye, entre otros, a sociólogos y politólogos cubanos (Jesús Arboleya y Antonio Aja, por ejemplo), norteamericanos (Susan Eckstein, Patrick Haney, Walt Vanderbrush y Canberk Koçak) y cubano americanos (Lisandro Pérez, Guillermo Grenier y María Cristina García) y hasta un japonés, Hideaki Kami, cuyo reciente texto Diplomacy Meets Migration: US Relations with Cuba during the Cold War, es un interesantísimo aporte a la literatura por alguien que puede investigarla “desde afuera”.
El caso de la elección de Jimmy Carter y de su política hacia Cuba merece una reflexión. Excepcionalmente, el tema de Cuba tuvo escaso relieve en la campaña de 1976 a pesar de que desde 1975 se habían tenido conversaciones secretas promovidas por Henry Kissinger después de la renuncia de Richard Nixon en 1974 y del ascenso a la presidencia de Gerald Ford a causa del escándalo de Watergate. El presidente Carter, una vez inaugurado en enero de 1977, avanzó rápidamente hacia la normalización, proponiendo a la parte cubana el establecimiento de relaciones a nivel de Secciones de Intereses. Sin embargo, su administración tuvo mucha dificultad en avanzar debido a sus contradicciones internas y a la constante creación de “crisis artificiales” por los políticos republicanos con la ayuda de los medios.
Al calor de ese deshielo, numerosos senadores demócratas viajaron a la Habana en apoyo a la normalización y en intentos de establecer conversaciones con el gobierno cubano. Paralelamente, Cuba estableció un diálogo con representantes de la emigración cubana, como ya se señaló. Estos pasos e iniciativas tuvieron una consecuencia no buscada: motivaron la activación de poderosos intereses del llamado “exilio histórico”, aglutinados alrededor de la RECE (Representación Cubana en el Exilio) y de su líder, Jorge Más Canosa. Eventualmente, ese grupo formaría el núcleo duro de lo que después se llamaría la Fundación Nacional Cubano Americana (FNCA o CANF por sus siglas en inglés) creada con el apoyo de la administración Reagan como veremos en la siguiente entrega.
Vale la pena señalar que el intento de normalización iniciado entre el gobierno cubano y la administración de Jimmy Carter en 1977 fracasó cuatro años después, no porque el así llamado “exilio histórico” tuviera la influencia que después adquirió, sino porque importantes sectores políticos norteamericanos lo torpedearon, incluso desde adentro de la propia Casa Blanca, en este caso por el Asesor Nacional de Seguridad, Zbigniew Brzezinski, como ha demostrado recientemente el historiador cubano Elier Ramírez. Carter perdió la campaña para su reelección no por su política hacia Cuba sino por una combinación de factores en los que tuvo que ver la situación económica y lo que se percibió como una humillación a manos de los revolucionarios iraníes que tomaron la Embajada de Estados Unidos en Teherán en 1979.
Nota:
[1] Al comenzar a escribir este texto, el gobierno cubano había anunciado la convocatoria para los días 10 al 12 de abril. Antes de terminarlo se anunció que quedaría postergada a causa de la crisis del coronavirus. Aunque aún no se sabe cuál será la nueva fecha, asumo que la voluntad de las autoridades nacionales es la de celebrarla este año.