A casi ningún cubano ha de resultarle extraña la pregunta: “¿de dónde son los cantantes?”, esta frase que nace del conocido Mamá, son de la Loma, es una de las tantas que dejó en la cultura popular cubana, el Trío Matamoros.
El día de su 31 cumpleaños, Miguel Matamoros, junto a Siro Rodríguez y Rafael Cueto fundan el ahora mítico trío en su natal Santiago de Cuba. Aquel día tocaron juntos por primera vez, y se convirtió en una tradición de cumpleaños que repetirían por 35 años, hasta que dejaron los escenarios, también en mayo, pero de 1960.
A todos los rincones del mundo llegaron las melodías de estos tres santiagueros, cuyo aporte a la música cubana es indudable, popularizando el bolero-son desde que cantaran por vez primera Lágrimas Negras, una de las piezas más universales del grupo, y de la música cubana.
Las versiones de este tema son incontables: desde la inconfundible voz de Barbarito Diez, hasta Omara Portuondo, Celia Cruz, Diego el Cigala con Bebo Valdés, Olga Guillot , Gal Costa, Cesaria Evora, Compay Segundo, Aymeé Nuviola, Alain Pérez, la española María Dolores Pradera; es un canto universal de desamor que llega hasta nuestros días.
A pesar de que después fundara un septeto y un conjunto de igual nombre, Matamoros nunca abandonó el formato original de la banda que le llevó a la fama, con una sonoridad particular, no solo por las voces acompañantes, también por el “tumbao” que le imprimió Cueto como guitarrista acompañante, un estilo que después imitarían muchos instrumentistas dedicados a defender el son montuno cubano.
“Dentro del boom de los sextetos y septetos de sones que, a nivel discográfico y radial se inicia con la década de los años veinte del siglo pasado, el trío Matamoros es un fenómeno aparte, una formación musical, digamos que minimalista, en comparación con aquellos, que consigue hacer un son de mucha sabrosura, colorido y autenticidad; un poco diferente al son que hacían en La Habana Ignacio Piñeiro con el Sexteto Nacional; el Sexteto Habanero; el Occidente; el Boloña…”, comenta la musicógrafa cubana Rosa Marquetti para OnCuba.
“El legado de Matamoros, uno de los que más ha aportado a nuestro acervo musical, hay que verlo desde dos vertientes: su obra como compositor y el aporte que hizo con el sonido que conseguía”, expresa el reconocido tresero cubano Pancho Amat, uno de los más reconocidos defensores del son cubano.
“De su obra autoral -señala- nos legó una cantidad de canciones tremendas que le han dado la vuelta al mundo y que identifican nuestra música en todas partes. En cualquier lugar del planeta, cuando hay que hacer referencia a Cuba, muchas veces se echa mano de una de estas canciones”.
Así lo confirma Ethiel Faílde, tataranieto del matancero Miguel Faílde -creador del danzón en el siglo XIX-, y director de la orquesta que lleva el nombre de su tatarabuelo “En México, por ejemplo, no podemos dejar de tocar un “un son matamorino” porque el público lo siente como sinónimo de lo cubano y como prueba de autenticidad. Es un ejemplo a estudiar, de una época en que nuestra música fue hegemónica en la región, hoy las condiciones de la industria musical en Cuba y su proyección internacional no son las mismas, pero en la obra de Matamoros hay claves que conservan plena vigencia. Tanto así que para saludar su natalicio, el sábado pasado sacamos en facebook un pequeño video junto a Omara Portuondo interpretando “Lágrimas negras” en vivo y ya está muy cerca del millón de vistas”.
Matamoros tocó también con los mejores músicos de su época, incluso en su conjunto llegó a figurar como cantante Benny Moré, quien alcanzó popularidad en el grupo de Matamoros, a donde llegó gracias a Siro Rodríguez. Cosas del destino.
“Si eso no bastara, Matamoros, además de ser intérprete de su propia obra, con el trío también cantó piezas de otros autores y tanto en las interpretaciones de sus canciones como en las de otros intérpretes, él tenía un sonido único, homogéneo, llevaba la obra de otros intérpretes a su territorio y conseguía una sonoridad muy propia”, comenta Amat.
“Quizás el ejemplo más claro es una canción de Los Cuates Castilla, Cuando ya no me quieras, un bolero que hemos oído en cantidad de versiones, pero la que hace Matamoros parece tan suya, que quien no conozca que es de Los Cuates Castilla, piensa que es de Matamoros. Yo me sorprendí cuando lo escuché por primera vez porque Miguel Matamoros lo lleva a su territorio exactamente. Entonces ahí es donde los músicos nos hemos dado cuenta del estilo que tenía, su sonoridad”.
La herencia musical de este trío va más allá del Mamá, son de la Loma y Lágrimas negras. En alguna que otra descarga en los hogares cubanos se ha bailado al ritmo de La mujer de Antonio, El que siembra su maíz o El paralítico; también se ha invocado al Olvido a través de Juramentos y alguna que otra Promesa a lo largo de los años, canciones que nuestros padres y abuelos guardan en su repertorio, boleros un tanto ajenos a las nuevas generaciones.
“Me parece vital que unamos esfuerzos para declarar el son, el bolero y el danzón como patrimonio de la humanidad, eso puede contribuir mucho a que las nuevas generaciones sientan orgullo por su cultura y a dar mayor visibilidad internacional a nuestros aportes musicales, a que se sepa que aunque el mundo entero las disfruta, esas creaciones son “hechas en Cuba” y fuente de fenómenos como la salsa, por ejemplo”, comenta Faílde.
“El legado del Trío Matamoros, y de Miguel Matamoros en particular, es inmenso. Casi siempre pensamos en el trío como si siempre hubiese estado aquí, entre nosotros, casi como un fenómeno normal o natural, pero ciertamente, tiene mucho mérito formar un trío para hacer sones en 1925 y mantener una vigencia extraordinaria 95 años después”, precisa Marquetti quien reconoce también ese estilo peculiar que estos músicos popularizaran en el siglo pasado.
Añade la especialista que sus temas “hoy son grandes clásicos del género, reconocidos en todo el mundo: Mamá, son de la loma, El que siembra su maíz, Lágrimas Negras, que su grabación primigenia aparece como “bolero-son”.
Respecto a este género acuñado en la primera mitad del siglo XX, apunta Amat que “Matamoros subrayó mucho ese concepto. Habría que decir también, como bien recordara Danilo Orozco, la manera de proyectar los textos de su música eran a través de una suerte de tragedia sonriente. Recordar El trío y el ciclón, que nos contaba las desgracias que provocó un ciclón que pasó por República Dominicana y los sorprendió a ellos allá , en la pieza se ríen de la desgracia. Eso retrata también la manera de ser de los cubanos, que en medio de los problemas que tenemos siempre vamos con optimismo”.
Esa característica hace que la obra de estos músicos se inserte en la idiosincrasia y la cultura cubanas. El maestro Chucho Valdés, uno de los músicos cubanos más relevantes, le dice a OnCuba: “El impacto de Matamoros en la cultura cubana, ha influido en las siguientes generaciones. Su cubanía la demostraron a través de su música, siendo el trío más popular por décadas, dejando un legado imborrable y que se mantiene”.
La zona del oriente cubano siempre fue rica en vertientes musicales, como es el caso de la trova y el son, de la cual se nutrieron los tres músicos. La capacidad de poder incorporar estos ritmos y lograr una voz propia entre los músicos cubanos de aquel entonces, resultó otro de los aciertos de Matamoros, Cueto y Rodríguez. Lo que hacían, nos confiesa Amat, “era un híbrido entre la trova de Santiago de Cuba y el modelo de son que le llegaba del monte, primario y rústico; hizo un son diferente, fino y elaborado, la canción de la trova la llevó a un territorio ya sonero”.
Se antoja difícil escoger un tema preferido del trío Matamoros. El maestro Chucho Valdés se decanta por los clásicos Lágrimas Negras y Mamá, son de la loma; Rosa Marquetti, sin embargo, no lo logra: “no tengo una preferida, tengo varias: El paralítico; Mamá, son de la loma; El que siembra su maíz; La tragedia del Morro Casttle; El trío y el ciclón…, mientras que Amat nos dice: “¡mira que me gustan todas!, pero siento un especial cariño por Reclamo Místico.
De esta en particular, nos revela Rosa Marquetti que es de sus preferidas de las compuestas por Miguel: “una joya del cancionero trovadoresco cubano, en la que, en mi opinión, Don Miguel se muestra como el versátil y brillante compositor que fue. La innegable poesía de la letra de Reclamo místico habla mucho de la sensibilidad y la legítima capacidad que tuvo para percibir y expresar vivencias, hechos y pasiones, también con el mayor lirismo”.
Casi un siglo después resulta imposible hablar de música cubana sin mencionar la obra de Miguel Matamoros quien, apunta la investigadora cubana, fue “un compositor extraordinario: esos sones de su autoría, como otros muchos maravillosos –sones, canciones, guarachas- con una tremenda capacidad de encontrar en la realidad inmediata, vivencias que convertía en ritmo, letra y melodía”, un músico que, si escuchara sus canciones en otras voces, “puede después de muerto que ‘nos’ responda”.
Dime que ya eres libre como es el viento
dime que no me quieres, que ya me olvidas
dime que ya no tienes ni un pensamiento
ni una sola esperanza que me de vida.
Mira que ya me muero pues sufro mucho
mira que ya me abruman penas muy hondas
mira que si muriendo tu voz escucho
pueda después de muerto que te responda.