Resulta en extremo difícil resumir en unos pocos párrafos la extensa labor periodística de Guido García Inclán. Su trabajo de décadas en la prensa cubana, que simultaneó entre varios medios y publicaciones, hacen prácticamente estéril cualquier intento de abarcar con profundidad lo mucho que escribió y dijo frente a los micrófonos.
García Inclán (Pinar del Río, 1905 – La Habana, 1983) fue, sobre todo, un hombre de la radio. Desde 1933, año en que comenzó de lleno en el periodismo, estuvo vinculado a ese medio. A la par de su trabajo en las revistas En Mercado y Hora –las primeras que contaron con su firma, según los investigadores de su vida–, fungió como editorialista y director del Radiodiario de la emisora CMAF. Luego pasó como redactor al reputado Noticiero CMQ, del que llegaría a ser subdirector y en el que se mantendría hasta mediados de los años 40. Y a finales de esa década, adquirió la emisora COCO, a la rebautizaría como “El Periódico del Aire” y a la que situaría a la vanguardia del periodismo radial cubano de la época.
En esa emisora brindó una cobertura periodística exclusiva, en la que destacaban los noticieros, un editorial que se repetía tres veces al día, las informaciones deportivas –un sello que la COCO mantiene hasta la actualidad– y las noticias de último momento que interrumpían las transmisiones y aportaban una sensación de inmediatez muy apreciada por los oyentes. Bajo su mando, la estación fue pionera en contar con una unidad móvil para ofrecer una cobertura en vivo desde cualquier punto de La Habana, y en el uso de la publicidad fuera de sus espacios habituales, sino en momentos en que resultara llamativa y sorprendente.
Además, en “El Periódico del Aire” García Inclán dio voz al emergente y renovador Partido Ortodoxo, al que se vincularía, y abrió sus micrófonos a sus principales líderes, entre ellos Eduardo Chibás, Juan Manuel Márquez –quien tendría en la COCO el programa titulado “La Hora de la Ortodoxia Revolucionaria” – y Fidel Castro, a este último incluso después de pasar por la cárcel tras los sucesos del Cuartel Moncada.
Certificado como periodista por la Escuela Profesional “Manuel Márquez Sterling” en 1943, ya para entonces sus escritos eran habituales en periódicos como Pueblo –del que fue uno de los fundadores y en el que mantuvo secciones como “Pueblo dice a su pueblo” y “En la feria de la actualidad” – y Prensa Libre, donde escribía para la columna “En la trinchera del deber”. Luego, tendría una página semanal en la revista Bohemia, donde trataba de movilizar la solidaridad y obtener recursos para los cubanos de bajos ingresos. La frase “¡Arriba corazones!”, que titulaba la sección y que utilizaba en sus textos, calaría profundo en sus lectores y se convertiría en un lema popular.
Ese perfil cívico, de ayuda social, y también crítico contra los gobiernos y los problemas imperantes por entonces en Cuba –lo que le valdría numerosas censuras y suspensiones de su emisora–, sería una constante de su trabajo y le ganaría el apelativo de “el más cívico de los periodistas cubanos”. Fue por esa vocación, y por su admiración por José Martí –no es casual que la fecha que escogiera para la apertura de la COCO, tras adquirirla y rebautizarla como “El Periódico del Aire”, fuera el 28 de enero–, que se involucró activamente en la campaña por la construcción de una tumba digna para el Héroe Nacional.
Esta campaña se había iniciado en Santiago de Cuba, en cuyo cementerio Santa Ifigenia reposan aún los restos del apóstol de la independencia cubana, pero a pesar del activismo de sus impulsores, la recaudación de fondos era insuficiente y el gobierno del país se mantenía ajeno a ella. Fue entonces que García Inclán hizo suyo el empeño y, motivado por una petición del presidente del Club Rotario de la urbe santiaguera, impulsó la campaña a través de las páginas de Bohemia, Prensa Libre, y también de sus espacios radiales.
Decisiva sería la publicación en Bohemia, a inicios de 1945, de una carta abierta de su autoría al Congreso de la República, en la que alegaba las justas razones para la construcción de un mausoleo para Martí, apelaba para ello a la conciencia de los cubanos, y pedía al parlamento de la Isla la aprobación de una ley que concediera un crédito para hacer realidad el proyecto.
Su convocatoria no encontraría oídos sordos. Tras la presentación de una propuesta por el senador villaclareño Elio Fileno de Cárdenas, el Congreso aprobaría una ley que ofrecía un crédito por 100 mil pesos para este propósito, el cual sería entregado en 1946 al propio García Inclán, al senador De Cárdenas y a Felipe Salcines, presidente de la comisión santiaguera. Este dinero se sumaría a los más tres mil pesos recogidos entre la población, y permitió el lanzamiento del concurso comité “Por una Tumba Digna del Apóstol Martí”, para seleccionar el proyecto del futuro mausoleo, creación de los arquitectos Benavent y Santí, y financiar la obra ganadora.
Finalmente, después de más de siete años de iniciada la campaña, el añorado mausoleo de José Martí fue inaugurado el 30 de junio de 1951 en la necrópolis santiaguera, por el presidente Carlos Prío Socarrás. García Inclán estaría presente, aunque injustamente no sería incluido entre los oradores del acto por órdenes del gobierno de Prío, con el que ya había tenido más de un roce –y hasta una clausura temporal de la COCO– por sus críticas periodísticas.
Mucho más podría decirse de este prolífico y respetado periodista cubano, como su efímero pero significativo noticiero televisivo Patria, que revolucionó el formato de ese tipo de espacio en la Isla durante sus transmisiones a mediados de los años 50 y que sufrió la censura de Fulgencio Batista. También sobre su vinculación con el Movimiento 26 de Julio y la lucha contra la dictadura batistiana –desde y fuera del periodismo–, y su permanencia en Cuba luego de la revolución de 1959, cuando siguió dirigiendo la ya estatal emisora COCO, en la que siguió haciendo periodismo y formando nuevos comunicadores.
O sobre su característica forma de escribir a máquina, solo con los dedos índice, y su accesibilidad como jefe, resumida en la frase que coronaba la puerta de su oficina: “No toque, pase”.
Pero para ejemplificar su labor, vuelvo a la tumba martiana. Como testimonio de sus vivencias y opiniones de la inauguración del mausoleo queda un artículo publicado en Bohemia, 8 de julio de 1951, apenas una semana después de un hecho al que consagró su palabra y su empeño, uno de sus mayores legados como periodista y cubano. Un legado que, a 125 años de la caída en combate de José Martí, merece sin lugar a dudas ser recordado.
Después del cortejo
¡Ya Martí reposa en su Tumba Digna!… y ya nos parece que muy poco nos falta por hacer. Con esa pasión queremos al apóstol. Con ese amor procuramos practicar sus enseñanzas. Fuimos a Santiago de Cuba la tarde del sábado para poder gritar: ¡presente!…
Teníamos que estar allí junto a los restos del apóstol por muchas razones, hasta por mandato de la ley, pues nuestro fraterno Elio Fileno de Cárdenas (q.e.p.d.) al presentar la ley Pro Tumba Digna a José Martí en el Congreso de la República, no solo consiguió en su introito que era una petición nuestra, hecha por medio de una CARTA ABIERTA AL CONGRESO publicada en Bohemia el 4 de febrero de 1945, sino que estipuló la necesidad imperativa de nuestra presencia junto al Hon. Sr. Presidente de la República y todo su Consejo de Ministros, cuando la TUMBA DIGNA pudiera ser una realidad.
Hicimos nuestra guardia a Martí y en compañía de gloriosos veteranos, cargados de años y de medallas, recogimos los restos del maestro hasta conducirlos al armón, que frente al Gobierno Provincial de Oriente, aguardaba por el cofre sagrado para conducirlo a la Tumba Digna del hombre más grande de la América.
Después lo seguimos, como era nuestro deber, contemplando con regocijo el fervor y la devoción de todo un pueblo que no está muerto, ni aletargado; que aún vibra al conjuro de éstos patrióticos acontecimientosque solo suceden una vez en la historia de las naciones.
Fue el entierro cubano de José Martí; el otro cortejo –el insolente—tuvo lugar el 26 de Mayo de 1895, cuando un soldado español trepó sobre una piedra al lado de tierra que cubría su cuerpo aún con calor para preguntar: “Hay algún familiar o amigo del finado que quiera hacer uso de la palabra?”… Cuentan (la historia no lo dice con claridad) que el Gen. Sandoval salió al paso, no se sabe cómo. Había miedo por decir adiós a los restos del hombre guía y luz de nuestra independencia.
En este otro entierro, ¡EN EL NUESTRO!, en el de Cuba Republicana, no hubo necesidad de hacer la pregunta, el Comité y Palacio habían estereotipado el programa OFICIAL, y nosotros no pudimos levantar nuestra voz –allí, junto a sus cenizas– como nos correspondía por derecho, aunque solo hubiera sido para haber recordado como se merecía al gran ciudadano, martiano y legislador que nos presentó la ley que hizo posible la Tumba, y que -por esas cosas del destino- ya no podía estar allí, físicamente presente.
Se le mencionó de paso, como queriendo salir del mismo. No se hizo un gran paréntesis a su recuerdo, como él se lo merecía.
Tanto respeto tenía Martí para el culto de la amistad, que todo eso pensamos cuando –devotamente– nos manteníamos junto a su tumba, aprisionados por una mole humana abigarrada, como queriendo abrazar los mármoles sagrados de la Tumba Digna.
Si hubiéramos podido hablar, lo hubiéramos hecho volcando nuestro corazón en acorde con el rugir silencioso de una multitud que –se nos antojó pensar– había despertado ante el cortejo de los restos del maestro. Jamás hubiéramos podido escribir con anticipación las frases acertadas, ni las citas y detalles extraídos de la historia. El momento era indicado para batir almas; se trataba de toda una ciudadanía en unción y unión, gracias al invento del siglo, y tocaba –a los que querían hablar—levantar en sus corazones el cáliz místico ante el altar único de aquella gran Tumba Digna que se abría a los restos del apóstol.
Después del Cortejo, cuando el avión que nos condujo hasta la ciudad rebasaba las altas cumbres y el picacho de Oriente, meditamos con serenidad para poder decir aquí todo lo que hubiéramos dicho allí –si la vida fuera más alta– como en una ocasión nos dijera nuestro amigo Don Miguel Coyula.
Cubanos todos, en nuestra Patria Libre: Nos pareció –en la ilusión ofuscada de la gran solemnidad– oír la voz severa del soldado español que preguntaba si algún familiar o amigo del finado quería decir algunas palabras, y con el derecho de nuestro reclamo queremos decirlas: Hablar al pueblo no a la autoridad; ahora es cuando las minorías tienen el deber de obedecer a los grandes núcleos, ahora es cuando nuestro Martí puede tener el júbilo de ver a sus compatriotas después de 50 años de República, con el dominio de sus propios actos; la historia de la humanidad se escribe con los hechos de un puñado de hombres, la multitud es creadora de sentimientos capaces de levantar o derribar minorías gubernativas; por eso, cuando se está junto a Martí hay que contemplar con alegría delirante ese cuadro que representa todo un pueblo a las plantas del maestro.
«Nadie debe estar triste y acobardarse –decía el apóstol—mientras haya una sola persona que nos haga justicia; donde la razón campea florece la fe en la armonía del universo». Es así como pensaba José Martí, cuyos restos hemos acompañado para darle también sepultura Digna y reivindicarlo de aquella indignidad. Comprender que un Gran Hombre debe de tener el mausoleo que él mismo concibió cuando dentro de su humildad, y en sus versos sencillos reclamaba para sí, ¡oh maravilloso Martí!, un ramo de flores y una bandera.
Martí pidió para los «superiores», los que supieron hacer riendas de seda para gobernar a los hombres, sus figuras en pórfido y ese camino de losas blancas sin pulir para poder llegar a verlos, y poder meditar, dentro de la claridad divina de esa luz reverente.
Pidió también ¡cubanos! amor y comprensión; pero quien no quería odios y hacía gala de su proceder, practicaba con el amor, y mostraba a cada paso su propia vida como su mejor sermón.
Los pueblos deben de estar siempre así -en devoción y en lucha para comprender despiertos quiénes siembran fustas y quienes siembran amor. Las manos limpias deben de tener su gran recompensa, las manos contaminadas su castigo inevitable.
La muerte, decía Martí, es el miedo de los débiles, y el placer de los valerosos. Nada es comparable a la justicia. Por eso imaginamos al apóstol de nuestra libertad en su júbilo inconcebible. Quizás no repare en su cripta ¡pero ha de estar ahí…! ¡con el pueblo!, bajo los rayos del sol, pisando también todos esos pétalos de rosa que manos piadosas de mujeres cubanas -pobres y ricas- lanzaron a su paso, en contraste con la corona de espinas, que tuvo que soportar en su otro entierro, el impiadoso, el que dio origen a NUESTRA LIBERTAD, y también éste fervoroso cortejo de pueblo ¡que tanto quería el maestro, por ser amor incomparable que solo cabe a los hijos buenos!
Reclamamos nuestro derecho a decir éstas palabras, y tampoco queremos abusar de nuestra oportunidad, pero sí agradecer a todos los hijos buenos de la Patria Libre su presencia aquí junto al túmulo reverente, y su atención por la onda invisible, en cada hogar de la Patria.
Martí: tu rosa blanca en mármol, ya te puede cubrir hoy.
Fuimos los hombres de esta generación quienes te hemos hecho justicia. Eras un gran soñador, y este cortejo te debe de haber parecido la realización de aquel sueño que para los grandes hombres, tú habías concebido.