Durante la estancia habanera de Marlon Brando, la maldición de la fama obraría por caminos peculiares. Algunas de las narrativas de esa visita han quedado registradas en textos de sus contemporáneos; otras ingresan al expediente como parte de una historia oral cuya validez resulta muchas veces imposible de desentrañar después de más de sesenta años. Forman parte inevitable de una mitología en torno a la presencia de una estrella en una isla. Y, desde luego, siempre existen testimonios halando la brasa para una sardina cuando menos dudosa. Y hasta personajes con los que se dice que estuvo, y en realidad no.
La última de esas tres noches habaneras de Brando transcurrió con el periodista Guillermo Cabrera Infante. El actor regresaba a los Estados Unidos al día siguiente por la mañana, en un vuelo de las 10:30, solo para embarcarse al sur de Asia a fin de hacer, le dijo, una película producida por él mismo “sobre el entendimiento entre los pueblos sin las barreras de raza, religión, país o color”. De ahí saldría para Japón a rodar “La casa del té en la luna de agosto”, del director Daniel Mann, con Glenn Ford y Mackiko Kyo —la actriz del Rashomón de Akira Kurosawa— como compañeros de reparto, una comedia sobre la ocupación militar norteamericana.
Dos locaciones aparecen en la entrevista de Carteles: primero los cabaretuchos de la Playa de Marianao —específicamente el “Chori”, el “Panchín” y el “Pennsylvannia”— y después el “Sans Souci”. En este último caso, se trata de una segunda incursión para poder hablar, al fin, con la actriz y cantante Dorothy Dandridge. Ya vimos que Brando no pudo hacerlo durante un primer intento al ser detectado por un paparazzi cubano —de esto hay evidencia fotográfica— con el correspondiente incidente público y la vertiginosa salida hacia el bar de Tropicana.
Después de cenar juntos en un restaurante cerca del hotel Packard, los dos jóvenes se montaron, en efecto, en un taxi en Prado y San Lázaro hasta llegar directamente al “Chori”, iniciativa que partió del actor y que no reafirma sino lo sostenido por varios de sus biógrafos: la fama del Chori fuera de sus muros, entre otras cosas como resultado de un artículo de Drew Pearson en The New York Times: quien viniera a La Habana y no viera al Chori en la Playa, no había estado en la ciudad. Una de las tantas marcas generadas por la prensa estadounidense, y en definitiva una etiqueta turística más, sin que desde luego esto le reste legitimidad alguna al músico criollo, ni a sus habilidades como percusionista. Aquí no es el hecho en sí sino la mirada del otro lo que importa.
Hay que considerar, por otra parte, que el actor se movía en círculos musicales neoyorquinos —uno de ellos el Palladium—, donde la existencia misma y los laureles del Chori no eran datos desconocidos. Algunos musicólogos y críticos han subrayado incluso su influencia en el timbalero Tito Puente, que va de sacar la lengua a persignarse con las baquetas.
De acuerdo con algunas fuentes, Marlon Brando subió al escenario del “Chori” y empezó a tocar tumbadora junto al músico negro, quien se sorprendió al comprobar que el actor no era un simple aficionado. Otras sostienen algo ligeramente distinto: que pagó una suma razonable para cerrar el lugar y poder tocar juntos. Esto se sustenta en la ligereza de su bolsillo a la hora de lograr sus objetivos en La Habana. Como se sabe, llegó a poner un cheque en blanco en las manos de un portador por unos cueros regalados por Chano Pozo. Cabrera Infante, sin embargo, da como breve su presencia en ese cabaret y no informa de contacto o diálogo alguno entre ellos.
Según su testimonio, salieron de allí en el intermedio para poder conocer otros tugurios de la Playa. Relata:
La máquina se detiene frente al “Chori”. Entramos y nos sentamos frente al estrafalario músico. Marlon ríe ante el desenfado con que Chori produce el ritmo de su charanga.
-Es muy bueno. Es un humorista formidable. Sería un gran actor cómico.
Chori golpea ahora una sartén y cuando termina echa la ceniza en el sartén. Marlon ríe.
-Su comicidad es muy sutil. Es magnífico.
La orquesta hace un intermedio y salimos a recorrer los otros niteclubs de la playa.
Hay quienes afirman que Brando quiso llevarse al Chori para los Estados Unidos. En “El Chori, The Show Himself”, María del Carmen Mestas asegura: “Para Marlon Brando constituyó una gran sorpresa descubrirlo. ¡Maravilloso! ¡Maravilloso! El rebelde actor de Hollywood, quien lo invita a la Meca de la industria del cine, lo repetiría una y otra vez. Después de pensarlo, el cubano rechazó la oferta”.
Pero afirmaciones como estas, que corren cual bola de nieve sin ser confrontadas al menos por la duda, no parecen sostenibles. El hombre del tranvía no tuvo tiempo de rozar con el Chori más allá de lo que nos refiere Guillermo Cabrera Infante en su entrevista. Lo más probable es que se trate de una contaminación/confusión con algo que sí le ocurrió a Errol Flynn con el artista santiaguero. Durante la filmación de La pandilla del soborno en La Habana, el Capitán Blood —cuya carrera actoral estaba por entonces en pleno declive, como la de ese George Raft saludando a los jugadores a la entrada del casino del Capri— quiso llevárselo a Hollywood. Se dice que los productores le pagaron trescientos pesos por aparecer en la película, y que hasta llegaron a comprarle el pasaje para llevárselo con ellos, pero el Chori los dejó plantados. Y al entusiasta Flynn quedó esa vez con la espada al hombro.
De ahí se dirigieron al “Panchín”, pero el show ya había terminado. Entonces se movieron al “Pennsylvania”, donde el espectáculo comenzaría quince minutos más tarde. Para hacer tiempo y tratar de preservar el anonimato, caminaron entre los pinos del área. Ocasión que Brando aprovecha para dejarle caer a Caín un par de reflexiones poéticas sobre la Isla:
-Este pasaje de aquí es maravilloso. La luna es realmente hermosa en Cuba. La atmósfera es muy tenue.
Y cerca de la playa:
-El mar es muy curioso. Es como el cielo. Uno puede ver las cosas que quiere imaginar.
Entraron tarde. El show iba por la mitad. Brando se sentó en la primera fila, pero se tapó la cara para no ser reconocido. “Una rumbera”, escribe Cabrera Infante, “se contorsiona en la pista de baile”. Probablemente se trate de la más famosa del “Pennsylvannia”: Tula Montenegro, como dice Yolanda Farr, “una vedette que tenía la extraordinaria facultad de mover independientemente cada una de sus nalgas y de sus senos”.
Por último, escribe Cabrera Infante:
Detrás de nosotros un hombre mueve el reflector hasta bien cerca de Marlon. En la pista ha terminado la rumba y comienza a decir: “Señoras y señores, aunque se ha tapado la cara con los dedos, hemos podido reconocer entre nosotros a…”
Funcionó como un resorte. Brando salió disparado hacia la puerta antes de que sobreviniera la avalancha.
Muy buenos trabajos, como este autor nos tiene acostumbrados. Gracias!