Esta es una entrevista que no necesita demasiada introducción. Si usted quiere saber quién es el Ernesto Pérez Chang (El Chino), no deje de llegar al final de esta conversación, surgida en las noches de una internet de banda ancha, en uno de los extremos, y en el otro una conexión algo más que lenta.
Has trabajado por muchos años como editor en instituciones cubanas, también estuviste a cargo de publicaciones. Con esa experiencia acumulada, me interesa saber cuáles son las principales lecciones aprendidas en ese entorno para ahora desarrollar una vida profesional freelance?
Fueron más de diez años los que trabajé como editor en numerosas instituciones culturales cubanas. Es decir, trabajador con un salario mensual, con un expediente laboral y con los ciento cuarenta y siete mil compromisos a los que obliga en gran medida ese vínculo, llamémosle “oficial”. Obligaciones que van desde aceptar cualquier libro y autor que alguien decide poner en tus manos, sin que guarden relación con gustos y filiaciones personales, hasta la asunción de posturas y criterios ajenos, solo por la necesidad de mantenerme en una plaza, con un salario fijo, una posición de relativa influencia y otras cosas que a veces uno piensa que son necesarias para vivir cuando en verdad se van convirtiendo en estorbo en muchos sentidos.
Pecaría de una ingenuidad muy peligrosa quien se niegue a reconocer que hay un trasfondo político en cada una de las instituciones culturales cubanas. En todas, y me atrevo a ser categórico, el juicio ideológico, alineado con el discurso oficial, se impone a la hora de tomar decisiones sobre obras y autores.
Nuestras instituciones son incapaces de tomar un rumbo individual, con sello distintivo, si antes no reciben el beneplácito de las instancias de gobierno. Esta situación lamentable no solo limita el desarrollo de las instituciones sino que afecta la credibilidad de sus estamentos y se desvirtúan como espacios para propiciar el diálogo con los escritores y artistas. Una institución cultural que se pretenda como tal, no puede plegarse incondicionalmente a los designios de un gobierno, sea de la tendencia que sea, porque terminará o comenzará por convertirse en un mecanismo de control ideológico verdaderamente diabólico, siniestro. Eso no le hace bien a nadie porque corromperá la cultura generando esperpentos, caos, estableciendo retorcidas jerarquías intelectuales donde solo tienen voz quienes no cuestionan ni ponen en jaque todos los estamentos de la sociedad.
Yo no puedo ser escritor ni editor para complacer a un grupito en el poder. Soy escritor porque tengo necesidad de traducir un universo personal y me creo con la capacidad de hacerlo y no puedo traicionarme solo por ver mi nombre impreso en papel, por ganar notoriedad. Las instituciones culturales deben existir para propiciar que el escritor y el artista se realicen plenamente tanto como deseen hacerlo y desde la posición política que estimen conveniente. Tantos años trabajando, viviendo, soportando el ambiente cultural cubano me han dejado esa experiencia y me han llevado a concluir que una obra y una vida auténticas, despojadas de compromisos, solo es posible cuando uno se deshace de ciertas ataduras.
Continúo editando freelance para algunas instituciones pero solo cuando me siento libre de elegir y de realizar mi trabajo. Mi última experiencia como editor “fijo” me convenció de que la cultura y la política cubanas tienen recovecos sórdidos, tóxicos que mejor sería no explorar. Mi única experiencia como editor de una revista me hizo ver los verdaderos rostros de la mentira y el oportunismo, y te aseguro que no son para nada agradables. Pero eso pertenece a otra historia que en su momento contaré con lujo de detalles.
Un día de febrero del 2014 descubrimos tus artículos de opinión en Havana Times y otra de abril, se detuvieron. Te pregunto: ¿es posible hablar en Cuba de un impacto de las revistas digitales en la sociedad a pesar del poco acceso de la población a Internet? Segundo: ¿qué ha pasado que no has publicado más?
Antes de febrero de 2014, hace más de dos años, ya había publicado un par de artículos para Havana Times. Aquellos fueron textos que regalé al editor, por los cuales no cobré ni un centavo. Aclaro esto porque hay quienes piensan que los escribí por dinero. Aunque no tengo nada en contra de ganar por lo que se escribe, prefiero señalar el detalle para esos que se preocupan por los ingresos de uno y su vinculación con algo “conspirativo”. No me agradan las conspiraciones. Como sé de ellas y he participado de algunas, tengo razones para detestarlas. Todo cuanto he escrito en Havana Times lo sostengo tal cual.
Aquella primera vez tuve que dejar de mandar textos porque hubo amenazas solapadas y no me sentía seguro teniendo que abandonar mi plaza “fija” en la revista Unión. Quería realizar un proyecto de publicación diferente, me ilusionaba con eso y opté por finalizar mis colaboraciones. O cuidaba mi trabajo o escribía para HT, y preferí lo primero. Otra vez me reprimía a la hora de opinar, nuevamente terminaba cediendo ante presiones tontas y te confieso que el período posterior a esa decisión fue un infierno. Me encontré aprisionado en una etapa de mi vida en que pensaba de un modo y me expresaba de otro por conveniencia. Cuando me armé de valor por sucesos personales y familiares que, como puñetazos en la cara, me abrieron los ojos, decidí desligarme de todo compromiso mezquino y, entre otras cosas, regresé a Havana Times que era el medio que tenía a mano, publiqué esa veintena de artículos pero luego dejé de escribir para allí. No me parece el sitio idóneo para debatir en profundidad temas que en realidad no llegan a quienes deben participar del debate y creo, además, que muchos de sus columnistas desvarían, improvisan y muchos de los análisis son realmente pueriles, absurdos, incoherentes. Creo que el editor debería ser más exigente y trabajar en proveer a Havana Times de un nivel de credibilidad mayor. No se debe acumular colaboradores simplemente por dar la idea de quórum o de pluralidad de criterios. Havana Times debería crearse un público lector de fuerza, no convertirse en un espacio de mera catarsis.
Me gustaría tener una columna donde expresarme a diario o con asiduidad pero no me gusta hacer ni sumarme a pataletas solo por escandalizar. Prefiero debatir, invitar al diálogo inteligente, que mi punto de vista llegue al mayor número de personas no para decirles “mira qué agudeza tengo”, no, sino para que alguien, no importa quién sea ni la ideología que abrace, me riposte, me ilumine, me haga pensar o sentir seguro o inseguro con las cosas que tengo por verdades. Creo que ese es el objetivo de publicar en revistas digitales, el poder interactuar con los lectores, dialogar, cosa que no se logra en las publicaciones de papel. En Cuba ese diálogo tan saludable es una fantasía por las limitaciones con el internet. Los medios de información y de opinión oficiales que emplean el papel o lo digital no permiten libertades ni disidencias de ninguna clase. A duras penas comienzan a introducir un tipo de diálogo artificial que se estructura solo dentro de los márgenes trazados previamente por un mecanismo de censura igual o peor que un tribunal inquisidor.
Quienes detentan el poder saben de las peligrosas libertades de los medios digitales alternativos y hacen todo cuanto pueden por controlar el acceso de la mayor parte de la población. Ese es un mecanismo de control que defenderán a capa y espada aludiendo cuestiones de soberanía, de patriotismo, cuando uno sabe que solo es expresión de la soberbia de algunos pocos. Hoy estoy convencido de que un ciudadano no debe esperar a que lo autoricen para opinar, y que no puede ser bueno un gobierno que se adjudique el derecho exclusivo a controlar las opiniones individuales.
Pero no creo que sea desacertado abandonar las posibilidades que brindan los medios digitales y las redes sociales para expresarnos fiel a nosotros mismos mediante blogs o simples cuentas de Facebook o Twitter. Cuando no tenía internet (y aún no lo tengo, simplemente juego al gato y al ratón, como le digo a mis amigos) muchas cosas que se publicaban en la web me llegaban por otros medios, un poco tarde, pero me llegaban y uno siente con eso un soplo de aire fresco en medio de este ambiente enrarecido que terminará por asfixiarnos como escritores y como seres humanos.
En un artículo publicado en lo que podría haber sido una exitosa columna decías: “Ni hablar de las publicaciones existentes. Cada una es el reflejo especular de la otra. Indistinguibles, sin personalidad propia, son un verdadero desastre al no cumplir el objetivo de toda revista cultural: ser una voz en medio de voces disímiles.” Si fundases una revista, ¿cuáles son los ingredientes que le pusieras para no repetir aquello que cuestionas?
Todas las publicaciones institucionales cubanas padecen de la misma enfermedad contagiosa de la despersonalización. Lo único que las diferencia es el nombre, la cantidad de páginas y la calidad del papel. Si revisas el contenido te encuentras con los mismos autores y los mismos temas, los mismos homenajes a las mismas figuras y el mismo silencio con respecto a los temas más urgentes para la nación cubana. Cuando se van más allá de los límites de lo permitido, enseguida sale algún funcionario a recoger riendas. Mira lo que sucede con La Noria, en Santiago de Cuba, una de las pocas revistas que ha logrado identificarse con una estética y un grupo afín, sin embargo, constantemente recibe los ataques de mucha gente mediocre que le hace el juego a la censura. La atacan porque no publica a los mismos autores que las otras, porque se ha propuesto focalizar una estética determinada; la atacan porque es de las poquísimas que cumple la verdadera y más genuina función de una revista literaria. Cuando te acercas a cualquier publicación en Cuba te encuentras con las mismas trabas para publicar asiduamente en ella. Aunque el editor quiera mantenerte en todos los números, no lo dejan. Un autor que colabora esta vez, la próxima tendrá que irse a otra revista y así hasta que le llegue el turno de regresar. Y cuidado con los contenidos. Si vas a ponerte demasiado crítico con lo que sea, la cosa es más grave. También cuando decides publicar a determinados autores cuyos nombres no suenan muy agradables en algunos oídos. Si deseamos crear un ambiente de publicaciones culturales bien saludable, debemos comenzar por permitir las iniciativas individuales en tales proyectos, derribar las censuras y dar luz verde a que autores y editores con imaginación y deseos de trabajar echen a andar sus proyectos. Pero habrá de pasar mucho tiempo, muchísimo, para que esto suceda por eso que te decía sobre las instituciones culturales y su relación con los mecanismos de control. No son instituciones, te repito, son piezas de un engranaje sofisticado donde las libertades de creación y expresión pasan a un segundo plano, muy por debajo de la salvaguarda ideológica que es la joya de la corona. Las revistas que se generen en tales espacios desvirtuados no pueden realizarse en plenitud. Una revista para ser REVISTA, en mayúsculas, necesita de la iniciativa individual, de la independencia ideológica, no prestarse como pantalla decorativa de algo que nada tiene que ver con la literatura y el arte. Si yo tuviera la oportunidad de hacer una revista, el primer ingrediente sería ese, la independencia total, el no rendirle cuentas a nadie ajeno.
En ese mismo texto te quejabas de que en el trabajo por cuenta propia no se permite la industria editorial. ¿Qué soluciones loables plantearías para que los profesionales de la edición pudieran insertarse junto con otras ya legalmente reconocidas, como el diseño y la ilustración, y desarrollasen la pequeña empresa privada en el ámbito editorial?
Las nuevas leyes cubanas que autorizan el trabajo por cuenta propia y la creación de pequeñas cooperativas, ignoran a los profesionales de la edición. Cuando preguntas por qué tales absurdos, te responden con evasivas. Nadie se atreve a revelarte la verdad: el gobierno no está dispuesto a ceder terreno en el control de la información. Existe una estricta vigilancia sobre lo que se publica y lo que se lee. En apariencias se publica todo, pero sabemos que solo se promueve aquello que no resulta nocivo para el grupo de poder político. Un libro que no convence ideológicamente a los censores puede llegar a los anaqueles de las librerías, pero su promoción será prácticamente nula. Nadie hablará de él, no al menos en un periódico de gran alcance ni en un programa de televisión en horario estelar. Ese libro pasará sin penas ni glorias mientras la última novela muy mal escrita de Periquito Pérez o el libro de Historia de Cuba que habla sobre la lucha en la Sierra Maestra será tema central hasta en los programas televisivos sobre cocina. Si la iniciativa individual, privada, llegara al sector editorial, enseguida podrás ver cómo crearán leyes paralelas que subordinen estas empresas a una especie de control político. ¿No lo están haciendo con el cine cubano que ahora debe pasar por la censura del Ministerio del Interior? Ahora son los militares quienes deciden qué película se filma y cuál no. Con el libro pasaría lo mismo si permitieran la empresa privada en la cultura, tendríamos a un coronel que nada sabe de literatura orientándonos al oído qué autores son los más adecuados. Regresaríamos a un Quinquenio Gris o Decenio Negro, si no es que estamos a las puertas de él con tales truenos. Todos saben que no se permitió abordar el asunto en el más reciente congreso de la UNEAC. Los debates fueron saboteados y los artistas y escritores silenciados de modos diversos. Hubo un grupo que moderaba los debates pero en verdad se encargó de bloquear y chotear aquellos planteamientos bien candentes. El bonche, el chistecito, la payasería de algunos dirigentes es antológica, bufonesca, detestable y síntoma de que no cambiará el ambiente hostil en mucho tiempo.
Creo en lo beneficioso de las iniciativas individuales en la cultura cubana pero igualmente no creo que en las condiciones actuales se pueda confiar en que serán genuinas aquellas que logren realizarse. Mientras el gobierno no renuncie a establecer un control sobre las expresiones artísticas y literarias, mientras nos tengan a todos bajo sospecha, no servirá para nada crear empresas propias porque siempre habrá un vínculo subterráneo o explícito con la censura oficial que restará credibilidad y participación a los proyectos.
Ahora sobre tu obra: locos, prostitutas, asesinos, seres deformes, criaturas mediocres, denominados así por ti, son los personajes que han habitado tus obras. ¿Lograste o no poner fin a ese ciclo de soledad y el silencio de tus personajes? ¿Que otros vendrán próximamente?
He querido ponerle fin a eso que alguna vez pensé como un ciclo de extrañas y retorcidas criaturas pero debo reconocer que he sido ingenuo al intentarlo. No era un ciclo, era el mundo tal y como lo veo desde el punto de vista donde me sitúo al escribir. No soy capaz de adoptar otra perspectiva. Cada vez que termino un libro pienso que será el definitivo, que ya lo dije todo y que no hay más. Sin embargo, pasan los días, los meses y me vuelvo a poblar de esas criaturas, o tal vez no me abandonan jamás y simplemente se esconden o se transforman en materia literaria, demasiado volátil, y regresan o salen del escondite.
Recientemente he concluido dos libros, uno de cuentos y una novela. Otra vez retornan las mismas criaturas decrépitas, mediocres, alucinadas. Con personajes similares he comenzado una nueva novela y alisto otro libro de cuentos que me han pedido. En fin, comienzo a aceptar que están en mi cuerpo, en mi cabeza, metidos bien dentro y que solo puedo aligerar tanto peso escribiendo más y más y más hasta que ellos terminen venciéndome. Y lo harán, sin dudas. Ya no los combato, solo gano tiempo.
Cada día publicas especies de micro-post o mini-cuentos en tu perfil de Facebook, ¿en qué condiciones nacen esos textos? ¿Los guardas? ¿Son escritos previamente o nacen justo cuando estas conectado?
Todos los días escribo microrrelatos, es lo primero que hago al despertarme y lo último antes de dormir. Nunca comienzo a escribir si no esbozo una idea y logro cerrarla en ese mismo instante. Si no alcanzo a hacerlo, ese día no será bueno para escribir. Si no culmino el día con una historia, la jornada no ha sido exitosa y no podré conciliar el sueño. A veces no son cuentos breves sino solo ideas que se me ocurren para poner en boca de algún personaje en que estoy trabajando, por eso hoy pueden ser textos individuales pero mañana pasan a formar parte de una historia mayor.
En pocos días saldrá publicado mi primer libro de relatos breves, Cien cuentos letales, y pronto daré a la editorial otro volumen que he titulado Manual de privaciones. Preparo otro sobre animales, como fábulas.
Anotadas en cuadernos de apuntes tengo centenares de historias. Son como el disparo de arranque tanto para la vigilia como para el sueño. Comenzar y terminar uno en un rapto mínimo me asegura que puedo comenzar a escribir en ese instante, que tengo todos los sentidos puestos en la escritura, que nada me puede sustraer de ese acto. No soy escritor de domingos, soy escritor a tiempo completo. Me gusta compartir lo que escribo con mis amigos de Facebook y leer lo que otros publican, establecer un diálogo, una conversación que raras veces uno entabla con los conocidos no virtuales. No escribo directamente cuando estoy conectado a Facebook, me conecto para compartir, leer, abrir una ventana y salir de mi habitación y dejar entrar a todos. Cada día me voy quedando sin secretos y eso antes me intimidaba pero ahora me satisface. Son sensaciones nuevas y eso me gusta.
En otros momentos te refieres a la polémica de turno en Cuba, en uno de ellos decías: “Todavía no logro comprender el efecto que provoca en la calidad de la obra literaria el mejoramiento del entorno para producirla. Eso de esperar por las condiciones óptimas para poder crear una gran novela es como tener fe absoluta en que un lujoso retrete nos cure una diarrea.”
Siempre estoy dispuesto a polemizar y enredarme en discusiones sobre temas que me afectan directa o indirectamente. Detesto las opiniones excluyentes, los criterios absolutos, aunque tengo que reconocer que a veces suelo ser drástico en mis opiniones. Pero de eso se trata, de provocar el pensamiento, el debate para aclarar mis propias ideas. Como se dice en buen cubano: “meto la cuchareta” en casi todo y aguijoneo buscando la reacción a favor o en contra. No puedo ser de otro modo, “el ser se es y no puede ser declinado”, ha dicho Spinoza y me gusta repetirlo en algunas ocasiones.
Un tema que me apasiona es ese de la creación y las condiciones para realizarla. Detesto cuando hay quienes se escudan en la hostilidad del entorno para dejar de hablar o escribir. En el fondo esos silencios enmascaran mediocridades, oportunismos. Una cosa es escribir y otra publicar, de modo que jamás comprenderé esa espera de un permiso o un estado de tolerancia o un mejoramiento del entorno para poder crear. Escribo de lo que creo debo escribir, de lo que necesito exteriorizar, si eso llega a ser publicado o no, es otra cosa, pero no me sostengo la mano al escribir ni permito que nadie me guie ni me trace los límites. Pensar que el bolsillo y el estómago llenos son condiciones esenciales para escribir como Dios manda es una tontería, es desconocer el sinnúmero de obras maestras que fueron escritas en condiciones de miseria extrema. Esa idea de que no es posible escribir bien en Cuba porque el contexto conspira, es ignorar que la literatura y el arte son ejercicios donde uno debe estar dispuesto a sacrificarse a pesar de los pesares, aunque el estómago y hasta la cabeza estén en peligro mortal. El encierro en una urna de cristal —aspirando perfumes y bebiendo ambrosía—, no logrará hacer de una obra algo mejor y mayor. Somos escritores más allá de eso y si no hay que revolcarse en el estiércol para decir que hemos sacrificado un mundo en favor de la literatura tampoco hay que esperar a dormir en un lecho de rosas. Escribir es un estado inaplazable.