Es una realidad. Una realidad múltiple, mejor dicho. La Habana amaneció con los seguidores de España en Brasil 2014 enardecidos, manoteando, preguntándose qué rayos pasó el viernes con la defensa roja —que no vestía de rojo, sino de blanco— y cómo Van Persie fue capaz de volar (ahora bien se le pudiera llamar a Van Persie el Holandés Volador) y de ser tan preciso con la testa para empujar un balón en el aire y dirigirlo a la puerta de Casillas, que se hizo pequeñito, que se encogió.
Pero Casillas, imagínate, era la brazuca que no era la brazuca, es decir, era la brazuca transformada por el destino, por la acción de lo sobrenatural en los cuerpos, por la entrega de Van Persie, allí, suspendido en el aire, cuerpo estirado, cabeza como ariete, como bazuca para la brazuca y, en resumidas cuentas ¡boom!, el empate de Holanda.
Las cámaras capturaron en vuelo al hombre en una jugada de segundos de duración, pero deténgase, querido lector, un momento en las imágenes que se han publicado del curioso caso del Holandés Volador. Tal parece que el jugador no pretende caer y que su máximo empeño consiste en acompañar a la brazuca en su trayecto, escoltarla hasta pasar la línea que es la línea de arranque de la exclamación de gol, por esta razón, afronta la gran fuerza que sobre los cuerpos ejerce la Tierra hacia su centro y le grita a Newton: usted, míster, caray, debió considerar al fútbol en sus estudios.
Tal parece que en las fotos el jugador es alzado por los no sé cuántos brazos de su afición que le susurra: anda, hijo, danos la alegría que nos merecemos; sin embargo, Van Persie se alza por sí solo, se le crispa el rostro y se le arruga el uniforme producto de su esfuerzo. En las imágenes no cae; en el partido, ya lo sabemos, aterrizó en el césped sin elegancia alguna, mientras el portero español lo insultaba interiormente: maldito seas Van Persie, tú y tu vuelo de porquería.
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Casillas no estaba al tanto de que en La Habana una afición enorme lo apoyaba hasta donde podía y que por buen mozo las muchachas sentían pena de él y se morían por darle mimos, a la vez que los seguidores de Holanda brindaban y brincaban abrazados por la jugada del Holandés Volador, y le gritaban a sus contrincantes esto no se acaba acá, lo cual, en efecto, ocurrió. Cayeron cuatro goles más y no había muro que contuviera a la fanaticada de la Naranja Mecánica, que levantaba los brazos y celebraban tanto como los holandeses en el mundial. De seguro, sienten no poder estar en Brasil siguiendo de cerca al equipo que defienden.
David Márquez, de 32 años, por ejemplo, me dice que no entiende cómo, compadre, él con un salario medio, ahorrándolo a más no poder, por una década, no alcanza lo suficiente para ir allá, a los estadios, a vivirlo, sí, a vivirlo, qué precioso sería vivir un mundial.
He aquí otras realidades:
Primera, si Cuba —fantaseemos un poco— compitiera en un mundial de fútbol, la inmensa mayoría tendríamos que conformarnos con las transmisiones televisivas y con apoyar a nuestra selección sentados de frente a las pantallas, y no sentados cerca de nuestro equipo.
Segunda, David Márquez se ha visto obligado a beber un refresco de limón porque no hay cervezas en el lugar donde disfruta el partido de España contra Holanda. Hay escasez de cervezas en la Habana. David dice que son las cosas de Cuba, y que no es fan ni de España, ni de Holanda, sino de Argentina por Messi, que le va a Argentina por Messi.
Tercera, Casillas ignora que no hay cervezas para sus seguidores en La Habana tanto como debe ignorar las causas del desmoronamiento de los españoles en el juego.
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El mundial es una industria, y un virus. Las cafeterías en La Habana con televisor dejan puesto el canal Tele Rebelde. Las personas dejan puesta su mirada en el televisor mientras gastan en pizzas, panes y dulces. Es sábado, y pierde Uruguay frente a Costa Rica. Una sorpresa, un impulso para los costarricenses.
En el Vedado, el Photo Service de 23 y M vende artículos que varían de 0.50 a 3 cuc. Desde llaveros hasta jarras de cerámica con las distintas selecciones impresas. Di las buenas tardes a la joven que vende, me identifico a medias y le digo que si puede responderme un par de preguntas sobre las ventas, me explica que tengo que consultar con la administradora, que ella es la que está informada. ¿Dónde? La puerta que te queda a la derecha. Una puerta blanca.
La administradora tendría más de cuarenta años y el pelo teñido de rubio. Me dice que para responderme con datos necesito una carta de autorización, que las ofertas se iniciaron este sábado ahí y en el Photo Service de Carlos III, que lo habían hecho antes y con la Serie Nacional de Béisbol. No se mostró hostil, como me ha pasado otras veces en otros sitios con aversión evidente hacia los periodistas.
—Dígame, por lo menos, si los objetos con representaciones del mundial de fútbol tienen salida, o sea, se venden.
—Sí, se venden, se venden mucho.
En días previos a la inauguración de Brasil 2014, visité el Hotel Tulipán. Había una música alta, molesta, de manera que no me escucha el hombre a quien me dirijo, que viene con unas latas en las manos y me pide que nos apartemos un poco del bullicio. Le digo que me informe si en días de mundial, las mesas se llenan.
—Sí, en mundial y fuera del mundial, con partidos de ligas, con las Champions, los que prefieren a un equipo se concentran en un lado, los que prefieren a otro se separan. Vienen con banderas, con camisetas, comen, beben, discuten, oye tú viste que Neymar es un inútil, que Cristiano Ronaldo es un monstruo, así. Es una fiesta, y la disfruta hasta la gente veterana. Y si te llegas al Hotel Bella Habana en la calle Conill, te encontrarás con lo mismo, más el aire acondicionado y mayor privacidad.
Habla de una especie de bar en el Hotel Bella Habana. Adentro hay varias mesas. Un hombre canoso toma un refresco, prendido de la pantalla. En la televisión, una yudoca croata pelea contra una canadiense.
Me preguntan si deseo pedir algo. Es una mujer algo baja y con los ojos algo grandes.
Cómo es esto (el bar) en época de fútbol, en días de mundial. Ay, chico… no sé de fútbol. No importa, igual puedes decirme. Ok, te cuento que esto se anima bastante, gritan, se dicen de todo, eso sí, tienen que consumir, estamos en un bar y si no consumen, ocupan las mesas por gusto y nos afecta, desgraciadamente no se les permite permanecer sin comprar aunque sea unas galleticas. Veo que no les ha entrado cervezas. No, es un problema que se ha extendido.
Es una realidad. Una realidad múltiple, mejor dicho. La Habana vive Brasil 2014, como sea, La Habana vive…