Estamos en una friolenta mañana de sábado en La Carreta de la calle 40 en Miami. Se consumen litros de café y chocolate caliente con algunos churros de por medio. Todo esto ameniza la conversación entre cuatro amigos. Como no podía dejar de ser, se relaciona con el asalto al Congreso la semana pasada en Washington.
Me voy arrimando para escuchar mejor. No quiero perderme ni una palabra y cometo una falta de ética: no me identifico. Pero, por momentos, Miami tiene esas cosas: hay que hacer periodismo en la clandestinidad. Cualquier parecido con otros parajes no es pura coincidencia.
Cuando comencé a escuchar la conversación, era obvio que había empezado hacía algún tiempo, pero parecían entusiasmados, quizás porque abordaba el tema favorito de los cubanos: la política. Esta vez el asalto al Capitolio era lo lógico. Cada uno tenía su opinión, algunas diametralmente opuestas. Pero, al menos, estaban de acuerdo, por mayoría, en algo: fue una acción condenable. La diferencia radicaba en las razones.
Decía uno que la turba estaba molesta porque el proceso electoral “no fue claro”. Hay “muchas dudas, mucho fraude y la gente no está dispuesta a dejarlo pasar”. De nada sirvió que le aclararan que los abogados de Donald Trump nunca consiguieron demostrar ningún caso de fraude y que las dos únicas boletas encontradas con firmas dudosas fueron de votos por el presidente.
“Pero en eso mismo consiste el fraude, se supone que no lo encuentren”, contestó alguien. “Mira la diferencia, fueron 81 millones a favor de [Joe] Biden y 72 a favor de nuestro presidente. Eso no puede ser porque él es muy popular”, respondió otro tertuliano. De nada sirvió que el tercero dijera que Trump nunca tuvo más del 50% de popularidad y que solo los republicanos se mantuvieron apoyándolo en la generalidad de las encuestas de los últimos cuatro años.
Este mismo también era de la opinión de que los asaltantes tenían en parte razón porque “el pueblo siempre tiene razón y el Congreso ya no representa al pueblo”. Tampoco de nada valió que uno de los cuatro recordara que hubiera elecciones para el legislativo. Los demócratas mantuvieron la Cámara de Representantes y acababan de controlar el Senado con las elecciones en Georgia.
Para el que cree que “el pueblo siempre tiene razón”, la cuestión seguía siendo la voluntad popular. Decía que la turba del Capitolio vino en son de “paz democrática”, pero “hasta el vicepresidente [Mike Pence] no dejó otra opción a la gente que rebelarse. Traicionó al presidente. Fue un movimiento popular”, dijo.
“No. Fue un intento de acabar con un Estado democrático. Si hubiera triunfado, estaríamos al nivel de Cuba”, casi gritó otro de los cuatro amigos. Cuba siempre aparece a flote en una discusión entre cubanos. Lo del “movimiento popular” tuvo alguna gracia porque cuando el tertuliano lo dijo, otro mencionó el hecho de que los invasores del Congreso se opusieron violentamente a la policía, que casi no hizo nada, y destruyeron algunas oficinas. Un par de ellos se llevaron objetos de los congresistas y no tenían ningún manifiesto.
“¿Mani qué?”. Que no tenían una declaración de intenciones, le explicaron. Fue cuando intervino el único que estaba callado. “El manifiesto fue el discurso de Trump, que incitó a la violencia. Les dijo que fueran al Capitolio, que él iba también, pero terminó no yendo. Se quedó en la Casa Blanca mirando la televisión”, afirmó.
Llegamos a un punto interesante de la conversación: “Fue un cobarde”. Ardió Troya. “Mi presidente no es un cobarde, es un hombre muy valiente que se ha enfrentado a los socialistas y a los comunistas y denunciado a los demócratas que le robaron las elecciones. Ojalá tuvieras los huevos que tiene”, gritó el más guerrero.
Y vino la primera baja de la conversación. El ofendido pagó su café, sus churros y se retiró. Sin decir una palabra. La fuga hizo que más parroquianos se incorporaran, alentados por la gritería. Apeló a la calma: “Señores, ¿qué pasa? Somos todos cubanos… y les digo que lo del miércoles no fue ni democrático ni legal. Estaban legalizando la elección de Biden. Era un acto de legitimidad y esos pajarracos querían acabar con la democracia. Eso es lo que quieren hacer Cuba y Venezuela, por Dios. ¿Coño, no entienden?”. Cuba involucrada por segunda vez en menos de quince minutos.
Uno de los nuevos también puso de su cosecha. Estimó que el asalto al Congreso fue una “mala imagen” para el mundo. Una de las razones: “perdimos prestigio, cómo exigir ahora democracia por el mundo”.
El tertuliano que provocó la discusión salió con esta: “Que cada país se cuide, que nosotros nos cuidamos”.
Y la conversación se acabó. Cada uno con su cafecito, su chocolate y su churro. Y, aparentemente, sin acordarse de que una de las máximas del mandato de Trump fue que Estados Unidos iba a democratizar el mundo, aunque la mayoría de sus amigos sean líderes autoritarios, algunos que se infiltraron en las elecciones presidenciales y otras.
De regreso, a la hora de escribir esta nota escuché en la radio a alguien que decía que “por este país y por el presidente Trump, moriría contenta en defensa suya”. Nadie en el estudio de la emisora dijo nada. Poco después estaba el presidente en la televisión acusando a la turba de ser “antidemocrática” y llamando a que dispersaran. Condenó esas acciones y dijo que los autores serían sancionados.
Poco antes en la ciudad Doral unas decenas de personas desfilaron por las calles apoyando al asalto y a Trump. Estuvieron poco más de media hora. En la Pequeña Habana nadie salió a la calle.
¿Símbolo de nuevos tiempos?
Da pena esa conversacion entre cubanos ignorantes de la realidad historica de Estados Unidos, lo que representa el discurso de odio que paradojicamente afecta a los latinos y ellos lo son, o a lo mejor no tienen conciencia de serlo y peor es cuando metian a Cuba en el potage ,que Estados Unidos cual superman y arbitro del mundo repartira democracia como si fuera Cristo repartiendo panes y peces o Moises haciendo llover mana sobre las tribus de Israel.