Marlenis Costa Blanco (La Palma, 1973) quería ser bailarina de folclore. De niña, no pensaba en otra cosa, y recuerda que hasta le pidió dinero a su madre para mandarse a hacer un traje y subir a los escenarios de la escuela en el batey del Central Manuel Sanguily, al norte de Pinar del Río. Sin embargo, en la familia Costa era prácticamente imposible no quedar atrapado por la magia del deporte.
“Aunque mi sueño siempre fue bailar, en la casa todos queríamos parecernos a mi tía Silvia. Nosotros siempre nos reuníamos en la sala de mis difuntos abuelos a verla saltar. Aquello era un acontecimiento”, relata Marlenis.
La adoración por Silvia Costa tiene su base, pues hablamos de la mejor saltadora de altura en la historia del atletismo cubano, dueña del récord continental y nacional. “Cuando ya me di cuenta de que no llegaría al baile, fue ella, con sus actuaciones, el patrón que me impulsó a seguir adelante; fue mi espejo y me propuse llegar algún día a la cima donde ella estaba”.
Pero la influencia deportiva a la que Marlenis estaba expuesta no se limitaba solo a Silvia. Su padre, Maximino, jugó como jardinero central en Series Nacionales de béisbol, y sus tíos Francisco y Jesús también llegaron al máximo escalón del béisbol cubano. Además, otro tío, Reinaldo, fue uno de los mejores lanzadores de la Isla en los años 80, cuando se coronó varias veces con los todopoderosos “Vegueros”.
No obstante, quienes realmente descubrieron el potencial de Marlenis fueron sus tíos Javier y Jesús. El primero era entrenador de voleibol (hoy lo es de atletismo) y el segundo, aunque llegó a jugar como tercera base en un Mundial Universitario, también compartía la afición por el deporte de la malla alta. “Con ocho años ellos me lanzaron una pelota para ver si yo sabía bolear. Y ya, empezaron a trabajar conmigo y así nació esa pasión por el voleibol”, asegura Marlenis, la más exitosa atleta de la familia Costa.
A Jesús y a Javier hoy millones de cubanos les agradecen, pues dieron el empujoncito definitivo para que Marlenis ingresara en la Escuela de Iniciación Deportiva Escolar (EIDE) “Ormani Arenado” y, con el tiempo, se convirtiera en una de las ilustres ”Morenas del Caribe”.
¿Cuán orgullosa te sientes de convertirte en el referente deportivo en una familia repleta de atletas de máximo calibre?
Yo superé a mis tíos y a los otros atletas de la familia Costa en cuanto a títulos, pero ellos fueron los que iniciaron la senda victoriosa. Solo por eso no me siento superior, más bien me siento agradecida porque ellos me abrieron las puertas del deporte.
Cuando iniciaste la práctica del voleibol, ¿pensaste que llegarías tan joven al equipo nacional?
Yo siempre me esforcé al máximo y llegué al equipo nacional a finales de 1990, en aquellas famosas giras de fin de año por los países del desaparecido campo socialista. El camino hasta ahí no fue sencillo. Es verdad que llegué con 19 años a la selección, pero después de superar muchas pruebas y prejuicios, porque no era muy alta. Afortunadamente, ya en el Cuba recibí una muy buena acogida, todas me apoyaban y me decían que iba a llegar lejos, porque como se dice en buen cubano, era muy fresca y no tenía miedo a jugar al voleibol.
Tú siempre fuiste atacadora auxiliar, pero al final te convertiste en una pasadora muy eficaz. ¿Cómo se produjo esa transformación?
A mí siempre me gustó atacar y lo hacía bien, con mucha fuerza, pero Eugenio George y su hermano Edgar, con su sapiencia, me dijeron que necesitaban una pasadora y que yo podía hacer el trabajo por el dominio de la técnica que tenía. Al principio me costó bastante trabajo, pero acoplé y me enamoré de la posición, porque la pasadora es el alma del equipo, la que mueve los hilos del juego, es sencillamente la directora de la orquesta. Hoy te puedo decir sin ninguna duda que si vuelvo a nacer y vuelvo a jugar voleibol, de seguro sería pasadora.
Llegas al equipo nacional a finales de 1990 y en menos de dos años ya eras campeona olímpica. ¿Cuáles fueron las sensaciones al cumplir ese sueño en Barcelona?
Realmente, desde antes de Barcelona ya yo venía cumpliendo sueños y superando metas, porque en 1991 ganamos los Panamericanos de La Habana. En aquel momento no era protagonista y por lo general estaba en el banco. Imagínate, tenía solo 18 años y Regla Bell 16, si mal no recuerdo. Pero ganamos en experiencia y con 19 años logré estar en los Juegos Olímpicos de 1992. No te puedo explicar lo que sentí cuando ganamos. Como decías, fue un sueño cumplido, logramos lo que anhela todo deportista. No muchos consiguen llegar a ese punto tan alto y nosotras lo hicimos en tres ocasiones.
Indiscutiblemente, tu carrera está marcada por esos tres títulos olímpicos, pero entre cada uno de ellos se dieron competencias también muy recordadas, como el Mundial de 1994 en Brasil. ¿Fue esa corona tan emocionante como las de las Olimpiadas?
Aquello fue todo un espectáculo. Ganarle tres sets a cero a las brasileñas en su país y ante un estadio completamente abarrotado de público en contra, fue algo muy grande y sorprendente a la vez, pese a que nos sabíamos en condiciones para hacerlo. Estábamos en plena capacidad, veníamos con mucha fuerza, después de coronarnos en Barcelona y en el Grand Prix. No sabría decirte si esa victoria fue tan emocionante como las de las Olimpiadas, pero sí te aseguro que la disfrutamos y la saboreamos muchísimo.
Esa victoria y otras en escenarios de máximo nivel fomentaron una rivalidad extrema con Brasil. ¿Eso afectó las relaciones entre ustedes fuera de la cancha?
Creo que no, era una rivalidad en el terreno y estaba dada porque todo el mundo quería ganarnos. Éramos el equipo a derrotar y todo el mundo ponía el extra. Pero desde el punto de vista personal tengo las mejores relaciones con varias atletas brasileñas. Fíjate si es así que cuando alcanzamos el tercer cetro olímpico en Sydney, yo decido retirarme, formar mi familia, y estando embarazada de mi hija mayor recibí muchos regalos de mi gran amiga Fernanda Venturini, una de las mejores jugadoras de Brasil.
Llegar a Atlanta 1996 después del primer título olímpico en Barcelona y tras varios años de dominio casi absoluto en la arena internacional…¿supuso algún tipo de presión para ustedes el reto de mantener la hegemonía?
Para nada, presión no había porque sabíamos perfectamente lo que implicaba jugar en ese tipo de escenarios, estábamos adaptadas. Lo que pasa es que a Atlanta no llegamos en la misma forma física que a Barcelona y pasamos un poco más de trabajo, sobre todo en la fase clasificatoria que perdimos con Brasil y con Rusia. Pero ya en los partidos de cruces logramos una mejor condición y supimos imponernos. Todo el que ha ganado una medalla de oro olímpica sabe que revalidarla cuesta mucho trabajo, por eso para nosotras el triunfo en Atlanta fue inigualable.
Entonces la remontada de Sydney está en lo más alto de sus éxitos…
Fue otra victoria indescriptible, espectacular, aunque no tan sorprendente como muchos pueden pensar. Nosotras teníamos mucha confianza en poder ganar el tercer título porque llegamos a Australia muy bien preparadas. Habíamos estado tres meses entrenando en Japón, ganamos el Grand Prix solo unas semanas antes de los Juegos, es decir: estábamos a tope. Esa capacidad física adquirida fue determinante en aquella remontada histórica frente a Rusia. Nosotras, cuando nos vimos debajo tras los dos primeros sets dijimos que si ganábamos el tercero el oro era nuestro, y así fue. Yo creo que no se ha vivido algo como eso en el voleibol.
Después de Sydney decides formar tu familia y también tienes la oportunidad de jugar en España a nivel de clubes. ¿Cómo viviste esos tiempos ya un poco más alejada de los focos de la selección nacional?
Cuando terminamos en Sydney tenía 27 años y consideré que era el momento de formar mi familia, de la que me siento hoy muy orgullosa. Tengo tres hijos preciosos, que se me están haciendo ya hombres y mujeres, porque la mayor cumple 19 años y los jimaguas 15. Son formidables. Yo digo que los tres títulos olímpicos y mis tres hijos son lo más grande que me ha podido dar la vida.
Y bueno, la experiencia de España no fue tan positiva como yo hubiese querido, pero saqué bastante provecho. Fue una oportunidad de reencontrarme con viejas amigas, tanto de Cuba como de otros países. Por ejemplo, Magalys Carvajal, la dominicana Cosiri Rodríguez, la alemana Sylvia Roll, la brasileña Giseli Gavio, jugadoras con las que compartí en diferentes momentos de mi carrera.
En tu carrera viviste momentos de mucha alegría y gloria, pero supongo que también tengas algún recuerdo negativo…
Es difícil encontrar un momento triste entre tantas victorias. Nosotras llegamos a ganar todos los títulos de la Federación Internacional, pero bueno, digamos que lo peor fue perder el oro en los Juegos Panamericanos de Winnipeg en 1999, contra ese rival inmenso que es Brasil.
¿Has tenido problemas en tu carrera por algún rasgo personal?
A mí me gusta estar rodeada de personas, algo que, por cierto, extraño muchísimo por culpa de la pandemia de la COVID-19. Soy muy solidaria, muy comunicativa, son mis mayores virtudes. Pero también soy muy sincera y a veces, por eso, molesto o caigo mal. Lo que no me gusta, lo digo; lo que siento y creo, lo digo; si hay algo que no está bien, lo digo… Eso, te repito, a veces incomoda a muchas personas que ven esa sinceridad como mi mayor defecto, pero yo soy y seré así siempre.
¿Has seguido ligada al voleibol o al deporte después del retiro?
Ligada al deporte sí porque trabajo en la Dirección Municipal de 10 de Octubre, en La Habana, pero en realidad he estado lejos del juego como tal. Nunca he sido entrenadora ni he tenido nada que ver con las canchas.
¿Te consultan otras atletas, entrenadores o directivos para beber de tu experiencia?
He sido consultada en algunas ocasiones, pero no como nosotras quisiéramos.
¿Y cómo quisieran ser consultadas?
Me gustaría que nos preguntaran todo lo que deseen de aquellos tiempos de las “Morenas del Caribe”, de las prácticas que nos llevaron a tener el mejor equipo del mundo. A mí me emociona mucho ver la cantidad de aficionados cubanos y extranjeros que, a través de las redes sociales, nos recuerdan con cariño y siempre buscan nuestras historias, algo que no sucede con las nuevas generaciones de deportistas.
Por lo general, los jóvenes cubanos muchas veces se fijan en atletas extranjeros y obvian que también en su país pueden encontrar referencias. Quisiera ser un espejo en el que puedan mirarse todos, que nos recuerden por lo que logramos y que tengan presente que estamos aquí para lo que se necesite.
¿Va por buen camino el voleibol femenino cubano?
En la actualidad veo muchas jóvenes con más estatura y mejor biotipo que el que teníamos nosotras hace 30 años. Con ese material hay que trabajar poco a poco en función de mejorar los resultados. Pero falta que se lo crean, falta la fuerza, el empuje y el pensamiento de Eugenio, falta alguien con la capacidad para retomar la escuela que él fundó.
Creo que también falta difusión del voleibol femenino, de las cubanas que están jugando en Perú, en Rusia y en otros países europeos. Veo muy bien la transmisión de los partidos de los hombres en Brasil y en Italia, pero hay que hacer lo mismo con las mujeres. El voleibol femenino es prácticamente invisible en las transmisiones y eso debería cambiar.
Un brillo especial se nota en los ojos de todas las “Morenas del Caribe” cuando hablan de Eugenio George. En tu caso particular, ¿cuál fue el legado que te dejó?
El voleibol femenino cubano ha tenido grandes entrenadores. Antonio “Ñico” Perdomo para mí fue clave por todo lo que me ayudó en la adaptación a la posición de pasadora. Luis Felipe Calderón era como un hermano y me tendió la mano el tiempo que estuve en Italia contratada, sobre todo por sus consejos para lidiar con mi peso corporal y lograr el mejor desempeño posible.
Te repito, fueron grandes entrenadores, pero también fueron excelentes personas y amigos, y creo que en ese sentido Eugenio George jugó un papel fundamental. Por eso el legado de Eugenio no es solo para mí, es para todo el voleibol cubano y debemos sentirnos orgullosas de haber trabajado con él. Eugenio fue padre, hermano, amigo, maestro. Representó mucho, tanto en nuestras carreras deportivas como en la vida personal. Nos enseñó a jugar, a vestirnos, a peinarnos, a comportarnos en la vida, incluso en situaciones sentimentales. Fue un guía muy grande. Su legado es sencillamente insuperable.